Me parece significativo que Porras destaque la función de un maestro como Carlos Wiesse, quien se preocupó principalmente por la enseñanza de niños y jóvenes. ¿Qué tan sensible era Porras de la formación de las nuevas generaciones?
Es interesante que la pregunta haga referencia a Carlos Wiesse, quien fue maestro de la generación de Porras, conocida como la Generación del Centenario. Aparte de maestro universitario, Wiesse se interesó en la difusión del conocimiento sobre la historia del Perú; de ahí que escribiera libros para la escuela. Wiesse fue respetado y querido por sus discípulos. Al respecto existen elocuentes testimonios escritos por Jorge Guillermo Leguía y Luis Alberto Sánchez. Como hiciera su maestro, Porras dedicó gran parte de su vida a la formación de la juventud. Él se consideró ante todo profesor, y afirmó que la actividad que más satisfacciones le había proporcionado era la de profesor de segunda enseñanza, que ejerció por veinte años. Alguna vez declaró también que había postergado su obra como escritor por darle prioridad a la enseñanza. De otro lado, Porras veía en la clase de historia del Perú el principal vehículo forjador de la conciencia de la nacionalidad y del sentimiento de amor a la patria. Recordaré de la biografía de Porras que fue profesor de secundaria —enseñó en los colegios Anglo Peruano, Italiano y Alemán— y catedrático universitario, como es sabido.
La primera conclusión de Porras es constatar la riqueza de nuestro pasado histórico y, “en contraposición, la penuria de la investigación”. En las siete décadas transcurridas desde esta conferencia, ¿consideras que se ha cumplido su deseo de elaborar una síntesis de nuestro panorama histórico?
Este deseo sí se ha cumplido. Basta echar una mirada a la producción historiográfica desde la segunda mitad del siglo XX para comprobarlo. De hecho, la Generación del 50, de la que Porras fue maestro, dio importantes contribuciones a la renovación de la historia nacional, ingresando en nuevos territorios como la historia social y la historia económica. Generaciones posteriores han cultivado la etnohistoria andina, la historia regional, la historia de las mentalidades, entre otras parcelas. Junto con ello se han realizado apreciables trabajos de síntesis sobre nuestra trayectoria histórica, basados en modernas investigaciones históricas y arqueológicas. Por otro lado, Porras hacía notar la “escasez” de investigadores peruanos y, en contraparte, el gran interés de investigadores extranjeros por nuestra historia. Para bien de nuestra memoria colectiva, ese desbalance ha sido superado.
Algo que lamento muchísimo hoy es que nuestros jóvenes carecen de figuras ejemplares. En Raúl Porras Barrenechea, por ejemplo, convergían el rigor investigativo, la misión diplomática, la voluntad estética y el oficio magisterial. ¿Por qué es tan precaria nuestra escena intelectual y política?
Esta es una pregunta difícil de responder, ya que el descenso del nivel cultural en nuestro país está relacionado con una serie de causas. Pero, de manera general, podría aludir a una evidencia: los políticos de la actualidad carecen de la formación intelectual de los políticos de antaño. Esto lo comprobamos, sobre todo, en las campañas electorales y en las intervenciones parlamentarias, donde son inexistentes los debates ideológicos, por no hablar ya de la falta de retórica de nuestros representantes en el Estado.
El mismo Porras fue senador por Lima e, incluso, presidente del Senado por un breve periodo. Eso fue a fines de la década del cincuenta.
Con esa observación es clarísimo el contraste. En nuestra historia parlamentaria hemos tenido notables exponentes del mundo de la cultura, cuyas exposiciones en el hemiciclo daban lustre a la política nacional. Además de Porras, piénsese en el poeta José Gálvez o en un polígrafo del nivel de Luis Alberto Sánchez, por mencionar solo a dos ilustres patricios. Pienso que, mientras las exigencias para ser representante en el Congreso sean mínimas, como es en la actualidad, no contaremos con legisladores probos, con políticos que tengan la solvencia intelectual y profesional para desempeñar el digno cargo para el que se les eligió.
Volviendo a la historia, ¿cuál es la postura de Porras frente a Francisco Pizarro, a quien dedica un valioso y exhaustivo trabajo?
Porras admiraba a Pizarro, en quien veía al “arquetipo del conquistador”, a un héroe que, nacido en humilde cuna, logró, gracias a su valentía y tenacidad, conquistar el imperio de mayor extensión ubicado en el hemisferio sur. En su valoración, Pizarro era “uno de los más grandes forjadores de peruanidad”, por considerar que sus conquistas configuraron el espacio territorial del Perú y por gestar la fusión de las dos culturas.
¿Sabes cómo nace su interés por esta figura tan vilipendiada?
Precisamente, con un afán vindicativo. Porras había encontrado en las crónicas testimonios que contradecían la imagen pérfida de Pizarro, muy difundida en ese tiempo. Entonces, a partir de un estudio sistemático de las crónicas, concibió la idea de escribir una biografía de Pizarro que refutara la versión que ofrece Prescott. El proyecto que esbozó a inicios de los años treinta, se amplió con los numerosos documentos que descubrió en archivos europeos y que incluyeron el testamento de Pizarro. A partir de todos estos hallazgos, escribió artículos y dio conferencias sobre este personaje en el Perú y en España. El más conocido trabajo de esta época es el discurso “Pizarro, el fundador” del año 1941, en el que presenta un retrato apologético del capitán extremeño. En los años siguientes, Porras avanzó mucho en la redacción de su biografía, pero no logró concluirla.
¿Algo lo hizo dudar o fueron sus diversas ocupaciones las que lo apartaron de ese trabajo?
O tal vez su minuciosidad de investigador y el prurito perfeccionista que lo caracterizaba. Yo me inclino más bien a considerar otra posible razón. Pablo Macera señaló un factor a tener en cuenta: en los años cincuenta, Porras ya no compartía su enfoque inicial sobre Pizarro y no suscribía lo planteado en esa biografía. Además, indicaba Macera que en esa época Porras se apartó del tipo de hispanismo que había sostenido. Considera que la biografía de Pizarro vio la luz dieciocho años después de la muerte de su autor y ha tenido recientemente una segunda edición. Sin embargo, en ambos casos el criterio editorial no ha sido el más acertado, por no tratarse de ediciones críticas y anotadas.
En una brillante entrevista hecha por Alfonso Tealdo, Porras parece un habitante del paraíso: un bibliófilo cercado entre anaqueles y consagrado a sus lecturas. ¿Era así, tan extrañado y abstraído en sus estudios?
El reportaje de Alfonso Tealdo que citas se publicó en la revista limeña Gala , en 1948. Esa entrevista se realizó en los días que Porras alistaba equipaje, pues había sido nombrado embajador en España. Es una magnífica entrevista. Aprovecho para recordar que está considerada como una de las mejores que se hayan realizado en la historia del periodismo nacional.
Sin duda, es un bello retrato de un hombre sumergido en la investigación…
Tealdo describe a Porras en su casa miraflorina, rodeado de anaqueles, retratos y bronces. La imagen que transmite es, en efecto, la de un bibliófilo concentrado en sus lecturas. Sin embargo, esta es una faceta de Porras: el rastreador de libros antiguos, el lector voraz y el investigador erudito. Tal rasgo coexistía con otros. Porras no fue el tipo de intelectual que se ciñera a su biblioteca y escritorio; cumplió un rol muy activo en las causas educativas, diplomáticas y políticas con las que se comprometió. Por ejemplo, a los veintidós años fue uno de los dirigentes de la Reforma Universitaria de 1919. Ese mismo año ingresó al Ministerio de Relaciones Exteriores, en donde ocupó cargos diversos hasta culminar su carrera diplomática como Canciller. Igualmente, fue parlamentario y llegó a presidir el Senado. Porras perteneció a una generación de intelectuales que compaginó la vida académica con responsabilidades en la función pública.
Читать дальше