El espacio como constructo social e histórico ha sido también explorado por el pensamiento sociológico contemporáneo; tal es el caso de Pierre Bourdieu (1999), quien desarrolla una concepción sobre el espacio donde las oposiciones entre los grupos sociales presentan una constante situación de lucha o competencia. Para Bourdieu, hablar del fenómeno espacial remite a pensarlo en dos dimensiones: el plano físico y el plano social.
Entre ambos niveles existe un vínculo inquebrantable e íntimo donde la dimensión material es una cristalización de lo que sucede en el ámbito social, simbólico. Así como los individuos y las cosas ocupan un lugar físicamente, en el terreno social los agentes también lo hacen de modo tal que, detalla Bourdieu (2007), cuentan con una posición determinada y existe una distancia entre ellos.
Bourdieu se refiere a la manera en que el espacio naturaliza las diversas modalidades de dominación y poder; es por tal razón que habla del espacio social reificado, del espacio social objetivado. Bajo este argumento, las oposiciones o contradicciones gestadas en los universos social y político son reproducidas en parte gracias a los dispositivos espaciales que fungen como mecanismos que transfiguran lo arbitrario del poder en algo aparentemente natural. Se pretende, entonces, comprender cómo las relaciones sociales de poder se erigen, funcionan y se legitiman –o bien cómo sufren fisuras que permitan su posible transformación– dentro de lo que él llama en su análisis el ingrediente espacial.
En este sentido existe, según Bourdieu, un vínculo cercano entre espacio social, espacio físico y espacio mental. Se trata de rastrear y analizar cómo el mundo social objetivado es introyectado, incorporado por los actores sociales, y cómo dicho plano de significados es, a su vez, objetivado de múltiples maneras. En consecuencia, el espacio social se refleja no solo en el espacio físico, sino también en los dispositivos mentales con los cuales los individuos construimos y comprendemos la realidad social (Bourdieu, 1999).
Como podemos interpretar en esta reflexión de Bourdieu, la incorporación de lo objetivado social al mundo subjetivado de la vida doméstica reconstruye efectos de dominación y poder que resignifican las relaciones preexistentes. Es decir que pueden producirse situaciones de poder “nuevas” o potenciadas. Por ejemplo, pasar de una relación de cooperación entre los esposos a una situación de poder-lucha y enfrentamiento; así también entre otros miembros del grupo familiar.
Necesidad de socializar en diferentes espacios
El hogar es el espacio y mundo de interrelaciones directamente relacionado con lo que Berger y Luckmann (2005) llaman “socialización primaria”. Pero no existe ninguna sociedad donde no exista ningún tipo de división social del trabajo y, concomitantemente, cierta distribución social del conocimiento.
Por ello, en toda sociedad el individuo incorpora “submundos” institucionales o basados en instituciones. En cada uno de ellos, el conocimiento será especializado y sufrirá un proceso de institucionalización diferente, según el caso. En cada uno de ellos los individuos incorporan roles y nuevos campos semánticos, estructuras, comportamientos de rutina dentro de cada área institucional.
Uno de esos submundos es el universitario, con elementos objetivos y subjetivos específicos. En este mundo se produce otra división de trabajo o de roles y estatus que se rutinizan e institucionalizan, creando comportamientos y habitualidades para todos los que ingresan en él.
En este campo, según Bourdieu, nos encontramos con actores que desempeñan roles en situación de trabajo (profesores, administrativos, por ejemplo) y otros que transitan este campo con el objetivo de alcanzar conocimientos suficientes y necesarios de una determinada especialización académica que habilite un futuro campo laboral.
Con esto entendemos que los alumnos toman el tiempo de estudio como un “paso” hacia otro campo de integración. Ese tiempo de formación no solo se caracteriza por incorporación de conocimientos especializados en cada disciplina, sino que es un submundo donde se viven experiencias sociales intersubjetivas entre alumnos y profesores.
Estas relaciones intersubjetivas cargadas de subjetividades emocionales (amistad, compañerismo, simpatías y empatías, como quizá la posibilidad de encontrar parejas y enamoramiento) coinciden, generalmente, con el inicio de la juventud, edad cronológica donde comienza el proceso de maduración del individuo en todos los sentidos (biológico, psicológico, emocional y social), diferenciando este proceso de aprendizaje de las etapas escolares iniciales y media (infancia y adolescencia). Además se supone que el individuo ingresa en este submundo universitario de manera voluntaria ejerciendo una acción racional (voluntaria), donde el “yo generalizado” está debidamente reconocido por la persona y opta por formarse en función de ello. Es decir que, en este mundo académico, se produce una segunda socialización no solo racional y técnica, sino también emocional, moral y ética.
Lo que el ASPO impuso, en nuestro país, fue suprimir este tipo de relaciones presenciales (cara a cara) con todos los submundos para los que la persona se prepara en la segunda socialización. Tanto el campo laboral como el educativo se vieron suspendidos, solo manteniendo un contacto tipo “virtual” a través de dispositivos tecnológicos.
La encuesta que realizamos nos mostró claramente que el objetivo de continuar con la transmisión de conocimientos y posibilidades de estudio no fue fuertemente afectado. Sin embargo, el contacto presencial envuelto de sentimientos, simpatías y diferentes actividades no solo de aprendizaje conforma lo que llamamos “vida social”. Estas últimas son las que los encuestados respondieron como la más afectada en ese año de experiencias especiales. Además, teniendo en cuenta que la mayoría de quienes participaron tienen entre 17 y 20 años (76%), es indudable que las expectativas de estos jóvenes que se incorporan a la vida universitaria superan el conocimiento especializado y abarcan aspectos personales y afectivos que completan su proceso de socialización.
Algunas reflexiones finales
La aparición de la covid-19 y su capacidad de contagio y difusión mundial pusieron en alerta a todos los países del mundo. La OMS lo declaró pandemia y los países tomaron diferentes actitudes frente a esa realidad. En la Argentina, el aislamiento pareció ser lo más útil como prevención y para evitar una saturación del sistema sanitario nacional.
No es tema de este apartado verificar la eficiencia de la medida pero sí, a esta altura del tiempo transcurrido (siete meses), podemos brevemente afirmar algunas consecuencias de la convivencia obligatoria del todo el grupo familiar y cómo esto incidió tanto en la calidad relacional familiar como en las posibilidades de los jóvenes universitarios de continuar con sus estudios.
Si bien la encuesta que se realizó (con un resultado de 127 respuestas) es una muestra, podemos afirmar que la transformación del hogar en un espacio polifuncional donde se desarrollaron todas las actividades de todos y cada uno de los integrantes confirma lo que afirmara Simmel que todo espacio es una construcción social y que puede adaptarse a todos los fenómenos sociales. Esto es producto claramente de la dialéctica entre el mundo exterior objetivado y la subjetividad interior que se adapta y refunda con cierta elasticidad.
Ahora bien, como todo espacio es un campo de relaciones donde se reproducen fuerzas, luchas y conflictos externos que afectan a los miembros de ese grupo (Bourdieu, 2007), el hecho de la transformación del hogar en polifuncional, con superposición de espacios y funciones, cambió formas relacionales (armonía-cooperación hacia lucha y poder).
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