¿Cómo aprecia Porras el papel de la universidad a lo largo de la cultura peruana?
Para él, San Marcos es un referente central de nuestra cultura. Porras afirmaba que si bien, durante la Colonia, la escolástica dominaba la educación universitaria, este carácter no restringió el espíritu de investigación. Como ejemplo mencionaba el estudio de las lenguas indígenas y la fundación de la cátedra de quechua en San Marcos. Además, señaló la importancia que la universidad otorgaba a los estudios geográficos sobre el país. En otros terrenos de la ciencia, como la botánica, la historia natural y la medicina, se realizaron avances significativos. Recuerda, también, la escuela de medicina de San Fernando, cuyo fundador, Hipólito Unanue, investigó la influencia del clima sobre los seres vivos. Durante la República, hubo una renovación de los estudios universitarios y se crearon cátedras e institutos. Destaca, asimismo, el hecho de que San Marcos fuera semillero de figuras que sirvieron al país desde responsabilidades públicas. Así, en el derrotero histórico que traza, San Marcos aparece como faro de la cultura y de la ciencia en el Perú.
“Un afán de perennidad y de perpetuación del pasado” es la frase empleada por Porras para expresar la voluntad de la cultura incaica por conservar su tradición. ¿Cómo entender este culto a la memoria y su resistencia al cambio?
La sociedad andina incaica tenía una concepción circular del tiempo, de acuerdo con la cual situaciones del pasado podían reaparecer por acción de los ritos. Esto explica, entre otras cosas, que hubiera una adhesión atávica a las tradiciones, expresada en sus prácticas cotidianas y en sus costumbres. Por tal razón, recordaba Porras el culto a las momias (malquis) o la adoración a las huacas como formas de cultos populares, en las que el pasado estaba en perpetua conexión con el presente. Afirmaba también que todos los ritos y las costumbres de la sociedad incaica tenían un “sentido recordatorio y propiciador del pasado”.
¿Qué destaca Porras del derrotero del pueblo incaico?
Destaca la circunstancia de que, tratándose de un pueblo agrario, deviniera en guerrero. Sin embargo, ello no implicó que perdiera su carácter rural, lo cual explica la vinculación de sus mitos con la tierra. En el Incanato, la casta guerrera estuvo conducida por la aristocracia, sector social que orientó la expansión territorial de sus dominios. En términos de la memoria histórica, señala Porras la existencia de una historia oficial de los incas, cultivada por los quipucamayocs. Una de sus prácticas residía en que cada panaca cantaba las hazañas de su inca fundador. Esto le dio a la historia un carácter parcial y selectivo; es decir, solo era motivo de recordación colectiva las acciones de los soberanos que hubieran encarnado los valores y los preceptos de la clase dirigente. De allí surge la relación oficial de los catorce incas. La historia presentaba también un sentido moralizante, pues solo se recordaba aquellos hechos que fueran dignos para la memoria colectiva: los incas que hubieran gobernado de forma deficiente o que no hubieran cumplido con los principios morales de la sociedad, eran excluidos de los relatos históricos.
Sabemos que el cuento popular y la poesía mítica anteceden a la historia. Representan manifestaciones culturales que entreveran hechos reales e imaginarios para evocar —e incluso glorificar— la asombrosa historia de los incas. ¿Cómo debiera leerse el legado de estos testimonios artísticos?
Por ser un pueblo ágrafo, los relatos entre los incas tuvieron carácter oral. A ello se debe su propensión a narraciones como el cuento popular, la poesía mítica y la leyenda, en los que se entremezclan hechos reales e imaginarios. Por tanto, este tipo de fuente oral o tradicional no debe ser aceptada como un relato histórico; sin embargo, nos puede dar una idea del sentido de la historia. A través de la leyenda y del mito, se buscaba consagrar modelos de conducta que rigieran las acciones sociales del presente. Además, cumplían la función política de legitimar el poder que venía del pasado.
Porras sostiene que “se inicia en la crónica la simbiosis espiritual de los dos pueblos” (1951). ¿Es la crónica el primer paso a la fusión de ambas culturas? ¿Fue un proceso equivalente? ¿No se convirtió en una fuerza importante en la tergiversación de la historia y motivo de resquebrajamiento social?
A juicio de Porras, con la crónica había nacido la fusión cultural hispanoandina, simbiosis que se plasmaría en otros ámbitos. El valor esencial de la crónica radicaba en haber asentado en el registro escrito relatos orales que por siglos se habían preservado en el área andina. De esta manera, para el maestro sanmarquino, la crónica —que tenía larga vida en España— permitió conservar la historia de los incas, relatos que de otra manera se hubieran extinguido con el paso del tiempo y la ausencia de escritura. Varios cronistas recogieron informaciones en el Cusco, donde se custodiaba la historia oficial incaica. Por este hecho, en otro trabajo Porras afirma que la crónica de la conquista es la “primera historia peruana”, ya que con ella había nacido el Perú. Esto hace de la crónica de Indias un género vernáculo, en el sentido de haber nacido como resultado del choque cultural iniciado con la conquista de América.
La crónica es un género curioso y sorprendente. No solo es producto del choque cultural, sino que en él se funden además la imaginación desbordada y los intereses subalternos. ¿Cómo determinar su veracidad?
Es difícil determinar el grado de veracidad de la crónica; ello depende de las fuentes de información usadas por el autor. Esta es una de las razones por la que se observan puntos coincidentes y divergencias en los relatos cronísticos. Es común, además, encontrar autores que copian a otros. Por ello, el historiador Carlos Araníbar —el más exhaustivo estudioso de la cronística que ha tenido el Perú— destacaba la compulsa con fuentes coetáneas a efectos de establecer su grado de originalidad o su dependencia con respecto a otros testimonios. Un problema adicional por considerar es la deformación de las noticias recogidas por el cronista a causa de su desconocimiento de las lenguas nativas. En este aspecto, debe recordarse que fueron muy pocos los cronistas españoles que aprendieron el quechua. Tampoco debemos olvidar la impronta cultural, es decir, el cronista, al describir las organizaciones del mundo andino, usaba modelos e imágenes que eran propios de su universo cultural. Por eso caracterizaron instituciones incaicas de acuerdo con las que existían en el mundo occidental, cuando estas eran de naturaleza distinta. Como se ve, pues, el empleo de la crónica como fuente histórica entraña no pocos problemas para el investigador.
Marshall McLuhan afirmaba que historiadores y arqueólogos descubrirían en los avisos publicitarios las más fecundas reflexiones de cualquier sociedad contemporánea sobre sus actividades diarias. Si las crónicas representan una agenda particular y la difusión de ciertos ideales, ¿podría decirse que las crónicas juegan un rol parecido al de la publicidad actual?
En lugar de la publicidad, yo vincularía la crónica con el periodismo contemporáneo. Al igual que la antigua cronística, la prensa busca informar veraz y objetivamente sobre la realidad. Sabemos que el grado de objetividad de la noticia depende de las fuentes consultadas y, en buena cuenta, de la línea editorial del medio de comunicación. Esto inevitablemente le dará un sesgo a la noticia. En el caso de la crónica, hubo también factores que mediatizaron su contenido, particularmente influyentes fueron la política y la religión.
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