©Copyright 2019, by Héctor Caro Quilodrán
hcaroq@hotmail.com
Colección El tren de las Novelas
«Firma con mi nombre»
Novela chilena, 348 páginas
Primera edición: noviembre de 2019
Edita y distribuye Editorial Santa Inés
Santa Inés 2430, La Campiña de Nos, San Bernardo de Chile
(56-2) 229335746
Facebook: Editorial Santa Inéslibrosdelaeditorial@gmail.com www.editorialsantaines.clRegistro de Propiedad Intelectual N° A-307234 ISBN: 978-956-8675-72-1 eISBN:978-956-8675-90-5 Edición Gráfica y Literaria: Patricia González Edición de Estilo y Ortografía: Tania Guzmán Fotografía Portada: Nelly Cerda Ilustración Contratapa: Daniel Sepúlveda Edición Electrónica: Sergio Cruz Impreso en Chile / Printed in Chile Derechos Reservados
Para Héctor, Lincoyán, Ximena, Millaray, Nicolás, Andreas
Palimsepto: Tablilla usada, antiguamente, para escribir en la que podía borrarse lo escrito para escribir de nuevo.
Índice
Una notable novela chilena Una notable novela chilena Rolando Rojo Redolés, destacado escritor chileno, propuesto para el Premio Nacional de Literatura 2018, escribe después de haber leído el manuscrito de « Firma con mi nombre » de Héctor Caro Quilodrán, «el autor nos entrega una notable novela chilena. Una novela que no da tregua. Pasamos de una situación a otra, de una escena a otra, de una circunstancia a otra, siempre animados por una prosa precisa y vertiginosa, entretiene y enseña. Nos encontramos con valiosas imágenes poéticas, con reflexiones admirables y un vocabulario rico en modismos y de un generoso campo semántico apropiado al entorno de la novela». Estamos frente a un libro de gran amenidad, bien escrito, con un adecuado tratamiento del tiempo, que enlaza el pasado, el presente y el porvenir y consigue brindar una visión totalizadora de la vida nacional durante el siglo veinte. Lectura muy recomendable que permite, desde el ámbito de la ficción novelesca, meditar en lo que hemos sido y somos como sociedad, junto con ponernos en contacto con un universo de personajes en cuyas vidas nos inmiscuimos con gratísimo placer para compartir sus dichas y desventuras.
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
Epílogo
Una notable novela chilena
Rolando Rojo Redolés, destacado escritor chileno, propuesto para el Premio Nacional de Literatura 2018, escribe después de haber leído el manuscrito de « Firma con mi nombre» de Héctor Caro Quilodrán, «el autor nos entrega una notable novela chilena. Una novela que no da tregua. Pasamos de una situación a otra, de una escena a otra, de una circunstancia a otra, siempre animados por una prosa precisa y vertiginosa, entretiene y enseña. Nos encontramos con valiosas imágenes poéticas, con reflexiones admirables y un vocabulario rico en modismos y de un generoso campo semántico apropiado al entorno de la novela».
Estamos frente a un libro de gran amenidad, bien escrito, con un adecuado tratamiento del tiempo, que enlaza el pasado, el presente y el porvenir y consigue brindar una visión totalizadora de la vida nacional durante el siglo veinte. Lectura muy recomendable que permite, desde el ámbito de la ficción novelesca, meditar en lo que hemos sido y somos como sociedad, junto con ponernos en contacto con un universo de personajes en cuyas vidas nos inmiscuimos con gratísimo placer para compartir sus dichas y desventuras.
Lucinda aprendió a escribir la palabra Singer de tanto verla en la máquina de coser de su madre cuando todavía no iba a la escuela, la misma que tenía por delante, de hierro, con un carrete de hilo solitario sobre su brazo negro. La emoción de tenerla después de tantos años en sus manos, la llevó a seguir con la punta de sus dedos la hermosa caligrafía de la palabra Singer, rodeada de adornos dorados y continuó hasta llegar a la manilla de la rueda, la acarició y luego la hizo girar lentamente y, después, más y más rápido hasta que la velocidad y el tiempo se condensaron en el hilo negro que pasaba por la aguja y, atrapada por su sonido embriagador, recordó de pronto a Juan, su padre, decir con una voz distinta a la habitual: «Agustina, nos vamos». El subir y bajar de la aguja la llevó a preguntarse de dónde salió esa máquina de coser que siempre estuvo acompañándola en la familia, veranos e inviernos con su rumor de eterno moscardón.
—Venía por el camino viejo, al fondo las casas patronales y arriba un cielo inocente, casi sin nubes. Serían las doce cuando sonó el balazo. Las palomas huyeron de las esquirlas del sonido, desordenando el aire con el desconcierto de sus alas. El eco del disparo lo sentí apagarse en mi pecho, pensé inmediatamente en don Germán, era el único que tenía armas que sonaran así.
—¿A qué cosa? —preguntó Juan Manuel atento a sus palabras.
—A muerte, hijo. Un presentimiento se me vino a la cabeza, se hizo más hondo cuando el alazán salió de las pesebreras a todo galope y corrí hacia allá, encontrando a don Germán muerto por su propia mano entre las patas de los caballos, con la boca abierta, llevándose su última bocanada de aire. No me atreví a cerrársela. Lo dejé rodeado de su gente, peones y sirvientas, y fui tras las huellas del caballo. Otro presentimiento me dijo que al animal lo vería moribundo en el fondo del barranco y así fue.Volví en busca de la carabina, -era mi obligación por ser el caballerizo-, y le di el tiro de gracia, viendo cómo se llevaba consigo mi cara llena de tristeza. Más tarde, tranquilicé a las bestias como lo hacía don Germán: casi metiéndose en sus orejas, confesándose con ellas, diciéndoles sus secretos. Ese día murió el amo y su caballo. Y el tiempo, para no ser menos, se tornó gris.
Apenas el finado estuvo bajo tierra llegaron los acreedores exigiendo lo suyo: tierra, plata, bienes, animales. Y de la hacienda de los Gómez, casi un país entero, no quedó ni siquiera una viuda para llorar al patrón, solo deudas. Era mucha tierra para ser despilfarrarla en una vida, pero don Germán no era cualquiera, le gustó vivir entre el todo y la nada, y se fue con la nada puesta.
La muerte es capaz de cambiar muchas cosas; la de don Germán lo cambió casi todo. Yo no quedé al margen. El nuevo administrador me despidió por orden de los acreedores.
«Des-pe-di-do». Por esa palabra dicha así se han cometido muchos crímenes. Se lo dije a Agustina sin ocultar mi impotencia y agregué:
—Ya no hay trabajo por aquí.
Y ella me respondió como si la distancia no existiese:
—Busquemos más lejos.
—Juan Manuel, la muerte de don Germán me hizo escribir mi única carta. Fueron unas pocas líneas garrapateadas con lápiz y saliva. Mi letra no era mala, pero me había ejercitado solo con mi firma. Cuando me faltaron palabras, eché al sobre la foto de la Pascuala. Esa yegua me llevó a Santiago cuando yo era jovencito a celebrar el centenario de la Independencia, el año 1910. Como ella me agrandó el mundo, le di las gracias, sacándole toda su belleza desde la tusa a la cola, delante de ministros y embajadores. El público aplaudió. Nos ganamos -ella para ser justo- la Medalla de Oro al mejor exponente de su raza. Nos sacaron una foto, -la misma que eché al sobre- y su nombre y el mío salieron en el diario.
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