Contratar a un profesional supone buscar en el otro un saber y valor agregado específico que posee y que ofrece a los demás, a través de un producto o un servicio. Ya sea una casa, un diseño, un proyecto, un artefacto o un proceso curativo, de gestión, etcétera. Sin embargo, ¿cómo es posible, que por la simple circunstancia de que seamos quien paga, el que aprueba o el que pondrá su sello, nos sintamos con la atribución de someterlo a nuestro parecer o desestimar u obturar el suyo? ¡Cuándo, además, es su criterio el que aporta el valor agregado y no el nuestro!
c.2. ¿Trabajar en equipo y cooperar o mandutear1 y apropiarnos de la iniciativa ajena?
El valor agregado, en el caso del trabajo en equipo, lo brinda el aporte compartido, distribuido y reunido en común: competencias, ideas, desarrollos conceptuales o instrumentales, tareas y esfuerzos. ¡Cómo cuesta sin embargo no confundir la tarea de coordinar o dirigir el equipo con la de imponerse, mandar de forma autoritaria y exigir sumisión! Con qué facilidad, en vez de respetar el lugar donde cada uno está más cómodo y desde el cual puede realizar mejores aportes al grupo, confundimos la tarea de organizar con la de disponer de los demás a nuestro antojo.
En la dirección o coordinación de personas, cuando no se respeta y reconoce el aporte de cada uno y la igualdad entre todos, muta ese rol hacia formas más o menos elegantes de apropiarse de la iniciativa o competencia ajena. Hacia un uso del otro –sobre todo de aquellos que se brindan desinteresadamente– que enajena de mérito al resto y solo beneficia a uno. ¿Qué es lo que hace que confundamos algo tan sublime como lo es construir con otros, con la búsqueda unilateral de un mérito solo entendido como propio?
c.3. ¿Liderar o manipular? Las confusiones en torno al liderazgo
Vivimos en una época signada por la promoción del liderazgo y de las habilidades sociales. Pero que muchas veces olvida que la manipulación ostenta habilidades sociales muy cercanas. La capacidad de empatía, de captar las necesidades y expectativas del otro, de comunicar asertivamente; por ejemplo, o de entusiasmar, cohesionar y motorizar a un grupo detrás de un ideal y objetivo. Pero, ¿qué diferencia y qué hace que confundamos el liderazgo y la manipulación?
Las habilidades sociales son condiciones necesarias del liderazgo. Pero no suficientes. Para ser un verdadero líder es necesario tener temple, integridad, compromiso con uno mismo, con el hacer y con los demás. Esa solidez ni estridente ni sobreactuada que transmite seguridad, esa sensación de encontrarse ante alguien que priorizará los valores en los que cree aunque deba reconocer y rectificar el propio error. Que es capaz de ver más allá de sí y dominar su capricho y afán de figuración. Que transmite un desinterés respecto de sí, por el cual, es capaz de medirse a sí mismo con la misma vara que plantea para los demás. El verdadero liderazgo es claro y se sustenta en la coherencia. Pero igualmente, ¿por qué nos dejamos ganar tantas veces por la confusión?
d. Para con nuestros propios valores: ¿Por qué confundimos tan fácil un valor con su contravalor?
d.1. ¿Éxito o exitismo?
El éxito supone hacer algo bien. También ante los ojos ajenos. Lo cual, una vez hecho, reluce. Pero atender al brillo por sobre el hacer algo bien: ¿no supone valorar lo contrario de lo que implica hacer algo bien? El exitismo, como actitud que confunde la dedicación por el hacer algo con buscar el brillo, ¿no olvida el foco en el proceso en el que se sustenta todo buen hacer? ¿No direcciona a la persona en contra de las reglas del arte que pretende manejar? ¿No desliga el propio ser y atención de ese compromiso con la calidad del proceso en el que se apoya todo arte y buen hacer?
La valoración desmesurada del brillo y el resultado –de transformarse en un fin en sí mismo– ¿no corre el riesgo de justificar cualquier medio para alcanzarlo? Y, en tanto configura nuestra forma de relacionarnos con los demás, ¿no supone además adoptar una inclinación por valorar a los demás, no por su “buen hacer”, sino por el brillo que hubieran podido alcanzar?
He visto, tantas veces y a tantos, inclinarse ante quien ostenta brillo, capacidad de disposición o simplemente dinero –aún desconociendo su hacer o sus logros– que siempre generó en mí dudas. Tantas otras veces vi desestimar a quien comprometido, competente y desinteresado, entregado a hacer las cosas y a hacerlas bien; que me llevó a dudar aún más. Tanto del reconocimiento como del supuesto señorío. ¿No hemos visto a cientos de éstos despojados de reconocimiento? Lo más triste es que tal despojo les haya sobrevenido, justamente, por “no hacer gala” de lo que hacen. Por solo volcar pasión y amor por su trabajo y por el arte del que se trate.
Pero volviendo a nuestras confusiones, ¿qué es lo que nos lleva a no distinguir brillo de señorío y notoriedad de bonhomía? ¿A ver méritos donde no los hay y a no verlos donde los hay?
d.2. ¿Cantidad o calidad? ¿Por qué nos cuesta tanto valorar lo intangible?
Pareciera que, como sociedad, valoramos mucho más lo cuantitativo que lo cualitativo. Los títulos u honores obtenidos, la gente que se conoce o el dinero del que se dispone y que reemplaza al tiempo que se es capaz de ofrecer, la gestión y la calidad del trabajo que se es capaz de hacer. En otras palabras, estimamos tanto lo tangible, que subestimamos lo que está oculto a los ojos: lo que no es fácilmente cuantificable: la capacidad, el talento, el afán, la dedicación, la honestidad. Las actitudes y competencias que hacen a un buen desempeño. No al brillo. Confusión que quizás explique esa tendencia a apropiarse irreflexivamente de las cualidades intangibles del otro: del artista, del hacedor y de todo aquel que hace lo hace, por el valor que encuentra en hacerlo y el amor que pone en ello.
d.3. ¿Buena intención o inconsciencia?
—“Pero, ¡si yo no te quise hacer eso! ¿Cómo podés pensar que quise hacerte daño?”.
Nos autoexculpamos, aludiendo a nuestra falta de mala intención. Liberándonos de toda culpa por el acto realizado. Pero olvidando que ello no borra las consecuencias de lo hecho; ni del perdón que corresponda pedir o del error a enmendar. Exculparnos en la falta de intención no solo supone desestimar el daño y la ofensa. Agrega –al atender solo a lo que sentimos nosotros respecto de lo hecho– el destrato hacia el otro. Su desconsideración. Desentendiéndose de lo hecho y lo provocado con ello en el otro.
e. Las incoherencias en el ÁMBITO de lo PÚBLICO
e.1. ¿De todos o propio?
La primera y principal trampa, que pienso, acecha a todo administrador o gobernante, consiste en confundir lo que se le ha confiado y es de otros –¡o de todos!– con lo propio. Con aquello de lo cual puede disponer según su voluntad, es decir, para, por y según su propio y único parecer. Pero confundir esa prioridad para decidir sobre lo de otros –que es delegada y concedida– con la capacidad de disponer de ello a título personal y sin informar, consultar, ni dar cuenta; es grave. Supone apropiarse del derecho ajeno.
Tal falta de distinción suele a la vez ser fuente de otra mayor: la de confundir gobierno con estado. El patrimonio y derecho común con el propio. Esto conduce a licuar la propia responsabilidad respecto de eso que es común o público; es decir, de todos. Qué ilógico que este tipo de apropiaciones se haya visto acompañada tantas veces por sentidas declamaciones a favor de los que menos tienen y en contra de los que parecen tener algo más. Mientras se enmascara la voluntad privada (del gobernante de turno) con el ejercicio de una voluntad que se considera pública por el solo hecho de haber sido investido para un cargo que, encima, es delegado. Vaya poca consecuencia de la confusión.
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