Los viajes de la tribu: José Celestino Campusano
Tránsitos de aprendizaje: Dominga Sotomayor
El viaje deformante: Rodrigo Bellot
Del thriller y sus simulacros
Thriller cerebral: Andrea Testa y Francisco Márquez
El mapa y la ciudad: Hugo Santiago
Al escape: Diego Lerman
La pista de la diva: Sergio Wolf y Lorena Muñoz
El poeta y su sombra: Pablo Larraín
CAPÍTULO 5. TRATAMIENTOS ESPACIALES ALTERNATIVOS
Tierras en trance: espacios ruinosos
Fuera de las guías de turismo: Eduardo Coutinho
El centro que fue: Sebastián Martínez
El “hombre antiguo”: Carlos Machado Quintela
A punto de desaparecer: Lorena Best y Robinson Díaz
El fin de la dinastía: Laura Huertas Millán
Los espacios ancestrales: Carlos Reygadas
Los espacios de la incertidumbre: Lucrecia Martel
Los espacios de la desolación
Hacia ninguna parte: Susana Barriga
El lugar de las banderas arriadas: Michael Wahrmann
A dentelladas: Laura Citarella y Verónica Llinás
Espacios y cuerpos liminales
Del cogote: Nelson Carlo de los Santos Arias
Sin posible diagnóstico: Nader Messora y João Salaviza
Entre vivos y muertos: Beatriz Segnier
Entre paréntesis: Camila Donoso y Nicolás Videla
El tránsito del duelo: Milagros Mumenthaler
Entre el bosque y la playa: Inés de Oliveira Cézar
En el umbral del deseo: Roberto Doveris
Liminalidad “fantástica”: Gabriel Medina
El tránsito inquieto: Pepa San Martín
Mujeres en el umbral: Sebastián Lelio
Las figuras en el retablo: Álvaro Delgado Aparicio
Espacios de alucinación y de resistencia: Matías Meyer
En el hostal y en la pecera: Matías Bize
Entre el fuego y la luna: Celina Murga
Espacios sonoros
La voz del padre: Luiz Fernando Carvalho
Ruidos del vacío: Cristian Saldía
Rumores del pasado: Kleber Mendonça Filho
Espacios laborales
El espacio del socavón: Kiro Russo
El polvo de la vaquejada: Gabriel Mascaro
Hombres de mar: Pablo Escoto
Espacios e historia
En el volcán: Yulene Olaizola y Rubén Imaz
Frescos colombianos: Ciro Guerra, Cristina Gallego
Espacios de la alegoría y de la fábula
Espacios de la fábula violenta: Julio Hernández Cordón, Alejandro Landes, Raúl Rico, Eduardo Giralt Brun
Marcas territoriales: Andrés Wood
Los espacios acotados del poder: Santiago Mitre
Espacios de la sordidez
Sobre la mesa de disección: Pablo Larraín
Cabezas trocadas: Alejandro Fadel
La ruta del milagro: Jonatan Relayze
Los dispositivos de la abyección: Amat Escalante
Espacios de la abstracción: Gustavo Fontán
La meteorología de las imágenes: Mary Jiménez y Bénédicte Liénard
Espacios de la ausencia y la memoria
La memoria privatizada: César Díaz
Espacios del quietismo y de la deriva
Espacios de quietud y errancia: Nicolás Pereda
En invierno y en Nashville, pero no en el de Altman: Alberto Fuguet
Espacios hiperconectados: Eduardo Williams
Elegía del viaje: Raúl del Busto
Rutinas pasivas y melancolía: Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll, Juan Villegas, Fernando Eimbcke, Alejandro Small, Óscar Ruiz Navia, Alonso Ruizpalacios, Julio Hernández Cordón
La noche persistente: Edgardo Castro
La tristeza del blues: João Dumans y Affonso Uchoa
Derivas íntimas: Ezequiel Acuña
Los espacios domésticos: Vladimir Durán, Rubén Imaz
Espacios fantasmales: Federico Veiroj
Espacios de confinamiento: Álvaro Brechner, Juan Manuel Sepúlveda
Espacios disfuncionales: Pablo Trapero
Espacios afectivos: Pedro González-Rubio
Espacios “fantásticos”: Adirley Queirós, Juliana Rojas, Marco Dutra
APUNTES FINALES
REFERENCIAS
ÍNDICE DE TÍTULOS DE PELÍCULAS MENCIONADAS
Introducción
Es difícil ofrecer un panorama exhaustivo de las tendencias del cine latinoamericano realizado en lo que va del siglo xxi. En primer lugar, porque se han atenuado los vínculos que mantenía con las antiguas formas expresivas y de producción. Las nociones aceptadas de los cines nacionales –argentino, mexicano, brasileño, pero también chileno, colombiano o peruano–, siempre atentos a la descripción del color local, a la prolongación del costumbrismo, o afiliados a cualesquiera de las modalidades de la denuncia –sean por las vías del documental social o de la ficción testimonial–, aparecen debilitadas y socavadas por la realidad plural de diversas escrituras y estilos.
Se han desdibujado también las filiaciones genéricas netas. Hoy, los vínculos con el melodrama, con la comedia de costumbres, con el terror, o con otros géneros, se establecen por vías indirectas, mediante las apropiaciones de los códigos genéricos, que se pliegan a los intereses y estilos de los cineastas. Y el realismo mágico, como clave de identidad para el cine de la región y pasaporte para el ingreso a los grandes festivales internacionales, sobre todo europeos, en auge durante los años setenta del siglo pasado, quedó cancelado.
El de los últimos años, es un panorama en el que la política, entendida como instancia articuladora de los esfuerzos colectivos del “pueblo” en lucha por su liberación, y del empleo instrumental del cine en la consecución de ese objetivo –tal como quedó formulado en el Festival de Cine de Viña del Mar de 1969– ha cedido el lugar a representaciones cinematográficas de “luchas” más acotadas, más individuales, en el ámbito amplio de lo político, pero en el terreno específico de lo identitario, que se resiste a apelar a la épica de lo masivo 1.
Se ha esfumado también la noción unificadora de una identidad regional que podía reconocerse en los rasgos de una fisonomía compartida, por más incierta o imprecisa que ella fuera.
En cambio, los cineastas latinoamericanos más importantes surgidos desde los años noventa se exponen a las influencias, tendencias y escrituras provenientes del cine internacional, sobre todo aquellos que se consolidaron en las prácticas del cine de autor procedentes de países considerados periféricos o excéntricos, o que se mantenían alejados de las vidrieras de los festivales de cine del mundo occidental. Sensibilidades renovadoras que cuestionan las formas tradicionales de representación –tanto en los terrenos de la ficción como del documental, o de la no ficción– en los cines de América Latina. Desde inicios del siglo xxi, se esboza una cartografía alternativa del cine internacional.
La presencia hegemónica de Hollywood, abrumadora en los campos de la distribución y exhibición desde los años setenta, empujó hacia los márgenes a algunas industrias fílmicas hasta entonces sólidas. Durante las décadas finales del siglo xx, cinematografías destacadas, sea por el volumen de su producción o por la prolífica actividad de sus realizadores, se fueron desplazando hacia la periferia para enfrentar los efectos del cese parcial de sus actividades o encarar la merma significativa de su producción. En contraste, despuntan cines nacionales que hasta entonces mantenían un perfil bajo o escasa visibilidad internacional: Irán, Rumania, Turquía, Filipinas, Tailandia, Taiwán, Corea del Sur, entre otros. En todos ellos se perfilan estilos cinematográficos alternativos, personalidades distintivas y formas de producción diferenciadas.
Esos impulsos renovadores, rastreables en las cinematografías asiáticas y europeas, se afincan en la producción proveniente de diversos países de América Latina, tanto en aquellos que lograron desarrollar industrias en las décadas de los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo xx, como México, Argentina y Brasil, entrando en crisis posteriormente, como los que no lograron consolidar una producción constante, como Colombia, Chile, Bolivia, Uruguay, Perú, Paraguay, Ecuador, entre otros. En los países “industriales” se revisan y critican los antiguos modelos de producción y sus prácticas tradicionales, tanto narrativas como estilísticas. En los otros, aparecen diversos tratamientos cinematográficos y estilos, impensables hasta pocos años antes. Algunos de ellos se apropian de las líneas centrales del cine de la modernidad, nacido con el neorrealismo italiano y prolongado en la “Nueva Ola” francesa y los “nuevos cines” de los años sesenta, para extremarlas y llevarlas cada vez más lejos 2.
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