Primera edición: mayo de 2021
© Copyright de la obra: Víctor De la Vega
© Copyright de la edición: Angels Fortune Editions
Código ISBN: 978-84-123328-4-1
Código ISBN digital: 978-84-123328-5-8
Depósito legal: B 7744-2021
Diseño portada: Celia Valero
Corrección: Teresa Ponce
Maquetación: Celia Valero
Edición a cargo de Ma Isabel Montes Ramírez
©Angels Fortune Editions www.angelsfortuneditions.com
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Para mis hijas Laura y Sheila,
por ser las niñas de mis ojos.
Para mi yerno Matías.
Para mis amigos:
Félix Sanches, por tanto apoyo y ayuda;
Marcelo González, por su generosidad y amistad incondicional;
Gabriel Cartes y su sobrino Diego, por ser buenos amigos;
don Peter Ulloa, por ser buena persona;
José Lepuman y Johana, por su hospitalidad.
Un reconocimiento especial para Rosa Castilla por enviarme a la persona correcta para publicar.
También un reconocimiento especial para la persona que confió en mi material y que ha hecho posible la publicación de este libro, Isabel Montes.
20 de junio de 1996

Sentado sobre la banqueta giratoria y apoyando su antebrazo en la barra del antiguo pub de la avenida Northumberland, tomaba un whisky el viejo Mathew.
Hacía mucho tiempo que frecuentaba el lugar junto con su amigo John y sus otros tres amigos, pero esta vez lo hacía solo, su compañero de muchas batallas no lo seguiría más en sus paseos diarios por las calles de Londres.
Todos los días a las siete de la tarde, en ese sitio se congregaba el grupo de veteranos de la guerra para sus largas charlas. Algunas veces jugaban a las cartas, otras veces a los dardos o cualquier otro juego de mesa, dependiendo del estado de ánimo de cada uno, o simplemente se sentaban a beber, así como a tener conversaciones muy profundas de diferentes temas. Dos semanas antes John fue sorprendido por un ataque al corazón mientras descansaba una tarde en su casa, arrebatándole la vida, y desde entonces el grupo de amigos no se reunían. Mathew acordó reanudar los encuentros considerando que ese sería el deseo de su amigo y por tal motivo estaba ahí esperando al resto de sus compañeros, tres más, todos exagentes de inteligencia ahora jubilados.
Olga, la camarera ucraniana de mediana edad, de mirada inquisitiva e inquieta, siempre alegre y coqueta, ojos azules y pelo rojizo, luciendo piernas bien delineadas por la minifalda que llevaba de uniforme, los trataba con mucha familiaridad y cariño, pues los conocía desde hacía ya mucho tiempo.
Notó la tristeza en el rostro de Mathew y amablemente le dijo unas palabras de consuelo tras enterarse de la muerte de John, mientras le acariciaba el hombro al acongojado Mathew, hablándole con su acento de extranjera.
Faltaban quince minutos para la hora indicada. Él llegó temprano y esperaba en la barra, cuando llegaran los demás ocuparían su mesa habitual del centro del local, pero pegada a la pared. Era ahí donde pasaban las horas de las tardes disfrutando de su mutua compañía.
Por lo general, a esa hora de la tarde el bar registraba una buena entrada de gente. Olga les reservaba su mesa porque eran clientes habituales y buenos consumidores; sin embargo, en esta ocasión la mesa estaba ocupada por un hombre solitario, joven, que tomaba su café con pequeños sorbos y movimientos lentos, sin prisa por terminar.
Andrew, Ethan y Kwan entraron al pub y rápidamente localizaron a Mathew sentado frente a la barra.
Andrew, hombre de mirada penetrante, escaso pelo y totalmente cano, de ochenta y tres años, empuñaba en su mano derecha la pipa de tabaco inseparable para él. Robusto y con un andar ligero, apurando siempre a sus compañeros ―que a su gusto caminaban demasiado despacio―, era inquieto, bromista y muy risueño, amable con todo el mundo y muy educado en sus modales.
Ethan, ochenta años, el más bajo de estatura de todos, aunque en otros tiempos no lo fuera, ahora sufría de escoliosis, enfermedad que al paso del tiempo se fuera agravando, eso lo estresaba y lo mantenía con un mal humor constante. Muchas veces sus amigos le hacían bromas por su estado, siempre reían y le mencionaban con frecuencia que dejara ya de buscar objetos en el suelo al caminar. Algunos días se molestaba, otros en cambio les seguía la corriente.
La curvatura de su espina dorsal era demasiado para él, trataba constantemente de impedir que las miradas curiosas de los transeúntes lo perturbaran, pero a veces era inevitable. Con todo y su problema, el tiempo que pasaba con sus amigos lo disfrutaba al máximo.
También estaba Kwan, el más joven de todos, setenta y tres años, oriundo de Corea, pero radicado en Londres por muchísimos años, de estatura mediana, flacucho, siempre bien vestido y perfumado, con su pelo en apariencia sin arreglar, con gafas ovaladas y una risa contagiosa, muy expresivo en sus ademanes. Nunca se casó, a diferencia del resto de sus amigos, pero sí mantenía un aire de conquistador, siempre lanzando miradas coquetas y hasta algún piropo a las mujeres que llamaban su atención.
Ya estaban ahí los cuatro amigos, se saludaron con la misma familiaridad de siempre, aunque con un toque de nostalgia por el amigo que faltaba.
Miraron hacia su mesa, seguía ocupada por aquel extraño al que no habían visto antes por ahí. Olga se acercó a ellos dando explicación de por qué no les había reservado en esa oportunidad, diciendo que, como se habían ausentado por esos días, no creyó que volverían justo ahora.
No quedaba una sola mesa vacía en el bar. Los tres recién llegados se acomodaron en otras banquetas al lado de Mathew, sin decir una palabra. Este se levantó, se dirigió hacia la mesa que siempre les esperaba y se paró junto al hombre. Los demás lo observaron desde su sitio, viendo como hacía ademanes con sus manos. Mathew levantó su mano derecha llamándolos hacia él. Se encaminaron en fila hasta la mesa, saludaron cordialmente al hombre y Mathew les comentó que no había problema con compartir la mesa. Una vez que se hubieron acomodado, se presentaron uno a uno, sacaron sus cajetillas de cigarros y comenzaron a fumar. El hombre dijo llamarse Raúl, estaba de visita por unos días en la ciudad para encontrarse con su novia, una escritora aventurera con ganas de viajar, española como él, solo que en esos momentos estaba ocupada con su editor y tendría que esperarla un par de horas más.
Andrew tomó la iniciativa y preguntó a Raúl a qué se dedicaba. Él les dijo que manejaba su propia empresa de paisajismo y decoración de interiores.
En unos cuantos minutos les dio información general de sus negocios, de su relación con Lola y de los motivos por los que ella llegó a Londres.
Tras brindar por su nueva amistad con los tragos que pidieron en la barra, Raúl preguntó a los veteranos qué hacían y cómo es que se juntaban siempre ahí.
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