La soprano dejaba salir las notas musicales con tanta fineza que el público eufórico aplaudía, y yo, cautivado por tan bella experiencia, abrazaba y besaba a mi esposa.
Pero algo no estaba bien en el sueño, había risas burlonas y gritos sin motivo aparente. Entonces desperté sobresaltado. Sí, había una soprano parada de frente al enorme lago, cantaba como una verdadera artista, imaginando que las luces de la otra orilla, aunque lejana, eran su público.
Por otro lado, se escuchaba un bullicio provocado por otros seres, que, con sorprendente energía, caminaban de un lado a otro como si se encontraran en pleno centro de cualquier ciudad grande del mundo.
Al permanecer parado cerca de la puerta vi con incredulidad como algunas mujeres caminaban en círculos con largas ropas sucias y maltrechas. A pesar del frío y la fina lluvia que comenzó a descender, tanto hombres como mujeres se paseaban, algunos tomados de la mano. Era tan extraño todo, tan irreal, como una de esas pesadillas que oprimen el pecho hasta casi asfixiar a la persona.
Todo este trastorno ocasionado en los habitantes del islote no era asimilado por mi cerebro, al que cada segundo en el tiempo lo desconcertaba mucho más.
Noté con asombro semejante cambio, sin dejar de escuchar a la «artista», que embelesada se entregaba a su público imaginario en la lejanía.
Me intrigó la situación, pero también mi cuerpo reclamaba descanso, así que, para no entrar en conflicto conmigo mismo, me aparté con lentitud hacia mi lugar y, acomodándome de nuevo, retomé el sueño.
Aquella noche pareció eterna, me despertaba continuamente por los ruidos exteriores y por la incomodidad. Tan solo unos pocos días atrás había estado durmiendo en un lujoso hotel en Viena, mas ahora sufría los embates de los elementos, que me proporcionaban gratis un constante dolor de cabeza, y trastornos estomacales por el hambre y ahora también por la necesidad de dormir bien.
22 de enero de 1941
 
Habían pasado pocos días, mi condición hambrienta hizo que menguaran mis fuerzas, la desesperación me esclavizaba, mi sistema nervioso estaba a punto de estallar.
Por momentos, hasta la vista comenzó a fallarme, sentía mareos y un dolor de cabeza punzante. Traté de concentrarme, pero ya me estaba costando mucho trabajo hacerlo.
El mal tiempo continuó azotando la región. La espesa neblina persistía y la visibilidad alcanzaba solo unos cuantos metros. Escuché el ruido de la embarcación que se acercaba y traté de levantarme rápido, pero no pude hacerlo, los dolores aporreaban todo mi cuerpo. Con lentitud me aposté frente a la puerta hechiza, me tapé lo más que pude el pecho con la delgada chaqueta y salí del refugio. Con curiosidad alcancé a ver como los hombres descendían cargando un gran recipiente. Los guardias, portándolo uno de cada lado, vaciaron el contenido de este sobre otro que se hallaba muy cerca de la orilla. Estaban tan lejos que no acerté a saber qué ocurría. Me dirigí con lentitud hacia ellos, pero cuando estaba a la mitad del camino los hombres comenzaron a alejarse, el agua se abría dejando estelas a sus costados.
Al acercarme más me di cuenta de que los soldados habían traído comida y la habían depositado sobre dos recipientes tan sucios y malolientes como los habitantes que se acercaron para devorar su contenido.
Los hombres y mujeres que acudieron consumieron todo con avidez. Se empujaban unos a otros, tomaban con sus propias manos lo que podían y se lo llevaban a la boca. En su locura gruñían como bestias que protegen a su presa.
Los guardias proporcionaban alimento, pero no era recomendable ni saludable consumirlo por las condiciones en las que lo dejaban. Ese alimento daba más bien la apariencia de ser desperdicios, no algo preparado con esmero para las personas del islote. Si quería sobrevivir, tenía que ingeniar algo rápido y eficiente.
Me acerqué un poco más, solamente para darme cuenta de que no era bienvenido. Al percatarse de mi presencia, algunos hicieron ademanes violentos, convirtiendo aquella escena en una pelea de leones y hienas por la presa. Permanecí inmóvil, mirando con asombro la lucha por el alimento. Retrocedí tan lento como me había acercado, sabía que tenía pocas posibilidades de salir ileso si me atrevía a descender un paso más.
Entre ellos se encontraban los que el día anterior estaban devorando un cadáver humano, comprendí que tenía que alejarme lo más pronto posible de ese lugar, y más al percibir el aspecto terrorífico de estos personajes que tenían marcas por todo su cuerpo y rostro, desfigurados completamente, con pelo parcial sobre sus cráneos y cara.
Al caminar con lentitud de regreso, entendí que no todos los desechos luchaban por la comida, solo los que aún poseían un poco de lucidez en sus dañados cerebros.
Había otros que, por su condición mental, simplemente eran víctimas del tiempo, a quienes el fantasma de la inanición torturaba, y lentamente veían consumirse sus últimas energías. Por eso tantos de ellos parecían muertos vivientes, formando un cuadro de terrible humanidad.
Entré tan confundido al refugio que no pude por menos que dejarme caer en el suelo frotándome la cara con ambas manos.
Sentí frío, hambre, desesperación, angustia, coraje, odio... Era una mezcla de emociones que nunca había experimentado.
Por un momento mi mente quedó en blanco, pero, abriendo los ojos, comprendí que tenía prioridades.
—¡Debo sacarme estos grilletes como sea! —pensé en voz alta—. Tengo que sobrevivir, debo regresar con mi familia. Si quiero lograrlo, tengo que centrarme y entender que estoy solo en este lugar, no puedo gastar mis energías en estar pensando todo el tiempo en estas personas. Ellos ya están jodidos, yo todavía no.
Con esto en mente, salí a recorrer el islote, quería saber cómo era de grande el lugar y qué probabilidades tenía de salir de allí con vida.
Caminé por el lado opuesto de donde dejaran los alimentos. No fue fácil, ya que por todos los lugares que pasaba me topaba con restos putrefactos, y otros ya convertidos en osamentas. Aun así miraba con mucha atención cada espacio de terreno por si descubriera algún objeto que fuera de utilidad para quitarme los molestos grilletes de mis adoloridas manos.
El infierno de Dante me pareció un juego, una broma en comparación con lo que estaba viendo, no podía existir en ningún sitio un lugar más horrendo que el que estaba viendo y sintiendo en ese momento.
La neblina fue levantando su manto, pude ver a más distancia las tranquilas aguas del lago mientras caminaba sin hacer ruido, como cuidando de no molestar a los vecinos que permanecían impávidos en la lejanía.
Algunos con su hábito de caminar de un lado a otro, en tanto algunos más simplemente permanecían sentados por no tener fuerzas para moverse.
Con la firme intención de sobrevivir y encontrar objetos que me sirvieran me di a la tarea de recorrer el islote con mucha atención.
Todos los movimientos los calculaba cuidadosamente, mi experiencia como ingeniero mecánico sería muy valiosa en esas circunstancias.
Mi padre fue un hombre con una vida modesta que siempre trabajó en el sector de la construcción de todo tipo de viviendas y edificios. Desde muy niño aprendí a utilizar cualquier clase de herramientas, conocí todos los materiales utilizados en este ramo, lo que me sería de suma importancia bajo estas condiciones.
Después de recorrer varias áreas, me dirigí hacia el bosque tapizado de árboles nativos de la zona. Había tilo norteño, un árbol muy alto, pinos y abedules. Era el único lugar al que no había ido. Me adentré en él, caminé dando vueltas por todos lados para hacer un reconocimiento completo del lugar. Provocaba un ruido al pisar las ramas secas, algunas aves salieron volando al percibir mi presencia.
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