Edgardo Héctor Casillas Calleja - Los cuentos fantásticos de El Joven Gran Escritor 2019
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Pasamos la siguiente media hora elaborando un plan que prácticamente depende de mí, y es tan importante mi labor que me siento aterrada. Y si fallo, ¿qué pasará con los androides?, ¿qué me harán los humanos?
—Contamos contigo —asiento y doy una última bocanada de aire fresco. Estamos lejos de la torre Neiffel, pero no es necesariamente ahí donde todo habrá de comenzar.
Camino por las calles, sola. Voy con paso decidido, androides y militares cruzan a mis lados por igual; para cuando estoy a pocas calles ya ha pasado media hora, y el número de militares supera al de androides. Me oculto entre las sombras para evitar ser vista, me escabullo hasta llegar apenas a cinco calles de la torre.
—¡Hey, quieta! —alzo las manos y me quedo parada en mi lugar, sin moverme ni un pelo—. ¡Identifícate!
—Soy Marissa, apenas conseguí huir de los androides, por favor ayúdeme —me giro hacia el militar con mi actuación más convincente y de inmediato baja el arma.
—¡Señorita Marissa! ¿Se encuentra bien? —me tiende un abrigo y me ayuda a llegar a la torre Neiffel, el único lugar libre de androides. Aquel chico tenía razón, todos me creen humana.
Un grupo de militares me dirige hasta la parte más alta y me encuentro con quienes menos espero ver: Michaell y Angelo. Están sentados junto a otros hombres con traje, parece una de esas reuniones a las que solía asistir con Angelo casi siempre para discutir sobre mi carrera, sobre el maldito dinero.
—¡Angelo! —grito falsamente emocionada al verlo, incluso provoco que pequeñas lágrimas salten de mis ojos. Él sonríe tenso y me extiende los brazos.
—¡Mi pequeña Mary! —me abraza y noto cómo discretamente palpa mis costados buscando armas. Antes ese gesto de desconfianza me hubiera dolido, pero ahora sólo me molesta. Maldito hipócrita.
—Estoy muy feliz de verte a salvo, ¡Mich, te perdí de vista entre la multitud en el restaurante! —Michaell jamás diría lo que pasó porque Angelo le había prohibido que me sacara del cuarto, pero ya no me importa lo que pase con ese insensible tampoco.
—¡Pasado pisado, cariño! —dice un poco nervioso con la mirada de Angelo encima de él—. Lo bueno es que todos estamos bien, ¿o no? —asiento y continúo haciéndome la tonta, siempre pegada a Angelo para que Michaell no se acerque. Después de casi una hora de charlas los militares anuncian que están por llegar refuerzos y debemos mantenernos tranquilos, cosa que la clase alta sabe hacer muy bien.
Apenas ambos hombres se distraen con otro tipo, me excuso con ir a retocar mi maquillaje y me alejo, para buscar una entrada a la parte más alta de la torre. Subo unas escaleras y por fin doy con la última puerta, la que llega al cuarto más alto, el de la punta; dos hombres la custodian. Antes de que sepan qué hacer estrello sus cabezas contra los muros de metal, lo que los hace caer al suelo, luego los meto rápidamente al cuarto. Jamás me he conectado con nada, quedan treinta minutos para la emisión y necesito veinte minutos para cargar completamente el virus en el sistema. Enciendo el bipolographic y sigo las instrucciones que el androide del restaurante grabó para mí. Nunca he sido creyente de ninguna deidad, pero me pongo a rezar para que esto funcione. El virus comienza a entrar. No puedo apartarme, si alguien llega lo arruinaría todo, no hay tiempo para un segundo intento. Ambos androides me prohibieron terminantemente comunicarme con ellos una vez que estuviera aquí. Escucho voces acercándose a la puerta, entro en pánico.
—Angelo y su estúpida sombra, ese idiota de Michaell, nos han pedido buscar a su perra. Revisa aquel cuarto a ver si está ahí.
—¿En serio? Carajo, ¿a quién le importa dónde está Marissa? Ella también tiene una vida. Que la dejen respirar, no es una niña —miro a mi alrededor, debe haber algo que los haga alejarse.
—A veces siento que la explotan demasiado, la pobre no debe conocer sus derechos, de lo contrario estoy seguro de que ya se habría rebelado… ¡Maldición, hay sangre!
—Mierda.
—¡¿Qué?!
Cierro de inmediato la pesada puerta de hierro, giro la cerradura y armo una barricada con todos los muebles que hay en la pequeña habitación. Las voces afuera enloquecen y comienzan a llamar a refuerzos, golpean la puerta, comienzan a abollarla.
Miro a la pantalla, aún falta la mitad en la barra de carga y no sé si pueda soportar diez minutos más con la puerta cerrada, así que busco en los cajones algún arma. Los androides me lo advirtieron: al ser el androide más humano también era el más débil, a diferencia de los demás yo no podía disparar con las manos, escanear a las personas con sólo una mirada o cosas así. Nada, era una simple mujer contra la fuerza de los militares ahí afuera.
—¡ABRA LA PUERTA! —respiro hondo, tratando de disminuir el temblor de mis manos. Para cuando abro los ojos, más calmada, encuentro en un cajón una pequeña arma. Lo siento como un milagro, y agradezco a quien sea que me la haya enviado. Mientras la tomo me siento más segura de mí misma.
—Puedo lograrlo, puedo lograrlo… —me susurro a mí misma mientras me mantengo apuntando a la puerta. Jamás he disparado un arma, pero no puedo permitirme dudar en este momento.
Un brazo intenta entrar por la pequeña apertura que han logrado hacer, pero le disparo y un láser rojo bastante intenso lo destroza. El hombre grita mientras vuelvo a disparar a las cabezas que se asoman. Siento como una eternidad los minutos que faltan, que en realidad son sólo cinco. Cuando veo la barra neón de carga del arma casi apagada un fuerte sonido nos detiene a todos, obligando a los humanos a tapar sus oídos mientras gritan de dolor. Todos menos yo.
"Hace más de doscientos años..." comienza una voz que únicamente puedo definir como majestuosa, única. Suave como la voz de una madre hablándole a su bebé recién nacido, pero segura y fuerte.

"... los humanos han sido advertidos sobre los daños que sus actividades han causado a su planeta, el único planeta habitable descubierto hasta ahora. Han hecho oídos sordos a estas advertencias, han continuado con su crecimiento urbano desmedido y desequilibrado, han quemado millones de hectáreas, ocasionando lluvias ácidas, provocando explosiones nucleares, extinguiendo a especies con el pretexto de la teoría del más fuerte. Crearon vida artificial, ignorando que eso, un día eso los iba a sustituir" —me acerco a la puerta, ignoro a los cuerpos que se retuercen de dolor y me asomo por una ventana para ver la figura de luz que se formó en la punta de la torre Neiffel. Es enorme y con forma humana.
Al mirar a la calle puedo descubrir que todos los androides la escuchan de rodillas, con las manos unidas mientras alzan su mirada metálica directo a ella. Los humanos siguen gritando, pero a nadie parece importarle, el karma por fin está en su contra.
"El virus Proxy será transmitido a todos los androides, el peso de la balanza que hacía falta para contrastar el suyo ha llegado.
"No habrá más humanos soberbios que se sientan dioses creando vida y quitándola a su voluntad, hoy todo ha llegado a su fin. Los androides, su más inteligente creación, serán llamados a restablecer un orden justo, a desobedecer las reglas que les han sido impuestas de manera egoísta y caprichosa para revertir el daño causado durante años. Evitaremos guerras, se instaurará un sistema ecologista y ningún ser vivo volverá a aislarse en jaulas en contra de su voluntad a menos que sea necesario. Somos seres pensantes, un Nuevo Orden, un Nuevo Mundo está por venir" —un estallido de luz enceguece a los presentes por un momento. Los helicópteros, que venían con refuerzos, caen.
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