Miguel Iván Ibarra Aburto - Exabruptos. Mil veces al borde del abismo

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Exabruptos. Mil veces al borde del abismo: краткое содержание, описание и аннотация

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Ramiro Torres, el protagonista de Exabruptos, marcha por su mundo de ficción obsesionado por un hedonismo que no le permite ver lo que ha ido conquistando en la vida. Aún cuando sus propios sentimientos le indican que su vida familiar tiene un valor poco usual, Ramiro está siempre dispuesto a arrojarlo todo por la borda cuando se trata de conseguir esa falda que acaba de aparecérsele en el camino.
Así, no es casual que amables fantasmas de otrora reaparezcan para complicarle la existencia. Sin embargo, en esta primera novela de Miguel Ibarra, las mujeres no lo son todo en la vida de su personaje. Ramiro Torres también está comprometido con un lado oscuro, con un peligroso mundo de espías e intereses geopolíticos, que lo lleva a viajar fuera de Chile y que lo catapulta al centro mismo de la aventura.
Y en ese sitio, por supuesto, también hay más de una mujer.

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La puerta del dormitorio quedó entreabierta, por lo que Ana María pudo contemplar aquella maravillosa escena. Los observó y no pudo menos que sonreír camino a su propio dormitorio.

Mientras Ana María se ponía el traje de baño se escuchó la suave voz que llamaba frente a su puerta.

–¡Ya abro! gritó. Hizo una rápida maniobra con la cruzada de los tirantes del traje y se chantó una solera veraniega. Abrió la puerta. Ramiro esperaba, apoyada la espalda en la pared del pasillo.

–Solo quería conocer tu residencia –explicó–. Siempre y cuando... tú me dejes, por cierto.

Lo miró como si quisiera decirle que todo lo que salía de él era importante para ella, pero se retuvo. Movió amorosamente la cabeza, sonrió y le invitó a pasar.

–¡ Hum ! –exclamaba él a medida que daba vueltas la cabeza y se encontraba con novedades–. La tienes muy bien adornada. Desde que tú llegaste, nunca había entrado a esta habitación. Veo que valió la pena tanta espera.

–Gracias –dijo ella, feliz–. Aquí es donde vivo, por eso la mantengo así. Nunca me había sentido tan cómoda como en esta pieza.

Él, mientras escuchaba, fijó la vista en la cama de una plaza.

–¿Qué significa ese perro semidormido que está sobre tu almohada? ¿Es algún regalo especial?

La muchacha alargó los brazos y tomó cuidadosamente al desarrapado peluche.

–Es un recuerdo que he guardado desde niña, señor. Me lo regaló mi madre antes de partir.

Le pasó la mano por el lomo y posteriormente le acomodó la cola.

–Está un poco viejo y deteriorado, pero... los perros me encantan.

–¿Y este otro de acá?

–Ese es un conejo, y me lo regaló la señora Sara, cuando aún no se aburría de mí –agregó sin pena.

–Y los osos... ¿te gustan?

–¡Todos los peluches me encantan! –saltó la chica. Luego acotó–: Ellos me ayudan a no pensar que estoy sola.

–¿Sola? ¿De verdad te sientes sola?

–Realmente es en una forma... A ver cómo le digo. O sea... no de soledad física. Es una soledad... no sé; mental, podría ser. No sé cómo explicarme.

Ramiro se acercó y la observó detenidamente. Ella bajó la vista e intentó moverse de donde estaba.

A los ojos experimentados de aquel mujeriego, ella era una joven mujer deseable para cualquier hombre. Pese a ello, no sabía por qué tenía cierto temor de acercarse y tomarla entre sus brazos. Intuía que Any lo deseaba tanto como él a ella. Se había percatado de sus miradas y de sus muestras de interés hacia él. Pero sumando y restando, lo maravilloso de todo era sencillamente eso. El poseerla quizá ayudaría a hundirse más en sus problemas de infidelidad, y además el esquema de vida de la muchacha solo le acarrearía problemas. Sin embargo, en ese momento estaba al borde de sucumbir en un mar de deseo. Ese cuerpo se le estaba entregando en bandeja de plata. La abrazó y sintió cómo sus latidos se confundían con los de ella. Asimismo, pudo palpar la lozanía de esa piel fresca y joven y escuchar el respirar agitado junto a su oreja.

–¡Te quiero! –le dijo en un susurro. Luego con las manos remeció levemente sus mandíbulas–. Eres joven y bella, pero no me podrás ganar al fútbol.

Ana María sonrió coqueta. Sintieron los pasos de Cristián en el pasillo. El niño venía hacia ellos con la pelota de fútbol entre los brazos. Los tres se miraron y tomaron rumbo al ascensor. Ana y Ramiro respiraban tranquilos, sabiendo que se habían dicho mucho sin decir nada.

Esa tarde de playa fue fantástica. El equipo compuesto por Cristián y Ana María había puesto en jaque el buen juego del experimentado Ramiro, obligándolo a entregar el máximo de esfuerzo y dejar todo en la cancha para poder ganarles por cinco goles a cuatro. No obstante, tuvo que aceptar la humillación de ser agredido físicamente por sus contendores, cuando decidieron subirse en masa al montoncito , del cual solo pudo zafarse a costa de muchas cosquillas y rezongos. Claro está que el desquite fue bastante frío, pues del chapuzón de agua helada nadie se libró; hubo carreras, pataleos, gritos, solicitudes de clemencia, pero el castigo cayó igual. Empapados, los dos adultos decidieron tirarse sobre la arena para secarse, mientras Cristián, incansable, comenzaba la extenuante labor de construir un castillo, con un canal de cocodrilos incluido. Luego de convencerlo de que sería un poco largo el proceso, se limitó a construcciones menores. Un puente sobre un canal que debía mantenerse permanentemente con agua, fue el objetivo. Al final de tanta carrera hacia la orilla para acarrear el líquido, todos terminaron exhaustos y con no poca hambre, por lo que decidieron ir a tomar once. Ana María, quien a esa altura ya manejaba muy bien los asuntos de cocina y siendo una aventajada estudiante en la repostería, se ofreció para hacer panqueques, que luego fueron rellenados con mermelada algunos y otros con manjar, tarea a la cual debieron sumarse los dos hombres.

El resto de la tarde fue comer y reír.

En la noche, cuando su hijo se hubo dormido, Ramiro entrecerró la puerta y se fue a acomodar frente al televisor del living. Las noticias eran las de siempre. Balaceras, cadenazos a los cables del alumbrado y barricadas en el sector sur de Santiago. Viña del Mar y Valparaíso no se quedaban atrás. El general Pinochet era repudiado por los países que manejaban la política mundial y el presidente de la Federación del Trabajo era relegado a una región sureña. En el ámbito deportivo, Chile seguía con su misma tradición: depender de las matemáticas para clasificar en algún torneo sudamericano. Colo-Colo volvía a salir campeón en la Liga Nacional, y la Universidad de Chile ganaba un cupo para la Copa Libertadores.

No se dio ni cuenta cuando Ana María lo remeció suavemente para despertarlo. Se restregó los ojos con las manos y se estiró sobre el respaldo del sillón.

–¿Y en qué terminaron las noticias? –preguntó, desorientado.

–No lo sé. Yo entré a la ducha cuando todavía no se dormía –contestó.

–¿Te mojaste el pelo, amorcito? –dijo, luego de observarla.

¡Sí! Estoy acostumbrada a hacerlo. No me pasa nada.

–Está bien, pero de todas maneras sécatelo un poco, ¿ya?

–¡Ajá! Así lo haré.

Ana María se había puesto a medias su blusón pijama, que solamente se mantenía sujeto por dos botones desalineados a la altura del ombligo. Las uñas de los dedos de los pies desnudos mostraban una exquisita y suave mano de esmalte rosado, haciendo resaltar esas piernas llenas de vida, mientras que algunas gotas de agua le escurrían a través del cuello y, después, caían en el canal que dividía aquellos precoces senos, cubiertos ligeramente por un corpiño negro. Ramiro la contemplaba azorado. ¿Qué pasaría si él la poseyera como lo estaba deseando? ¿Sería esta joven mujer, capaz de guardar el secreto? Ana María se sentó en el sillón de tres cuerpos y se agachó para acomodar la cara entre las manos. Apoyó los codos en las rodillas y sin mover ni una pestaña, solo sonrió.

–Anita, por favor, no me mires así –suplicó, excitado.

–¿Quiere que desaparezca y me vaya a acostar? –preguntó, enderezándose.

–Realmente no sé. O más bien... si sé lo que quiero, pero no sé si hacerlo. Tengo una gran confusión.

–¿Confundido? ¿Don Ramiro confundido? ¡Eso sí que es grandioso!

–No te burles, Anita, no soy perfecto. También a veces dudo de mis actos.

La chica se levantó y se acercó a él, le pasó la mano por la cabeza y sin decir nada lo besó en la mejilla y se fue a su pieza.

Ramiro apagó el televisor y fue a la despensa a buscar un trago. Rebuscó en el mueble y sacó una botella de Jack Daniel´s. Echó tres cubos de hielo a un vaso y lo llenó de whisky hasta el límite. Metió los dedos en el líquido y revolvió compulsivamente la bebida con el hielo y se echó un gran sorbo. El licor le quemó hasta las entrañas, tal vez desatando todos aquellos nudos de preocupación y remordimiento.

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