Miguel Iván Ibarra Aburto - Exabruptos. Mil veces al borde del abismo

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Exabruptos. Mil veces al borde del abismo: краткое содержание, описание и аннотация

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Ramiro Torres, el protagonista de Exabruptos, marcha por su mundo de ficción obsesionado por un hedonismo que no le permite ver lo que ha ido conquistando en la vida. Aún cuando sus propios sentimientos le indican que su vida familiar tiene un valor poco usual, Ramiro está siempre dispuesto a arrojarlo todo por la borda cuando se trata de conseguir esa falda que acaba de aparecérsele en el camino.
Así, no es casual que amables fantasmas de otrora reaparezcan para complicarle la existencia. Sin embargo, en esta primera novela de Miguel Ibarra, las mujeres no lo son todo en la vida de su personaje. Ramiro Torres también está comprometido con un lado oscuro, con un peligroso mundo de espías e intereses geopolíticos, que lo lleva a viajar fuera de Chile y que lo catapulta al centro mismo de la aventura.
Y en ese sitio, por supuesto, también hay más de una mujer.

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–¡Hola! –saludó la desconocida, mientras la estudiaba–. ¿Por qué corríai tanto? ¿El viejo güeón te quería hacer algo?

Parecía haber visto parte del espectáculo.

–¡No! –dijo tajantemente. Pensó luego y se retractó–. Es decir, ¡sí!

Güeno , cómo es la cosa, mijita . ¿Es o no es? ¡Está bien! ¡ Pst ! Pa´ lo que me importa. Pero estái bien, ¿no cierto?

Lorena movió la cabeza afirmativamente, dejándose arrastrar por el torrente de preguntas

–¡Hum! Oye... pero a ti nunca te había visto por aquí, ¿dónde trabajas?

–Yo... bueno..., soy ejecutiva de una telefónica.

¿Quéééé? –interrogó la mujer, abriendo tamaños ojos. Luego al ver que la muchacha se había asustado, bajó el tono y prosiguió–: ¡Está bien, está bien! ¡Yo soy el rey de los maricones! Pero tú no me puedes salir con que eres... ejecutiva.

–Señor... –dijo–, es verdad lo que le digo. ¡Trabajo en la multifuncional! –afirmó casi llorando–. Solo me metí a esta calle por demostrarme a mí misma que no me daba miedo estar cerca... de ustedes. Es decir... bueno... de las prostitutas.

–¡A ver si entiendo bien! Tú ibai pasando por la calle y te bajaron las ganas de entrar al pasaje, solo pa´ sentirte como una puta. ¿Voy bien? Luego cuando aquel güeón se acercó pa´certe algunos cariñitos, a vo´ te entró lo de dama y apretaste cachete pal fondo. ¿Es así o no?

–¡Sí! –confirmó ella, angustiada–. ¡Aunque no me lo crea! Esa fue la horrible y loca idea.

El muchacho al ver la seguridad con que le contestaba Lorena, se quedó mirándola y rio espontáneamente. Se dirigió al grupo de prostitutas y homosexuales y les hizo saber que no se trataba de una de ellas. Al momento tres a cuatro se acercaron a la pareja. Miraron a Lorena como bicho raro y rieron de una manera extraña.

–¿Y qué hacía aquí esta comadre? –preguntó al aire una gorda desaliñada con pinta de cabrona.

–¿Qué andabai haciendo en nuestras pasarelas? ¿Se te había perdío algo, acaso? –inquirió otra que parecía jirafa.

La asustada mujer hizo una mueca y mirando al homosexual levantó los hombros.

–¡Ya poh , chiquillas, déjenla tranquila! ¡La dama necesita reanimarse!

–¡Yo me presto de voluntario para reanimarla! –dijo, de pronto, un peliteñido amanerado.

–Por favor... –suplicó Lorena–. Yo no quiero incomodarlos. Me metí aquí por error y ahora solo deseo irme a mi casa.

Lorena aceptó que Sergio la acompañara hasta el paradero. Este se le colgó del brazo. No dejaba de sorprenderse con cada cosa que aquel muchacho le contaba. En cortas pero profundas oraciones, este dejó escapar sentimientos guardados dentro de sí desde hacía mucho tiempo. Supo que tenía un amor imposible, un hombre casado, y hasta cuánto había sufrido al ser penetrado por primera vez por un hombre maduro, teniendo solamente catorce años. Cuando ambos se despidieron, los dos sintieron que habían recuperado algo más de su propia identidad. Ella experimentando sus propias fantasías y Sergio dejando su legado para la mejor comprensión de su situación. Habría mucho más que conversar en una nueva oportunidad. Al despedirse, ambos se abrazaron cariñosamente.

–Chiquilla –le susurró–, ¿estarías dispuesta a visitarme algún día?

–Si tú me lo pides y me garantizas seguridad, ¡sí! –contestó ella.

Esa madrugada, mientras le cancelaba la carrera al taxista, el rostro de Lorena esbozó una sonrisa; había logrado entender algunas otras cosas del ser humano.

Eran las seis de la tarde y Ramiro se había sacado la corbata. Lucía desgarbado. El pelo desordenado y las mangas de la camisa blanca recogidas. Tenía que revisar una serie de trabajos y documentos que la compañía debía presentar a la Contraloría el lunes siguiente, ya que, por costumbre ancestral, las demás secciones entregaban sus datos el último día hábil. Además, pese a no ser de operaciones, había sido comisionado para viajar a Colombia el domingo en la mañana. Un barco de la empresa se encontraba con orden de arraigo en el puerto de Buenaventura. Sus cualidades profesionales y, por qué no, los buenos contactos que poseía en ese país ayudaron a la elección.

Corina, que por el contrario lucía fresca y animosa, ingresó a la oficina sin meter mucho ruido y se le acercó con sigilo. Cuando estuvo detrás de él, sin emitir palabra, comenzó a arreglarle el enmarañado pelo que, aunque más dócil con el pasar del tiempo, todavía le quedaba un poco de rebeldía. Ramiro dejó caer el lápiz sobre el escritorio y se volvió, la tomó por la cintura y la atrajo mansamente hasta él. Tan mansa que sintió que venía dispuesta, ajena a todo el mundo. Entonces incrustó la cabeza como oso buscando madriguera y exploró con la boca la división de esos senos dorados, para terminar lamiéndolos. Ella se apretó tan fuerte contra él, que casi no le permitía respirar, luego lo soltó y encontró de lleno sus labios.

–¿Me recordarás algún poquito? –preguntó ella.

–¡Tonta! –le contestó con una sonrisa en los labios–. Sabes que siempre te llevo en mis pensamientos.

Corina se enderezó y fue a cerrar la puerta con llave.

–¡Cuidado, mi amor! –expresó él, algo inquieto–. Más de alguien puede venir a verme.

Ella pareció no escuchar.

–Quiero regalarte algo muy especial..., para que me recuerdes en el viaje.

Cuando estuvo frente a él, se contorsionó con las piernas separadas y se soltó el cabello, a la par que se abría la blusa hasta dejar sus pechos libres. Ramiro la miraba con ojos brillantes y cautelosos. Una cautela diferente, una que distaba mucho del miedo, una cercana a la emoción y al nerviosismo. Raras veces se había sentido así. Cerró los ojos en clara señal de expectación y se dejó seducir tranquilamente. Era perverso no permitirlo, más cuando esas manos de mujer hábil comenzaban a bajarle el cierre.

Pasado el escenográfico momento, Ramiro, prendido de aquella estupenda experiencia, se dedicó a ultimar los detalles de la labor pendiente. Cerró el despacho y se dirigió al estacionamiento. Se fumó un cigarrillo y pensó en lo que debía hacer esa noche: después del contacto en el café topless Orbita, apartaría un tiempito para él. Partiría tomándose unos tragos en ese mismo lugar, y de ahí... lo que viniera. De seguro su mujer llegaría tarde; era lo común. Los cócteles eran el motivo encubierto para efectuar encuentros de negocios informales, que luego proseguían en algún café o restaurante hasta altas horas de la madrugada.

El café quedaba ubicado en un subterráneo de la avenida de Los Libertadores y a él asistían muchos hombres solos, ya que en cierto modo el espectáculo era para ellos, lo cual no era un impedimento para que también llegaran mujeres. El lugar, que contaba con tres niveles independientes entre sí, podía ser aprovechado, además, para escuchar una selección de música interpretada por Jacinto en su pequeño piano, o para beber una artesanal cerveza del puerto y entablar conversaciones. Muchos de los clientes ya se conocían, por lo que algunos días se transformaban en verdaderos encuentros familiares. Allí tuvo tiempo para ordenar sus ideas y clarificar el panorama del próximo viaje. Ya había estado en Colombia dos veces, una por la empresa y otra por turismo. En esta oportunidad, no se podía permitir extravagancias, ya que tanto el tiempo como las circunstancias se lo impedían. De todas maneras, se dijo, me daré maña para pasar aunque sea unos dos días en Cartagena de Indias.

Bebió su old fashion de pie y recorrió el salón con la vista. Había varios rostros conocidos, pero no les hizo caso. Se apoyó en el piano y esperó un par de minutos, al cabo de los cuales pasó junto a él un individuo decrépito. Tendría unos sesenta y cinco años, bajo, regordete, calvo y con un bigote bien recortado, quien dejó caer descuidadamente un bolígrafo Pentel. Era la señal. Esperó un lapso prudente y fue tras sus pasos. Poco se demoró en recorrer el pasillo en penumbras y encontrarse de pronto, frente a un frío pero bien cuidado reservado.

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