LA MELODÍA DEL ABISMO
DIEGO SOTO GÓMEZ
LA MELODÍA DEL ABISMO
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2022
LA MELODÍA DEL ABISMO
© Diego Soto Gómez
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2022.
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ISBN: 978-84-19092-28-1
DIEGO SOTO GÓMEZ
LA MELODÍA DEL ABISMO
Para Dobed.
Índice
Prólogo. El amanecer en sus ojos Prólogo El amanecer en sus ojos —Me la arrebataste. Me lo arrebataste todo —le recriminó lanzando aquellas palabras con timidez, cuando era la ira la que pretendía manar de su frágil cuerpo. La mujer no respondió ante aquella provocación. Se limitó a deslizarse despacio, como un pétalo mecido por una calmada racha veraniega, y se sentó en el lecho, junto a ella, haciendo que la madera gruñese, antes de tomarla de las manos. Sus dedos vestían una piel suave, cálida, casi transparente, como una película de hielo sobre un lago invernal. Unos hilillos purpúreos recorrían el dorso de sus manos, canales, raíces que reptaban a través de unos brazos completamente lampiños hasta perderse por los pliegues de las mangas de su camisa de estopa. Su pecho no hacía movimiento alguno, permanecía estático, dolorosamente inmóvil. El aliento no emitía ningún eco al abandonar sus labios, quizás enmascarado por la suave brisa que besaba la piedra durante aquella fresca noche primaveral. Cuando Alissa levantó la mirada, vio en el rostro de aquella hermosa joven una dulce sonrisa. Zarcillos negros enmarcaban un semblante que sangraba una belleza oscura, caótica, pura. —Yo solo la miré, y ella me siguió —dijo con una voz tranquilizada, suave como la caricia de un amante satisfecho tras el éxtasis. Los dientes de Alissa castañeteaban mientras una tristeza líquida y gruesa superaba la frontera de sus pestañas y se precipitaba. La melancolía constreñía su rostro, obstruía sus fosas nasales y no le permitía rozar la fragancia de aquel ser de aura balsámica, acogedora. —¿Vienes a por mí? —osó preguntar. Ella negó y la joven no supo si sentir decepción o alivio. Carecía de la valentía necesaria para ansiar la respuesta. —¿Quieres verla? —inquirió entonces y, ante la falta de comprensión en la mirada de Alissa, se limitó a sonreír. —Yo no… —La miró a los ojos manteniéndole la mirada por primera vez—. Yo… A través de un velo translúcido, el mundo se redujo a los ojos de aquella noble dama que la sostenía, que la mantenía anclada, como un barco en el puerto, a orillas de un mar infinito de aguas tranquilas y corrientes lúgubres. El cielo nocturno y la nieve relampagueante se fueron estrechando mientras la oscuridad de la pupila florecía y un rostro inocente comenzaba a perfilarse entre las sombras, como surgido de una tenebrosa niebla.
PARTE I. LAYABA PARTE I. LAYABA
1. Torlwan, ninfa centauro
2. Conversaciones con Ardah, Señor de la Mente
3. Layaba, junto al lago
4. La bestia del Nithuyen
5. Ladrones de locura
6. La maldición del amor corrupto
7. El uroboros que rodea la luna
8. Nghya Ki, primera y última encarnación de la justicia, in absentia
PARTE II. IREÓN
9. La sed de la serpiente de Buhlig
10. Ireón más allá de las montañas
11. La distorsión del espejo de Ohs
12. Salteadores, Calcinados y adoradores de Gnije
13. Sombras en la ascensión de Aniho
PARTE III. WEGEOMHO
14. Azgad marcada en la piel
15. Estura en un arpa, ardiendo
16. Con Wegeomho a la espalda
17. Vientos del Knasal
18. El Eón en un ópalo
19. Agua sobre el fuego de Zelgoro
20. Alissa a través del Espejo
Epílogo. El atardecer en sus labios
Miscelánea
Agradecimientos
Prólogo
El amanecer en sus ojos
—Me la arrebataste. Me lo arrebataste todo —le recriminó lanzando aquellas palabras con timidez, cuando era la ira la que pretendía manar de su frágil cuerpo.
La mujer no respondió ante aquella provocación. Se limitó a deslizarse despacio, como un pétalo mecido por una calmada racha veraniega, y se sentó en el lecho, junto a ella, haciendo que la madera gruñese, antes de tomarla de las manos. Sus dedos vestían una piel suave, cálida, casi transparente, como una película de hielo sobre un lago invernal. Unos hilillos purpúreos recorrían el dorso de sus manos, canales, raíces que reptaban a través de unos brazos completamente lampiños hasta perderse por los pliegues de las mangas de su camisa de estopa. Su pecho no hacía movimiento alguno, permanecía estático, dolorosamente inmóvil. El aliento no emitía ningún eco al abandonar sus labios, quizás enmascarado por la suave brisa que besaba la piedra durante aquella fresca noche primaveral.
Cuando Alissa levantó la mirada, vio en el rostro de aquella hermosa joven una dulce sonrisa. Zarcillos negros enmarcaban un semblante que sangraba una belleza oscura, caótica, pura.
—Yo solo la miré, y ella me siguió —dijo con una voz tranquilizada, suave como la caricia de un amante satisfecho tras el éxtasis.
Los dientes de Alissa castañeteaban mientras una tristeza líquida y gruesa superaba la frontera de sus pestañas y se precipitaba. La melancolía constreñía su rostro, obstruía sus fosas nasales y no le permitía rozar la fragancia de aquel ser de aura balsámica, acogedora.
—¿Vienes a por mí? —osó preguntar.
Ella negó y la joven no supo si sentir decepción o alivio. Carecía de la valentía necesaria para ansiar la respuesta.
—¿Quieres verla? —inquirió entonces y, ante la falta de comprensión en la mirada de Alissa, se limitó a sonreír.
—Yo no… —La miró a los ojos manteniéndole la mirada por primera vez—. Yo…
A través de un velo translúcido, el mundo se redujo a los ojos de aquella noble dama que la sostenía, que la mantenía anclada, como un barco en el puerto, a orillas de un mar infinito de aguas tranquilas y corrientes lúgubres. El cielo nocturno y la nieve relampagueante se fueron estrechando mientras la oscuridad de la pupila florecía y un rostro inocente comenzaba a perfilarse entre las sombras, como surgido de una tenebrosa niebla.
PARTE I. LAYABA
1. Torlwan, ninfa centauro
La zona del camino que se abría ante ellas sufría un pequeño encharcamiento y las pisadas de Isola producían un sonido amortiguado y pastoso. El origen de aquel resbaladizo tramo estaba en unas viejas y musgosas rocas de aspecto suave, que parecían sudar, en el borde austral de la senda.
A Alissa le gustaba el barro, su olor evocaba despreocupación, infancia. Hacía que afloraran recuerdos de una época en la que los monstruos eran algo extraño y exótico; las conjuras y las traiciones, vocablos lanzados por bardos y locos; y los mentalistas, brujos tenebrosos que podían hacer que los hombres se mataran con solo pensarlo. Un tiempo distante y feliz en el que todo era mucho más simple. Intentó sonreír, pero lo cierto era que últimamente no le resultaba demasiado sencillo. Además, en aquella época su mundo era mucho más pequeño y sus problemas proporcionalmente más grandes. Hacía algunos meses se había enfrentado a un hombre jaguar en la meseta de Sachia, y vencer en ese combate le había resultado más fácil que derrotar a Mati la Pecosa, hija de una tejedora de Calgaria, a los seis años, en la orilla de un riachuelo de Gradar. Y en Mati pensaba, tratando de que sus labios se curvaran, mientras las patas de Isola exprimían la tierra bajo sus herraduras.
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