José María Lorenzo Espinosa - EUROPA. Historia de un problema

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El presente texto es un intento de ofrecer una síntesis de hechos, ideas y propuestas sobre la historia de Europa. Entre la enorme maraña de tratados, ensayos y documentación oficial existente, pretende ser un manual de primeros auxilios. Imprescindible para quien quiera conocer alguno de los principales problemas, que tienen los europeos, para llegar a ser una unión política.Unos problemas históricos y estructurales, que recientemente se han visto agravados. No solo con la salida negociada de Gran Bretaña (Brexit), cuyas consecuencias totales no podemos conocer aún. Sino también, y al mismo tiempo, con un problema sanitario de carácter mundial como es la pandemia Covid-19. Esta nueva «peste», que recuerda a las peores históricas sufridas por nuestro continente, no solo afecta a los europeos. Pero dada la actual división de intereses entre ellos, podía llegar en un futuro no lejano a cuestionar el actual paradigma de unión comunitaria.

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La religión cristiana será fundamental en la justificación espiritual del contraataque defensivo, convertido en imperio. La predicación del evangelio, la conquista religiosa de continentes y pueblos, será el cordón umbilical inesperado, que une la historia antigua greco-romana con la Europa de los descubrimientos y el dominio de los mares. Siempre bajo el pretexto de extender la fe “verdadera” a los pueblos “exteriores”, considerados paganos o infieles, por la doctrina oficial emanada desde Roma. Centro neurálgico espiritual de todo este entramado de expansión territorial europeo. Cuya materialización principal corrió a cargo de Estados como España, Portugal, Francia, Italia o Inglaterra.

GRECO-LATINOS Y CRISTIANOS

La greco-latinidad y el cristianismo, como procesos históricos, han sido entendidos no solo como componentes fundamentales de la identidad europea, sino también como sus primeras manifestaciones colectivas. Es un clásico, o un tópico, de la historiografía europea. Benedetto Croce creía que los latino-romanos fueron los primeros que tuvieron conciencia de “algo” unitario europeo. Salvando las limitaciones espaciales, y los términos imperiales en que se expresó esta latinidad. O en lo que fue su dominio. Esto es, teniendo en cuenta la ocupación del norte de África, pero no la Europa del norte. Y viendo que la romanización, en realidad, no alcanzaría más que a la mitad de la Europa actual.

Cuando Croce especula sobre este asunto, en la primera mitad del siglo XX, lo hace sin duda influido por el fascismo italiano ascendente. Un momento político en el que se produce la exaltación del Imperio Romano, como justificación historiográfica presentista, de los abusos de las legiones del imperio. Apoyando, en esta forma, las ideas expansionistas del régimen de Mussolini y tratando de acreditar el pasado de la península itálica, como la historia original del sistema fascista.

Goethe, mucho antes de estas fechas a finales del siglo XVIII, afirmaba por su parte que no se podía hablar de Europa, antes del periodo de las grandes peregrinaciones. O de las corrientes espirituales unidas por el cristianismo. Según este autor, el primer fenómeno europeo común fue la toma de conciencia de pertenencia a una misma identidad providencialista, expresada en una misma cultura religiosa a través de signos, ritos, creencias o supersticiones. Apoyándose en el latín vulgar, como lengua común y vehículo del cristianismo.

Las peregrinaciones se refieren, sobre todo, a la llamada tierra santa. Y se remontan al siglo IV, con la invención de la leyenda de la santa cruz. Con Constantino, Jerusalén se convirtió en la ciudad santa del cristianismo, tras el “descubrimiento” del sepulcro de la colina del Calvario de Cristo. Con ello se fabricó la falsa historia de la santa cruz. Desde el siglo IV, el culto cristiano se empieza a organizar de forma sistemática. Como un elemento de integración social. Y las basílicas, heredadas o adaptadas del precedente paganismo, se construyen y reaprovechan como nuevos lugares sagrados. De rezo, reunión y propaganda político-religioso. Desde el cual, los sacerdotes aleccionan el comportamiento espiritual y material de los eurocristianos.

Desde este siglo IV, hasta el XI, todo un rito de purificación individual se transforma en esperanza manipulada colectiva. Absorbiendo a la ciudadanía europea y a su sistema de explotación agrícola feudal. Los elementos espirituales y materiales, presentes en el fenómeno socio-religioso de estas peregrinaciones, contribuirán a preparar y justificar las cruzadas. Pero también, permitirán soportan los mil años de feudalismo, entre la resignación y la ignorancia supersticiosa. Alimentada de forma conveniente, con la predicación escatológica de monjes y sacerdotes. Además de justificar después su traslado inmisericorde a los territorios del llamado nuevo mundo. Convirtiéndolos en expoliaciones imperiales, con cobertura espiritual religiosa.

El hilo conductor de cualquier tipo de religión es muy importante en la formación de una conciencia colectiva. Así lo fue, en el caso europeo. Los mismos ritos, rezos y creencias. Las mismas tradiciones y supersticiones, transmitidas por generaciones. El mismo culto a vírgenes, santos, objetos o lugares sagrados. Las festividades y celebraciones religiosas aceptadas y guardadas en común. La temerosa obediencia espiritual y, con frecuencia, material a una autoridad. Bajo el chantaje de la condena eterna. En el caso católico, obra de Papas, obispos, abades o sacerdotes. El temor al más allá o a la condenación eterna, etc. Pero también las persecuciones religiosas. La Inquisición, etc. El castigo a los herejes y la crueldad con los diferentes.

Todo esto terminará por crear una abrumadora cultura religiosa. Con unos mismos hábitos de pensamiento, conductas y costumbres. Y, lo que es más decisivo históricamente, conduciría a todos los europeos a creerse parte de una misma comunidad. Uniformada por una misma religión. Que terminará por designarse como algo de origen divino o providencial. Más allá de otros vínculos más “terrenales”, como eran los económicos, sociales o políticos también comunes, pero que se estiman secundarios, respecto al formato religioso.

Por tanto, a las peregrinaciones debemos añadir las cruzadas. Su complemento y continuación histórica. Entendidas y predicadas también como empresas comunes y populares europeas. Por mucho que su motor, oculto e inconfesable, fuese la rapiña sobre las riquezas del mundo islámico. O la apertura de una ruta de comunicación comercial, con Asia. De este modo, en la supuesta recuperación de los lugares “sagrados” cristianos, se mezclaron supersticiones religiosas, deseos de conquista territorial y aprovechamiento de las corrientes y riquezas comerciales de Oriente. El objetivo oficial proclamado de liberar el santo sepulcro, se convirtió en una expedición colonial, en la que los resultados religiosos quedaban para la justificación y propaganda. Sirviendo, de todas formas, para ocultar los verdaderos beneficios de la conquista material.

Las cruzadas se utilizaron también para desviar los enfrentamientos fratricidas y las disputas territoriales de las casas feudales. Al presentarse como una tarea cristiana común, ante un enemigo religioso también común. Las cruzadas y las peregrinaciones, intrínsecamente unidas, sirvieron para un rearme moral europeo interno. Además de para consolidar la unidad e identidad etnoreligiosa, frente a la amenaza islámica. Bajo estos supuestos, a pesar del carácter popular externo, fueron las clases nobiliarias, asociadas a los intereses del papado y de los emperadores (es decir, los bellatores y los oratores juntos), quienes se beneficiaron de esta “primera” empresa europea. Que, sin duda, cabalgaba en una misma ambición y formas de civilización religioso-culturales.

Detrás de los predicadores y de los caballeros francos, germanos, sajones o pontificios, se alineaban hombres de negocios y suministradores de ejércitos. Muchos de ellos se enriquecieron, junto a los grandes prestamistas y comerciantes. A todos ellos, los “ennoblecieron” posteriormente los románticos del siglo XIX, como Goethe, con su revival literario y artístico medieval.

Uno de los efectos, nada espiritual, del afán cruzado, que los intelectuales del romanticismo no tuvieron en cuenta, fue sin duda la reapertura de las antiguas rutas comerciales de Asia. Los intercambios se multiplicaron y muy pronto se produjo una revitalización de las actividades económicas y del comercio de larga distancia. Es decir, todo lo que había quedado estancado durante décadas, por efecto del dominio musulmán en Oriente próximo y en el mediterráneo. Que solo se empezaría a desatascar después de las derrotas turcas del siglo XVI, en Viena o Lepanto. Las cuales libraron definitivamente a Europa, de la amenaza musulmana. Liberando las fuerzas expansivas de la cristiandad hacia las nuevas rutas atlánticas.

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