Jorge Eslava - Zona de encuentro

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Este libro constituye una propuesta excepcional en nuestro medio, pues cubre una apremiante necesidad pedagógica, dotar a los docentes de información actualizada; no obstante, desestimada por los profesionales de la educación. A través de una selección de lecturas representativas de las ciencias sociales y de la literatura peruana, Eslava proporciona a los maestros escolares —principalmente de nivel secundario— un material valioso que aspira a enriquecer el horizonte de lo que hoy se lee en las escuelas del país. El repertorio de lecturas escogidas, formulado como incitación dialógica (no como decreto), ha encontrado una correspondencia en las conversaciones con autores y especialistas, que se presentan a manera de dinámicas y amables apostillas de cada obra, a fin de que se consiga replicar en las aulas. En palabras del autor, «estaré muy complacido si el lector ingresa a este libro como a una sobremesa. Que tenga la disposición de unirse a una conversación entre profesoras y profesores, a un diálogo sapiente y placentero en torno a la cultura peruana contemporánea. Porque sabemos que una formación conveniente produce no solo conocimiento en el que aprende, sino también felicidad».

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La revisión que hace de los mejores colegios y de las universidades peruanas le revela una falta de vinculación con la realidad nacional; son en realidad “tierra extranjera” que conducen al estudiante a una buena preparación académica, pero ajena al mundo que los rodea. ¿Crees que ha sido uno de los defectos de nuestra tradición académica?

Esta característica de la educación secundaria y superior de la década en que Mariátegui escribe sus siete ensayos se reproduce en la actualidad, aunque con una diferencia esencial: la educación a que hacía referencia el Amauta era la pública, ahora lo es la privada. En los años veinte, hablar de San Marcos y los más reconocidos colegios secundarios del Estado era hablar de casi toda la enseñanza, la cual efectivamente preparaba a los jóvenes para su desempeño profesional en actividades sobresaturadas y con escasa relación con las verdaderas necesidades del momento, como por ejemplo el Derecho.

Mariátegui cita a José Vasconcelos para señalar un defecto del ciudadano hispanoamericano: “la inconstancia. Incapaces de perdurar en el esfuerzo no podemos por lo mismo desarrollar un plan ni llevar adelante un propósito”. Recusa el chispazo de emoción volátil… ¿Consideras que el verdadero entusiasmo proviene de una ideología? ¿Cómo avivar esa pasión en el aula?

Este defecto ha empezado a cambiar en los sectores sociales emergentes, sobre todo entre los descendientes de los primeros inmigrantes andinos o campesinos de los años cincuenta. Ya no son excepcionales los casos de personajes que no solo han logrado hacer dinero a base de esfuerzo y trabajo constante desde la niñez, alcanzando notoriedad nacional e incluso internacional. En cambio, la inconstancia subsiste sobre todo dentro de los sectores medios urbanos más tradicionales y dentro del campo de la cultura. Por no mencionar los archiconocidos casos del deporte y el espectáculo, aún es común encontrar numerosas revistas o proyectos culturales que no pasan del primer número o de experiencias iniciales.

5. El factor regligioso

Las versiones de los cronistas íberos —afirmaba Mariátegui— “deforman y empañan la imagen del culto aborigen”. Y agregaba que esta influencia recae en las personalidades que ejercen cargos públicos como jefes de Estado, periodistas y maestros. ¿Sugería con este pensamiento la fundación de un Estado laico y que todo alto funcionario debiera apartarse de la religiosidad?

Por su posición marxista, Mariátegui no podía menos que ser crítico de la religión católica. Y si bien su prédica no era tan tajante como el anticlericalismo de los ácratas de principios de siglo, ni ponía en letras de molde la tesis de Marx de que “la religión es el opio del pueblo”, era indudable que su posición era a favor no solo de un Estado laico sino de una moral y una ética laica. Él suscribía el aserto que difunde González Prada sobre la “trinidad embrutecedora del indio”, que coloca como responsables de la explotación y postración del indio al cura, al terrateniente y al juez.

En la actualidad, nuestro Estado se define como laico. Sin embargo, la enseñanza pública y privada suelen darse en entornos religiosos. De este modo la Iglesia católica preserva su predominancia en miles de “microestados”: las escuelas. ¿Es realmente así, todavía no se ha podido deslindar a la Iglesia de los poderes del Estado?

No obstante que en la Constitución el Estado peruano es laico, efectivamente la religión católica está presente no solo en la educación, sino también en otros ámbitos de la vida social y política. La causa principal reside en la importancia del rol de la iglesia en la ideología que ha usado la oligarquía y luego la burguesía para afianzar su poder político y económico y controlar a los sectores medios y populares. Esto nos viene desde la Colonia.

Mariátegui acusa a Vasconcelos de subestimar a las culturas autóctonas de América, al pensar que sin un libro magno o código sumo estaban condenadas a desaparecer. Y, de otro lado, refuta su visión de que la raza incaica estaba mejor dotada para la creación artística que para la especulación intelectual. ¿Qué opinas de estas dos posiciones?

La posición de Vasconcelos, a estas alturas del siglo XXI, sería cuestionada por cualquier estudioso de la realidad. Lo del libro magno no requiere mayor comentario, pues la historia se ha encargado de dejar atrás esta posición; en tanto que las culturas autóctonas son vistas y valoradas de manera distinta a la de principios del siglo XX, entre otras muchas cosas por el reconocimiento a sus relaciones armónicas con la naturaleza, algo que ha perdido la civilización occidental, además de sus aportes en el uso de hierbas, frutos y prácticas en la medicina y la alimentación. La otra afirmación, respecto a las cualidades de las “razas” es mucho más cuestionable. En primer lugar, porque el concepto de raza se ha demostrado como inconsistente y, por lo tanto, ha sido dejado de lado por las ciencias sociales; y, en segundo lugar, porque las teorías de la determinación del medio geográfico sobre las características de los grupos sociales, de las “razas”, conllevan implícitas un componente de racismo inaceptable.

Mariátegui aclara que “Los misioneros no impusieron el evangelio; impusieron el culto, la liturgia, adecuándolos sagazmente a las costumbres indígenas. El paganismo aborigen subsistió bajo el culto católico” (p. 173). ¿Se podría afirmar que esta asociación de protocolo y sincretismo no solo persiste en lo religioso sino que es transversal a nuestro comportamiento social?

El sincretismo fue una estrategia empleada por los misioneros para introducir sus creencias, pero, a su vez, fue usada por las poblaciones nativas para resguardar sus creencias cuando no encajaban con las órdenes y normas impuestas por los colonizadores. Esto se ha prolongado hasta hoy en el comportamiento social de la población peruana, expresada en distintas formas; desde las procesiones de imágenes religiosas hasta el conocido dicho “se acata pero no se cumple”. Y esto lo encontramos a cada paso en nuestra informalidad.

6. Regionalismo y centralismo

¿Concuerdas con Mariátegui que, a principios del siglo XX, “el regionalismo no es en el Perú un movimiento, una corriente, un programa. No es sino la expresión vaga de un malestar y de un descontento” (p. 194)?

Cómo no. Aún ahora que el Estado tiene mayor presencia en el interior del país, su presencia aún es débil o insatisfactoria en la mayor parte de las regiones, lo cual se manifiesta en un descontento, una desconfianza hacia los gobiernos, pero que no alcanza a constituir un fermento de organización que recusara el centralismo. A fines de los años veinte, los intentos por conformar gobiernos alternativos regionales, o alianzas federativas eran experiencias que habían fracasado y solo subsistía la frustración o el escepticismo.

¿Mariátegui consideraba que la ideología federalista no trascendía el mero discurso gamonalista? ¿Que no había nacido en las masas indígenas y que, por lo tanto, no aspiraba a una reivindicación popular?

Mariátegui distinguía claramente entre los discursos gamonalistas, que solo buscaban aumentar su cuota de poder, su búsqueda de mayor liberación de obligaciones respecto del Estado central, con las aspiraciones surgidas desde el interior de las comunidades andinas, como lo fueron el caso de la insurgencia de Rumi Maqui [1915], en el sur, y de Atusparia [1885] en Ancash. En estos casos, la actitud de Mariátegui era de pleno respaldo.

Esto sí me parece visionario: Mariátegui advertía la diferencia entre regiones y departamentos. “El departamento —escribe— es un término político que no designa una realidad y menos una unidad histórica y económica. El departamento, sobre todo, es una convención que no corresponde sino a una necesidad o un criterio funcional del centralismo” (p. 203). Podría añadir, para complementar la idea anterior: “Una región no nace del Estatuto político de un Estado. Su biología es más complicada. La región tiene generalmente raíces más antiguas que la nación misma” (p. 204). ¿Crees que aún se confunden estos conceptos?

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