Víctor De la Vega - El islote de los desechos

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Una historia desconocida en la II Guerra Mundial
Durante la II Guerra Mundial se cometieron atrocidades en contra de la humanidad. La historia que tienes entre tus manos está basada en hechos reales. Entre sus páginas encontrarás la lucha por la supervivencia de una familia judía, pero también descubrirás lo que se escondía en el islote de los desechos, lugar donde los alemanes abandonaban a su suerte a las víctimas de los abominables experimentos llevados a cabo por los científicos de Hitler.
Oculto entre la maleza del islote, un espía inglés unirá fuerzas con otros condenados para alcanzar la libertad.

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Por supuesto que no diría nada a sus amigos de lo sucedido en ese primer encuentro, lo guardaría solo para él, pero tenía toda la intención de seguir con el juego y llevar la situación al límite.

Esperaría hasta el siguiente día para ver cómo se comportaba Raúl. Kwan era un hombre muy observador, muy inquisitivo e intuitivo.

Les quedaba la mitad de la botella de whisky y no se irían de ahí hasta terminarla. Eran buenos bebedores, no les importaba comportarse como adolescentes cuando estaban ebrios, disfrutaban al máximo la vida cuando se reunían, no querían que esas ocasiones fueran en vano.

Mientras ellos continuaban con el tema de los españoles, los chicos llegaban al apartamento de ella, no muy lejos del bar, después de recoger una maleta pequeña con algunos regalos que Raúl le comprara a Lola en Madrid.

Un apartamento pequeño, pero muy confortable, decorado con buen gusto, todo colocado en su lugar preciso, como le gustaban a ella las cosas.

Le sugirió a su novio que se pusiera cómodo mientras ella se daba una ducha.

Él le mencionó que tenía hambre y quiso saber si había por ahí cerca un lugar para pedir algo de cenar, eran poco más de las diez de la noche.

Afuera se sentía algo de calor, pero ahí dentro el ambiente era muy relajante.

Ella le dijo que en la nevera tenía jamón, queso y algunas verduras para preparar unos sándwiches con los que calmar el apetito.

A Raúl le gustaba cocinar. Efectivamente, encontró el pan y todo lo necesario para preparar el tentempié.

Cuando Lola salió de la ducha, la cena estaba lista en la mesa del comedor: un buen sándwich para cada uno y una botella de vino tinto lista para servirse.

Con la mirada fija en el cuerpo de ella, que lucía una bata fina y transparente, se acercó para besarla. Ella aceptó un beso apasionado, largo, donde sus lenguas se buscaban con desespero.

Lo apartó con una sonrisa coqueta, le sugirió que primero la cena, luego lo demás.

Con una actitud relajada se sentaron, él sirvió el vino y brindaron por estar juntos otra vez. Enseguida comieron sus porciones al tiempo que se ponían al día con lo acontecido en España y con los amigos en común, hasta que llegó la pregunta del millón.

—Y dime ―se atrevió Raúl―, ¿cuáles son tus planes?, ¿qué piensas hacer? Y nuestra relación, ¿seguirá? ¿O has cambiado tu forma de ser y pensar? Porque en los últimos meses te noto más fría y distante.

—Esta noche no quiero hablar de eso ―dijo ella acercándose sensualmente por detrás de él, que permanecía sentado.

Lo rodeó con sus brazos y metió sus cálidas manos por debajo de la camisa de él, acariciando su pecho mientras él sentía su agitado aliento en sus oídos y sus pechos tocando sus hombros.

Se le calentó la sangre cuando las suaves manos se deslizaron hasta su vientre y lentamente bajaron un poco más.

Se levantó, se puso frente a ella y fundieron sus bocas en besos largos y húmedos. Sintió los pezones de ella en su pecho, lo que lo encendió mucho más.

Ella le despojaba la camisa a tirones, él se dejaba llevar por los impulsos de ambos. El atlético muchacho la cargó en sus brazos y, sin despegar sus bocas ardientes, se dirigió a la habitación. Juntos se tiraron en la cama, las caricias con sus bocas no cesaban, sus manos se recorrieron todo, se embriagaron con el olor de la piel de cada uno. No hubo palabras, un lenguaje corporal que no necesita de letras, solo gemidos de placer y caricias que desbordan la imaginación.

Tuvieron sexo, hicieron el amor, después de varios meses sin verse sus deseos esperaban a encontrarse.

Rendidos, ya tarde en la noche se quedaron dormidos abrazándose.

21 de junio de 1996

La mañana del viernes los sorprendió al entrar los rayos solares por una pequeña abertura entre una cortina y otra de la ventana que daba a la calle.

Raúl se levantó sin hacer ruido y se dio una ducha. Acto seguido, se dirigió una vez más a la cocina. Preparó café, hizo pan tostado con mermelada de fresa, lo colocó sobre una bandeja y se aseguró de que Lola estuviera despierta para llevar el desayuno a la cama.

Con una sonrisa de satisfacción, ella le recibió apoyada en el respaldo de la cama. Él se acercó y le dio un beso tierno en la boca, ella se dejó consentir.

Él sentado a la orilla de la cama acercó la bandeja, y tomaron el desayuno juntos.

El plan para ese día fue salir a pasear por Londres hasta las tres de la tarde. Luego ella debía acudir con su editor por cuestiones de publicidad y revisión de sus proyectos hasta bien entrada la noche.

Así él estaría libre para reunirse con sus nuevos amigos como habían quedado.

Felices por el encuentro se prepararon para salir.

Caminaron por las calles, tomaron el metro para llegar hasta Camden Town. Andando por entre los puestos del mercadillo se divertían. Cuando llegaron a la calle Camden High, llamaron su atención las tiendas con sus llamativas y pintorescas fachadas. Pasaron gran parte de la mañana recorriendo el lugar y después se fueron a comer al Borough Market. Ahí se deleitaron con una paella mixta. Raúl estaba fascinado por el recorrido que hacía en poco tiempo, pero aún faltaba una última visita: le llevó a conocer el Tower Bridge. Entraron para ver el funcionamiento de la máquina que lo eleva, cruzaron por la pasarela de cristal transparente y desde ahí su vista contemplaba parte de la hermosa ciudad.

Como ya estaban sobre la hora, regresaron con prisa al apartamento. Con calor en sus cuerpos por la caminata, se pusieron cómodos. Lola le indicó que podría salir y pasear por algunas calles cercanas para conocer el entorno mientras llegara la hora de reunirse con sus amigos o quedarse a descansar viendo algo en la televisión. Ella se dio una ducha rápida y se vistió como era su costumbre. Llevaba una falda corta en color rojo, una camiseta blanca de tirantes mostrando parte de sus senos, de los que tanto presumía, y zapatos de tacón marrones. Salió apresurada llevando entre sus manos algunos cuadernos de apuntes, se despidieron con un beso en la boca.

Con más calma, Raúl se desnudó y se metió a la ducha. No pensaba en lo que conoció esa mañana, aunque todo lo que vio le encantó, más bien sus pensamientos giraban en torno a su relación con Lola. Había cierta incertidumbre en el aire, lo percibía, pero de algún modo lo aceptaba, o se resignaba. Ella buscaba con insistencia el reconocimiento como escritora y estaba luchando con todo para lograrlo.

El agua fría le golpeaba su cabeza, pero le era agradable, recorría su anatomía con una sensación placentera. Meditaba con tranquilidad en todo lo que podría ocurrir, se estaba preparando mentalmente para cualquier cosa, no quería que la decisión de su novia lo tomara por sorpresa.

Permaneció un rato bajo el chorro de agua, sentía como un masaje relajante el líquido al recorrer su cuerpo. Cuando lo dispuso salió del baño, se tumbó en el sofá y se quedó mirando el techo que adornaba su centro con un cuadrado en moldura, todo pintado de blanco. No quería pensar en nada más, dejaría que las cosas surgieran como tuvieran que ser.

Dejó pasar el tiempo ahí recostado. Por momentos se levantaba y se quedaba frente a la ventana viendo el pasar de la gente caminando por la acera. Encendió el televisor, pero no le prestaba atención, fue más bien para no sentirse tan solo.

A las seis salió a caminar un poco, el bar no estaba tan lejos, miró las vitrinas de algunas tiendas solo por curiosidad. Sin pensarlo más, se encaminó hasta el lugar de la cita. De los cinco fue el primero en llegar, se acercó a la barra y pidió su whisky. Notó que otra chica atendía en las mesas, no era Olga la que se encargaba del trabajo esa tarde.

Pidió una cerveza también, tomaba un sorbo de whisky y un trago de cerveza.

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