LOS CUENTOS DEL CONEJO DE LA LUNA
María José Alcaraz Meza
Un rey loco, una estrella triste y un niño que colecciona relojes, son algunos de los personajes que aparecen en los cuentos que la Luna comparte con su conejo, para que en las noches oscuras se los lleve a las mentes atormentadas que buscan consuelo.
Todos los cuentos se entrecruzan en la vida y el viaje de Mirae, una niña que nació con sus alas quebradas y abandonó el trono de una ciudad en los cielos para ser peregrina en un mundo gobernado por dragones, luego en otros habitados por sombras, demonios y bestias, a través de portales que pudo abrir con su magia.
Sus saltos de un mundo a otro, también fueron saltos en los tiempos. Su viaje la llevó muy lejos de aquel trono en el Verdadero Norte que era suyo por pertenecer a un antiguo linaje de reinas solitarias. La oscuridad cubrió el desierto blanco que rodeaba la ciudadela, donde se aguardó por años su regreso. Les dio esperanza una profecía que anunciaba el arribo de una extranjera que empuñaría la espada con la cual se libraría la última batalla en los hielos para desterrar a la oscuridad.
Maria José Alcaraz Meza nació en San Luis del Palmar, Corrientes, conocido como el Pueblo Peregrino. Fue una ciudad a otra, de una vocación a otra, y finalmente llegó a ser periodista, actualmente dedicada a la redacción de noticias y guiones. Este libro surge del trabajo de recopilación de cuentos dispersos que fueron escritos en el transcurso de diez años y se unen en la historia de Mirae.
Alcaraz Meza, María José
Cuentos al conejo de la luna / María José Alcaraz Meza. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Imaginante, 2022
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-8919-43-0
1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos Fantásticos. I. Título.
CDD A863
Edición: Oscar Fortuna.
Correcciones: Paloma Vidal Ruiz.
Maquetación: Laura Erijimovich.
© 2022, María José Alcaraz Meza
© De esta edición:
2022 - Editorial Imaginante.
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ISBN 978-987-8919-43-0
Conversión a formato digital: Libresque
Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra.
El tiempo se escapa como una nube, como las naves, como una sombra.
Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus.
Pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo.
Carpe diem, quam minimum credula postero.
Vive el día presente, no confíes en el mañana.
Memento mori.
Recuerda que eres mortal.
EQUINOCCIO DE PRIMAVERA
Había una vez una estrella que se enamoró de un rey. Cada atardecer se acercaba al balcón del palacio celestial a admirar al rey que sentado en su trono impartía justicia y era generoso con sus súbditos. Sus nobles maneras, así como la firmeza de su carácter, le inspiraron un sentimiento que con los años fue amor. Suspiraba desde el balcón del palacio celestial, su luz menguaba un poco por la angustia de ser lejana, y en las noches que el castillo abría sus puertas a princesas de todos los reinos, soñaba con ser una y poder tocar con su mano al rey. Pero su mano quedaba colgando en el aire, demasiado lejos como para llegar a él. Si acaso el monarca alzaba su mirada al cielo, lo único que alcanzaba a distinguir era un brillo vacilante, triste, de una estrella que rogaba su amor.
Cierto día, esta estrella huyó del palacio celestial, con sus pies descalzos y su vestido de niebla. Corrió por las calles empedradas de la aldea, cruzó los puentes bajo los cuales el agua se agitaba, subió las escaleras que la llevaron hasta la puerta del castillo del rey que amaba. Esta se abrió para que la comitiva real saliera a su paseo de todas las mañanas y se llevaron la sorpresa de encontrar a una doncella interponiéndose en el camino. El rey se enamoró de ella con solo verla, se enamoró tan profundamente que caminó hasta poder tocar su rostro, y como el único deseo de la estrella era esta cercanía real, se dio la vuelta para escapar. Corrió las calles, cruzó los puentes y las escaleras, buscó el camino entre las nubes que la llevaría de regreso al palacio celestial, pero el rey había corrido tras ella, la tomó de la mano en su huida y se aferró a su estrella, para toda la vida.
El rey estaba loco. Era prisionero de los delirios de su mente, y por orden de sus aristocráticos amigos, también lo era en una de las torres más altas del castillo. Su demencia no debía abandonar el castillo, no podía conocerse en el reino, a riesgo de que los plebeyos perdieran el respeto por la corona.
Habían sentado en el trono a la princesa Laira, única hija del rey Cyro, una niña que había vivido trece inviernos, y sobrevivido a la angustia de la muerte de su madre y la demencia de su padre. En las cenas cada vez más recurrentes de los aristocráticos, se hablaba de la elección de un consejero para que acompañara a la niña cuando la coronaran reina. En las discusiones se escuchaban voces embusteras, que juraban su lealtad a la princesa y codiciaban el poder del trono. El padrino de la niña era un viejo duque que escuchaba más de lo que hablaba, y había pedido a la nodriza de la niña que la protegiera de la manipulación de los nobles.
La princesa se escondía en la torre de su padre y dormía en un sillón, acurrucada como un animalito asustado. En una de esas noches de interminables sueños, el suspiro de las puertas del balcón al abrirse llegó hasta sus oídos y, con miedo, entreabrió sus ojos para ver quién entraba a la torre. Era un conejo hecho de niebla blanca, que con sus saltos dejaba un rastro luminoso. Saltó de un lado al otro de la cama del rey, cubriéndolo de arcos de niebla, que como puentes de ensueño dejaban pasar pensamientos y recuerdos del hombre. Y cuando una sombra cubrió la luz de la luna que caía sobre ellos, el conejo escapó de la torre hacia algún lugar fuera del balcón.
* * *
La nodriza guardó el secreto de lo que había visto la princesa Laira, y no hubo explicación alguna para este suceso, salvo que se tratara de uno de sus sueños, hasta la visita de una dama al castillo, Lady Reah. Se le podía dar el trato de una condesa por la elegancia de su porte y sus maneras, pero había perdido este título hace mucho tiempo. Se sentó al lado de la princesa en una banca de piedra, en el jardín de los rosedales, y susurró para ella:
—Cada noche, Su Majestad recibe la visita del conejo de la Luna en su torre y es este quien ha robado su cordura…
Del rico vestido de la dama se elevaba un aroma a rosas que, en pleno jardín lleno de ese olor, inspiró una sensación nauseabunda a la nariz de la niña. Pero a su desagrado se impuso la confirmación del extraño suceso de noches anteriores, por lo que buscó la cercanía de la dama para entender lo que había visto.
—Cerraré las puertas del balcón de mi padre, con siete llaves, para que el conejo no vuelva a entrar.
La dama meneó la cabeza.
—Encontrará la manera, los conejos son animales huidizos.
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