EXABRUPTOSMil veces al borde del abismo Autor: M. Iván Ibarra A. Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago, Chile. Fonos: 56-224153230, 56-224153208. www.editorialforja.cl info@editorialforja.clPrimera edición: septiembre, 2021. Edición electrónica: Sergio Cruz Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.
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Registro de Propiedad Intelectual: N° 189.902
ISBN: Nº 9789563385359
eISBN: Nº 9789563385366
Dedicado
A Patricia.
A mis hijos Iván, Daniel y Patricia.
A mis nietos Josefa y Emilio.
A los diecinueve años, Ramiro Torres Mateluna salió de su hogar natal para dedicarse a conocer mundo y experimentar todo lo que no pudo mientras vivía con sus padres. El haber crecido en una iglesia pentecostal, donde las reglas fundamentales eran no poner en duda la evidencia de la existencia de un Dios –castigador y un tanto veleidoso, según su propia interpretación– y no desviarse de las normas establecidas por la iglesia so pena de caer en horrendo pecado, habían hecho del joven un verdadero inconformista y constante buscador de la verdad, lo que le permitiría conocerse mejor a sí mismo y a los demás. Necesitaba saber por qué estos líderes autodesignados predicaban una cosa y actuaban de acuerdo a sus propios intereses. Él no podía aceptar que el cristiano no fuera digno de actuar de acuerdo a su propio albedrío y menos que Dios fuera como se lo predicaban. Él era amor, entrega, sacrificio y consolación, nos había dado una inteligencia muy superior a todo otro ser viviente sobre la faz de la tierra; habíamos sido hechos a su imagen y semejanza, por lo tanto, todo lo que hiciéramos iba a ser juzgado o recompensado en algún momento de acuerdo a nuestros propios actos.
Esta búsqueda lo llevó a conocer todo aquello que le fue coartado o prohibido. Eso que algunos llamaban maldad, para él pasó a ser emociones nuevas, conocimiento y grandeza. Emociones como aquella ocurrida en el barrio puerto, cuando por ayudar a una amiga a que se acostara con un gringo, estuvo a punto de ser arrestado por los marines de la Unitas bajo el cargo de tratante. Si no hubiese sido por su vasto conocimiento de todos los escondrijos del sector, los gringos le habrían sacado la cresta a palos y después lo habrían entregado a los navales chilenos.
La primera vez que se acostó con una prostituta, también fue uno de los grandes sucesos en su vida. Fue esa tarde en que el Pelao Enrique y el Chueco Aníbal se confabularon para venderlo a la Tía Rebeca por unas cuantas botellas de pisco y algunas bebidas. Ese día entró al oscuro mundo de las bajas relaciones, de amigos sin escrúpulos y de mujeres que pagaban gruesas cantidades de dinero por poseer a un cabrito virgen. La Tía inspeccionaba directamente la mercadería, para luego transarla sin intermediarios. Damas prominentes, de trato muy reservado y especial, eran las favorecidas.
Las emociones y sensaciones de aquella primera vez fueron fuertes, matizadas de vergüenza por la falta de experiencia –candidez, por decir lo menos– y por aquel desánimo juvenil y natural al verse manejado como un conejillo. No obstante, aquella mujer, de la cual ni siquiera supo su nombre, lo gozó y disfrutó toda la noche, entregada a su propia lujuria y alegría de haber descartuchado a otro más.
Fue así como también conoció a Claudia, bailarina del Oasis, quien lo impresionó a primera vista. Este estremecedor episodio de su vida, “todo lo hago para pagar mi carrera universitaria y para ayudar a mi pobre madre enferma”, logró calar profundo en su corazón sencillo y todavía crédulo. Entonces, por iniciativa propia y sin que nadie lo presionara, comenzó a ayudarla con algún dinero; total, lo que ganaba se lo permitía. Obviamente, llegó el momento en que cayó en la cuenta de que Claudia también percibía otros pesitos ejerciendo la prostitución. Su mundo no se derrumbó, pero si cambió en él la disposición para ver las cosas. Aunque se sentía defraudado, ideó una fórmula para entenderla mejor, y lo logró; iniciaron un idilio muy particular, que duró hasta que ella le confesara su embarazo. En un primer momento, se llenó de felicidad, pero ya más frío y calculador, sacó sus debidas cuentas; era imposible que fuera de él, sin embargo, la situación nunca pudo ser aclarada. Solo y atormentado, en una tarde gris de otoño, se despidió para siempre de ella. El tren partía hacia el sur, llevándose una parte importante de su vida, dejándolo perdido y desilusionado.
Así era la vida, no tan solo en el puerto, sino como tal, como vivencia; psicología de la vida, escucharía posteriormente en un casete de crecimiento personal.
No obstante, visualizando nuevas perspectivas para su futuro, tomó la decisión de seguir estudiando y se matriculó, aunque un poco tarde, en el Colegio Municipal para Adultos de la ciudad florida, donde completaría la Enseñanza Media, que tan necesaria se había tornado para poder encontrar un trabajo medianamente bueno. Allí conoció a mucha gente, entre ella a profesores de marcada tendencia marxista, con los cuales mantuvo buenas relaciones estudiantiles, pero no muy importantes en lo político. Nunca se había sentido identificado con alguna tendencia en particular, solo simpatizaba con aquellos que predicaban ideas que beneficiaran verdaderamente a los más desposeídos y a aquellos que nunca iban a tener un espacio para difundir sus propias opiniones. Él era pobre, provenía de un hogar humilde, donde lo único con valor material era la finca adquirida por su viejo a precio de huevo y que, después, la heredó en vida, así que estas posiciones algo remecían su corazón. En los debates políticos a los que estaban acostumbrados los alumnos, no participaba activamente, solo escuchaba y de vez en cuando movía la cabeza, apoyando o vetando alguna moción.
Para él la política era hermosa y un tanto romántica, pero consideraba que, en el último tiempo, algunos elementos la habían ensuciado y ya no era tan atractiva, principalmente para la juventud, que no se sentía partícipe de las decisiones que tomaban los mismos de siempre. Muchas de estas personalidades, daba lo mismo la ideología que profesaran, eran un montón de pillos que solo buscaban el poder para enriquecerse, apitutar a familiares y amigos, y recibir coimas cuando fuera necesario. Las acusaciones de corrupción y las querellas por ofensas y calumnias, iban y venían, pero nadie le ponía el cascabel al gato. Incluso un gran poder del Estado, como el Judicial, constantemente se veía sobrepasado por los arrebatos arbitrarios, fuera de toda ética, de algunos jueces y abogados que solo atinaban a congraciarse con sus defendidos, independiente de si estos eran o no culpables, para obtener beneficios mutuos.
Como sus fines de semana eran una verdadera incertidumbre para quien apostara algo sobre lo que haría, ese sábado no escapaba a la regla. Se dirigió al departamento y aun cuando no era muy amigo del café, se preparó uno bien negro y un par de tostadas con mermelada. No sentía hambre ni sueño, pero sí una gran sensación de vacío en el estómago, ya un tanto acostumbrado al ritmo de vida al que lo obligaba su dueño. Se dirigió hacia la puerta del ventanal que daba a la calle y abrió una de las hojas. Dio un paso hacia delante y el pequeño balcón de madera crujió con su peso, recordándole con ello que no soportaría por mucho tiempo los embates del tiempo y de la humedad, pero aún su sueldo no le daba para pagar otra cosa mejor.
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