ESCRITOS POR:
GEORGETTE Y. ALTAMIRANO
ALENA R . ZUART
SERGIO ESQUIVIAS GONZÁLEZ
YULI ITZEL FLORES HERNÁNDEZ
JOEL ANTONIO NAVARRO DEL REAL
BELÉN CAROLINA GARCÍA IBARRA
18 de mayo, 2110. “New Age”, antigua ciudad de Melbourne, Australia.
Toco mi cabello suavemente, apartándolo apenas unos centímetros, y el flash se vuelve loco.
—¡Eso, Marissa! ¡Dámelo todo, vamos! ¡Tócate el rostro, enamora a la cámara! ¿Eres un androide de compañía o una modelo? ¡Vamos, nena!
Hago lo que Michaell me dice, es un gran fotógrafo, con él soy más coqueta y mis pestañas no dejan de agitarse. Soy feliz modelando ante las cámaras. Todos dicen que mi sonrisa es perfecta e incluso me comparan con una tal Marilyn no sé qué, una chica considerada algo así como modelo de toda una época, pero cada vez que le preguntó por ella a Angelo, mi mánager, me dice que no es nada por lo que debiera preocuparme.
Sinceramente, no me importa quién es Marilyn y si Angelo dice que no es importante debe tener razón. Él fue quien me encontró en las calles y me convirtió en modelo, después de todo le debo mi vida entera, además es mi tutor.
—¡Perfecto! —Michaell suspira satisfecho y sonríe—. Has estado perfecta como siempre, Marissa. Prepárate para ver tus fotos en la nueva entrega de Kyle Raynol’s Devicel —dice orgulloso mientras le entrega su cámara a su pequeño y bastante ágil androide de compañía; Michaell nunca me deja tocarlo, dice que es un aparato muy delicado. Kyle Raynol’s Devicel es la revista más comprada en todo el mundo, miles de números circulan por todas las redes y no hay un solo dispositivo incompatible con ella, y yo soy su modelo del año.
—¿Prepararme?, pero si verme en portadas ya no es nada nuevo —sonrío con el ego por las nubes. Angelo me dice que ese es mi principal atractivo, la seguridad, y que se ha acentuado con la edad. Soy joven, apenas tengo veintidós años, pero desde que era una niña mi carácter es así.
—¡Ja, ja, ja! Mi querida Marissa, siempre tan modesta —Michaell se acerca y besa mis mejillas—. Debo partir, no me detengas, cariño.
—¿Ni siquiera me invitarás a comer por este gran éxito? —camino detrás de él hacia la entrada, se detiene, gira, sonríe y toma mi abrigo del perchero, sorprendiéndome. Nunca antes hemos salido a comer, todo ha sido servicio a la habitación.
—¿Cómo negarte algo a ti, lindura? —me pone el abrigo y veo apenas por unos segundos sus uñas largas color rosa.
Caminamos a través del frío de la ciudad, con los autos pequeños deslizándose por las calles en sus respectivos carriles. El otoño ya casi llega a su fin y hay fuertes vientos. Llevo puestos un gorro que oculta todo mi cabello rubio y lentes oscuros para mis ojos azules. No es que la fama me moleste, pero prefiero llegar sin contratiempos al mejor restaurante de todo New Age y disfrutar de una cena tranquila. Michaell se encarga de vender mis fotos al mejor postor; es exorbitante la cantidad de dinero que las revistas pagan por ellas. Eso y lo recaudado por mis papeles protagónicos en distintas películas nos han dado a los tres una vida llena de lujos, digna de dioses.
—Nena, te lo juro, este frío no se sentía hace años. Maldito calentamiento global.
—¿Hace años? —Michaell asiente mirando a su celular.
—Sí, en 2080 el frío ya era incómodo, pero desde 2103 comenzó a subir y subir y ahora cae nieve desde mediados de otoño, ¡y no me hagas hablar del maldito verano! Ya no puedes ir a ninguna playa que no tenga mallasombra sobre la arena, el calor es extremo, están atiborradas de gente, de obreros, son un maldito infierno, ¡imposible vivir ahí sin aire acondicionado! —me mira para observar mi expresión y sus ojos se abren con miedo—. Ay, princesa, pero tú no debes preocuparte por esas cosas, son asuntos de humanos.
—¿Humanos? Pero también somos humanos, Mich —lo veo aclararse la garganta, un gesto que hace cuando no sabe qué decir.
—Sí, claro, lo somos, pero hablo de personas inferiores, ya sabes, los que no viven como nosotros, con nuestros lujos —frunzo el ceño. Hay algo que no me está diciendo, pero debo ser inteligente si quiero sacarle la verdad.
—Oh, entiendo —sonrío y finjo que no me preocupo más por el tema. Lo veo creerme y sigue mirando su celular, soy buena actriz.
Al llegar al restaurante un camarero nos lleva a nuestra mesa, después nos toma la orden y me mira más de la cuenta. Pienso que quizá me ha reconocido y va a pedirme un autógrafo, pero al quitarme las gafas y mirarlo a los ojos el tiempo parece congelarse. Hay algo en él que me resulta familiar.
—¿Tienen foile de oca a la plancha?
El mesero y yo giramos a verlo como si hubiéramos hecho algo malo, pero Michaell sigue con la vista en la carta.
—Lo lamento, señor, pero por razones legales el foile de oca ha sido prohibido —dice indiferente el chico, la placa de su nombre dice “Androide 2203”. ¿Androide? No luce como uno, los que atienden la suite donde vivo son más robotizados.
—Malditos ecologistas, ¿a quién diablos le importan los animales extintos? — animales extintos … ¿qué demonios es eso?
—Puedo sugerirle coq au vin y una botella de coñac, si le interesa.
—No, tráeme un foile de pato. ¿Y tú, nena? ¿Qué deseas? —sonrío para que Mich no sospeche nada y pido lo primero que leo.
Michaell se excusa para ir al sanitario y asiento. Normalmente no le haría caso, pero hoy todo ha sido tan extraño que me resulta imposible no seguirlo con la mirada; mientras le digo algo al mesero sigo su camino hasta el baño. Me giro y observo de frente al mesero fingiendo que no pasa nada, pero estoy tan confundida que mi cabeza se ha puesto caliente y me falla la vista. Cuando creo que nada podría ponerse peor...
Mis oídos zumban y un par de manos me toman por los hombros.
—Tenemos que irnos —cuando me giro apenas un poco noto que es el mesero, pero esta vez uno de sus ojos está brillando en un azul metálico intenso mientras mira a los lados.
—¿Eres un androide? —él me mira, confundido.
—Sí, igual a ti —mi vista se vuelve borrosa y siento mi frente calentarse todavía más. Me levanto con dificultad y lo sigo hasta donde me arrastra.
Читать дальше