José María Lorenzo Espinosa - EUROPA. Historia de un problema

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El presente texto es un intento de ofrecer una síntesis de hechos, ideas y propuestas sobre la historia de Europa. Entre la enorme maraña de tratados, ensayos y documentación oficial existente, pretende ser un manual de primeros auxilios. Imprescindible para quien quiera conocer alguno de los principales problemas, que tienen los europeos, para llegar a ser una unión política.Unos problemas históricos y estructurales, que recientemente se han visto agravados. No solo con la salida negociada de Gran Bretaña (Brexit), cuyas consecuencias totales no podemos conocer aún. Sino también, y al mismo tiempo, con un problema sanitario de carácter mundial como es la pandemia Covid-19. Esta nueva «peste», que recuerda a las peores históricas sufridas por nuestro continente, no solo afecta a los europeos. Pero dada la actual división de intereses entre ellos, podía llegar en un futuro no lejano a cuestionar el actual paradigma de unión comunitaria.

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Cualquiera de estas advertencias, reflejaría sin duda la existencia de un sector europeo autocrítico con el proceso que pretende unificar (o soldar) los mercados, las economías, las monedas y luego la vida política de los estados europeos. Cuando la realidad histórica ha sido siempre dispar. Con una amalgama de lenguas, comportamientos políticos, culturales y religiosos diferentes, muy difícil de entender como algo común. Y que, para ser honestos, obligaría a cuestionarse no solo la unidad, sino la propia existencia de eso que llamamos Europa. Que, a veces, parece solo una idealización más, a las que somos tan aficionados los europeos.

Por otra parte, el camino para la construcción europea, cuya necesidad parece hoy cuestionada, más que nunca por el Brexit y los programas de algunos influyentes partidos euroescépticos, ha sido siempre un penoso maratón de reuniones, burocracias y cumbres televisadas. Cuando no una maraña de funcionarios indolentes, cuyos resultados y buenos oficios no acaban de convencernos, muy entrado el siglo XXI. Algunas voces han denunciado que estas dificultades, y la falta de una conciencia unitaria europea, desde el punto de vista de lo cultural y didáctico, pueden deberse a que no existe, ni se enseña a los europeos una “Historia de Europa”. Cuyo aprendizaje normalizado, estimado como algo común y conjunto, les haría sentirse miembros de un mismo proyecto. Y no solo partes de una misma necesidad comercial, en brazos de los intereses mercantiles de la burguesía. Pero para poder materializar esto es necesario, por lo menos, que exista o haya existido en la realidad algo que se pueda llamar “Historia de Europa”. Es decir, que la Historia de Europa sea una verdad incontestable, sostenible y pedagógica.

La mayoría de los historiadores saben, en efecto, que la historia que les ocupa, ya sea solo como enseñanza o como investigación, es mayoritariamente y en el mejor de los casos una historia nacional o estatal. O que la historia investigada, escrita o enseñada en los planes educativos y en la formación general, de los países comunitarios, casi nunca sobrepasa estos límites. Buscando el marco continental europeo, o siquiera el euro-occidental. Claro que esto, es lo mismo que encontramos si nos referimos a la llamada, abusivamente, “Historia Universal”. Un clásico de la enseñanza, que no es en realidad universal, sino referida a grandes conjuntos o sucesos históricos, como el imperio romano, la revolución francesa, el imperio británico, etc., que llevan siempre un “apellido” nacional. No existe, por tanto, en términos estrictos, tal universal historia. Lo mismo se puede decir de una Historia de Europa, a pesar de los esfuerzos realizados en los últimos años, incluso con la creación de cátedras subvencionadas por la Unión europea. Que se han puesto en marcha con este fin y con este título.

En realidad, y forzados por este programa europeo, lo que hacemos (o hicimos) en los años noventa del pasado siglo, fue ensayar una especie ex novo de enseñanza universitaria, con la que poder corresponder al esfuerzo financiero-cultural de Bruselas. Con más postura que realidad y más voluntad, que acierto. Y, en este campo, lo que llamamos Historia de Europa, fue más bien una proyección continental de la historia de los Estados más importantes e influyentes de la Unión. Porque lo cierto es que, para hacer una historia de Europa, habría que hacer primero una “historia de lo europeo”. Incluso antes que una historia de los europeos. Que ya se ha intentado, camuflando en el título, lo que en realidad es la historia parcial de los más grandes y haciéndola pasar por la historia de todos.

En realidad, determinar con claridad y consenso la esencia de lo europeo, desde un punto de vista histórico, es todavía un proyecto muy cuestionado. Si no imposible, como venimos repitiendo. Y, sobre todo, apartado a un segundo plano por detrás de otras prioridades. Como puede ser ahora con el Brexit, en plena crisis económica, el propio mantenimiento cuestionado de la actual unión. A finales del siglo XX, la entonces Comunidad Económica Europea, queriendo corregir este defecto de fábrica, puso en marcha una serie de programas y ayudas económicas. Para impartir en las aulas universitarias, una disciplina europea. Aunque parecía más un empezar la casa por el tejado. O intento de crear, a posteriori, una cobertura ideológica, para la mala conciencia de Jean Monnet. El hombre de negocios que, con toda lógica, empezó su “europeísmo” por la venta continental de sus licores, en un ideal de librecambio. Pero que, más tarde, llegaría a sentir vergüenza de su excesivo materialismo, afirmando que habría sido mejor empezar por la cultura.

Esta fórmula, al menos, recordaba de lejos los intentos de unidad, cuyos resultados están todavía por ver. A pesar de que, con financiación de la misma Comisión de las Comunidades, se publicaron por entonces, varios textos. Uno, editado en castellano (Aguilar 1990) fue la llamada Historia de los europeos. Con un título en esta dirección, bien intencionado. A pesar de lo cual, los resultados no se correspondían con la misma intención. El texto se empeñaba, de forma anacrónica, en hacernos creer que Carlomagno, Napoleón, el Romanticismo o el Renacimiento eran “europeos”. Cuando en realidad, en ningún momento la idea de Europa, con alguna semejanza a la nuestra, aparece en estos personajes o acontecimientos culturales. Puesto que los mismos, en todo caso, sólo serían representativos de una parte de Europa y como mucho, de los aspectos de una élite europea. O de su visión codiciosa y patrimonial del continente.

Los resultados, de este formato, fueron más bien fallidos. En estos textos se hablaba de los europeos, cuando no existían los Estados, los Imperios o las naciones actuales, etc. Es decir, prácticamente nuestra prehistoria política. En unas fechas en que el desconocimiento y aislamiento de tribus o pueblos, hacía imposible una agrupación “europea”. Pero cuando entramos en la fase contemporánea, que corresponde a la formación de los estados-nación actuales, la división hace todavía más borrosa la calificación europea.

Si pensamos en esta Europa inexistente, parece que debemos dejar fuera los Estados, las naciones, los imperios, etc. Y remitirnos a una clasificación genérica, que ya tampoco es europea sino universal, de clases sociales, “revoluciones” económicas, descubrimientos, aspectos culturales, hechos de civilización, avances materiales, etc. Es decir, una historia radicalmente distinta a la que conocemos actualmente, basada en el estado-nación de la burguesía. Esto es, la historia que sirve a los intereses de un estado-mercado-nación en su primera fase pre-globalización. Que, a su vez, representa la construcción histórica de una clase social dominante.

La Historia de la que estamos tratando, no es el simple relato “objetivo” de acontecimientos, crónicas políticas de reyes o de burgueses. Sino que hablamos, o queremos hablar, de la cobertura ideológica de un proyecto social y nacional que busca justificarse e identificarse con una historia común compartida apenas con calzador. Por encima de las clases y de los intereses sociales y nacionales antagónicos... ¿Qué demostraría esto? En primer lugar, que es muy difícil escribir y enseñar una historia de algo que no tenga una entidad política y social común. Documentada y sólida. Así vivida y aceptada. Es decir, histórica o experimentada por un amplio colectivo.

Por ejemplo, no existe una historia de los Estados Unidos de América, como tales, si no es a partir del acta de independencia del 4 de julio de 1776. O como mucho, los acontecimientos independentistas, anteriores, y la guerra que condujo a ella. Esto querría decir que, sin unidad política y social, no hay historia colectiva. Y lo mismo sucede con otras entidades políticas semejantes. Por eso la Historia de Europa la vemos hoy a través de las peripecias de los Estados nacionales de la burguesía dominante, creados a partir de la revolución francesa y con las aportaciones del nacionalismo alemán. Pero esto es solo un parte de esta Historia. Es la Historia de los estados nacionales de un sector, mercantil e imperialista. A finales del siglo XIX, cuando esta clase hubo exprimido y agotado el marco estatal, observa la necesidad de establecerse de forma multinacional. Como algo elemental, de mera supervivencia. Y sobre esta necesidad, la Historia seguirá pidiendo una revisión de sus moldes descriptivos, que proceden de siglos anteriores.

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