Fuente: elaboración propia.
En lo que podríamos denominar como una nueva realidad dentro del mundo de la vida del hogar de las familias (Schütz, 1993) se produce una dialéctica entre lo objetivo (externo) y lo subjetivo (vivencia subjetiva del actor) que cobra un nuevo significado. Esta dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo conforma el ámbito de la sociabilidad, así lo afirma Georg Simmel en sus trabajos microsociológicos. Comprendemos que prestó atención a las formas que adopta la interacción social, así como a los tipos de sujetos que participan en dicha interacción. Según el autor, “la mayoría de las relaciones humanas se pueden considerar como un intercambio; el intercambio es la acción recíproca más pura y más elevada de las que componen la vida humana, en la medida en que esta ha de ganar sustancia y contenido” (Simmel, 2002: 113). Toda acción recíproca, por lo tanto, se ha de considerar como un intercambio:
Intercambio es toda conversación, todo amor (aunque sea correspondido con otro tipo de sentimientos), todo juego y toda mirada mutua. No es válida la pretendida diferencia de que en la acción recíproca damos lo que no poseemos, mientras que en el intercambio damos lo que poseemos. (Simmel 2002: 114)
Por lo que teóricamente se expone, en la vida cotidiana el intercambio relacional entre los actores de cada uno de los ámbitos es especial por el tipo de conversación y/o sentimiento que se pone en juego. Para entender este análisis partimos del supuesto de que los sentimientos que les dan sustento a las relaciones familiares son el amor entre esposos, padres y madres e hijos, como también entre hermanos. Pero las formas de relaciones entre ellos pueden ser de cooperación, de supraordenación o de lucha.
Para Simmel, la sociedad no se puede captar en su totalidad. Lo que sí percibimos son relaciones específicas de poder, autoridad, subordinación, formas de convivencia distintas, atracción erótica, hostilidad, en ámbitos específicos y circunscriptos de actividad entre seres humanos. Por lo anterior, la sociología de Simmel bien pudiera llamarse “sociología relacional”, ya que siempre le interesó concebir los procesos de forma relacional, como situaciones de mutua causación y de acción y reacción entre seres que coexisten en ámbitos determinados. “La mutua interacción o acción recíproca es un fenómeno radical y originario, la condición a priori que posibilita la sociación, es decir, la sociedad” (Giner, 2004: 347). Así pues, todo cuanto existe en la sociedad existe como relación. Los seres humanos, o los colectivos sociales, grupos e instituciones que forman, deben ser definidos como haces de relaciones. Sin ellas, no existirían.
Las relaciones e interrelaciones que constituyen la sociedad, a través de los procesos de sociación, poseen tres características cruciales: no son simétricas ni planas, la distancia social es la que une y separa a las gentes entre sí, los universos sociales son galaxias de interrelaciones, son redes (Rizo, 2006).
Entendemos, entonces, que la sociabilidad del hombre puede ser comprendida en dos sentidos: por un lado una sociabilidad subjetiva, sensible, afectiva que se contempla en el mundo íntimo (comunidad, familia) y por el otro una sociabilidad objetiva en instituciones de la vida social.
El problema de la geometría social según Simmel
Cuando Simmel trabaja la “geometría social” entiende el estudio de las relaciones sociales en función de dos variables: el número y la distancia (Ritzer, 2001). En nuestro análisis, nos interesa su preocupación por el tamaño del grupo. Considera que en las sociedades modernas las personas individuales pertenecen a varios grupos sociales (gráfico 8), cada uno de los cuales controla solamente una pequeña parte de una personalidad total. En cambio, en las pequeñas sociedades los individuos comparten actividades, limitando sus libertades individuales. La familia es considerada una pequeña sociedad, con características similares a la de una comunidad con solidaridad mecánica (en términos de Durkheim), por lo que todos los miembros comparten elementos simbólicos semejantes, normas, valores y están vinculados por un sentimiento profundo de pertenencia. Ahora bien, en las sociedades modernas y posmodernas los individuos tienden a individualizarse y crear espacios cada vez más distantes, en mundos especializados.
La cuarentena y la actitud tomada por el gobierno argentino de continuarla por tiempo indeterminado en lo referente a la actividad educativa provocó cambios y saturación del espacio familiar de personas y actividades. Esto lleva a que la densidad social en un espacio limitado provoque formas de relación que pueden pasar de una cooperación a una supra o subordenación, provocando luchas y conflictos entre las partes (Simmel, 2002).
¿Qué significa este planteo en la vida de las familias? Podemos apreciar que de una posible situación de relaciones intrafamiliares de armonía se podría pasar a una situación de saturación del espacio de convivencia, pérdida de la libertad individual, posibles situaciones de conflictos entre las partes interactuantes, por ejemplo padres e hijos, hermanos, y otros miembros que convivan en el hogar. Quizá en un principio de la cuarentena obligatoria la situación fuera de cooperación y de una equitativa distribución de actividades domésticas, pero el sostenimiento en el tiempo de dicha situación llevó a cambios de humor, estrés y conflictos.
Un elemento recurrente en diversas conceptualizaciones del espacio se relaciona con la manera en que este se ha concebido como algo dado, “natural”, como contenedor o receptáculo de objetos, personas o acontecimientos y, en algunos casos, como mero escenario del quehacer humano (Kuri Pineda, 2013).
Para su aprovechamiento funcional, el espacio es dividido, delimitado. En este punto, Simmel (1986a: 652) señala que “el límite no es un hecho espacial con efectos sociológicos, sino un hecho sociológico con una forma espacial”. Esta afirmación posibilita colegir cómo los fenómenos espaciales son ante todo construcciones sociales, por un lado, y cómo en segundo término las configuraciones sociales se espacializan (relación espacio-especialización de la acción). En pocas palabras, el planteamiento simmeliano constituye una mirada que desnaturaliza el espacio. Es decir que el “espacio” va conformándose y a su vez deformándose según las diversas situaciones sociales o fenómenos sociales que las personas actúan.
Esto nos lleva a plantearnos si el espacio denominado casa u hogar debe tener una especialización funcional con una naturaleza per se o si se va reconstruyendo según los acontecimientos. Entonces, podríamos afirmar que el espacio está compuesto por elementos físicos objetivados, pero también por elementos subjetivos cargados de sentidos como afectos, emociones, experiencias compartidas entre los que lo comparten. Las sociedades modernas se caracterizan por la posibilidad de que los individuos puedan desplazarse, movilizarse de un lugar a otro (Simmel, 2002).
Además, Simmel (1986b) señala un elemento que cuenta con una gran pertinencia analítica: la proximidad espacial no significa necesariamente cercanía social. Con esto entendemos que los individuos van participando en un sinúmero de espacios (trabajo, estudio, ocio, etc.) pero con diferentes características de relaciones sociales, con mayor o menor cercanía, es decir, con mayor o menor dependencia o, en su defecto, independencia. Es así como es posible que el hogar se constituya como el espacio de convivencia de mayor cercanía entre los convivientes, con un alto contenido emocional y afectivo. En cambio, en los otros espacios las relaciones son más distantes, con acciones racionales con arreglo a fines, en términos de Max Weber.
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