Gustavo Caputo - El desafío de superar la incoherencia para una convivencia sostenible

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El desafío de superar la incoherencia para una convivencia sostenible: краткое содержание, описание и аннотация

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"Este libro enfoca nuestras conductas incoherentes y las confusiones de las que parten. Buscando esclarecer la relación entre la capacidad crítica –que rige nuestro diario razonar, decidir y actuar– y los efectos y la dinámica social que provocan y promueven nuestras acciones. Advertir que la incoherencia podía constituir un conjunto identificable y compartido de actitudes y comportamientos; y vincular su origen con una incapacidad crítica también generalizada, ofrecía una explicación a la fragmentación que sufrimos como sociedad. Al cambalache por el cual mezclamos biblias con calefones y (…) repetimos, sin nunca resolver, nuestros problemas. (…) (Y con ello, podía) mostrarnos el camino para dejar de tambalearnos entre lo que creemos ser, pensar o poder, para pasar a sustentarnos en lo que en verdad hacemos, somos y podemos…".

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En los ambientes sociales nuestras miserias y sombras personales pueden permanecer ocultas. Durante años y aún durante vidas. En los íntimos sin embargo, nuestros conflictos personales y reales saltan a la luz. Están a flor de piel. Traspasan la máscara que interponemos entre quienes somos y como nos mostramos a nivel social. Ante quienes nos conocen bien nuestro estado y situación real son palpables.

Expresado en otras palabras: socialmente mantenemos cierta posibilidad de mostrarnos como quisiéramos ser, logrando cierto éxito en ello; porque no hay tanta proximidad con el otro. Pero la intimidad, en cambio, desnuda quienes somos en realidad. Muestra nuestros verdaderos conflictos y fantasmas. Nos impide ocultarnos. Desnuda, descubre y expone todas nuestras incoherencias. Esto quizás, explique hasta que punto estamos dispuestos a romper o a que se rompan los vínculos íntimos. Porque nos permite mantener esa imagen proyectada hacia afuera, mientras mantiene ocultos aspectos oscuros de nuestra persona. Esos que, quizás, nos genera conflicto reconocer, admitir o cambiar. Pero ese es un problema nuestro, no de los demás.

¿Incondicionales para los demás, o demandantes sin límites?

Otra área de nuestra acción en la que nuestras emociones y expectativas muchas veces se contradicen es el amor. Ámbito de intimidad por excelencia en el cual confundimos la aceptación –incondicional– del otro, con la exigencia –sin límites– de verlo totalmente sujeto y pendiente de nosotros. Trocando así la gratuidad mutua –que nutre y da sentido al amor– por exigencias y coacciones que, además de desnaturalizarlo, lo esfuman. Resultado eventual ante el cual seguiremos buscando a esa persona ideal con la que todo fluya. Como si lo que se tratara de alcanzar fuera un destino que nada tiene que ver con aquello a poner, por nosotros...

b. En nuestra comunicación con los demás

b.1. ¿Expresarnos o tener razón? ¿Por qué los confundimos al comunicarnos?

Las ganas de los demás de expresar lo que piensan, sienten o creen, cabría considerar que son parecidas a las nuestras. En definitiva, ¿no necesitan ellos –como nosotros– sentir que lo que dicen o buscan expresar, es interesante, merece atención e intento de comprensión? ¿O toda comunicación se reduce a ver quién tiene razón y se impone sobre el otro? Discutir sobre el dedo, en lugar de hacerlo sobre la luna que aquel dedo señala –es decir, discutir sobre lo accesorio, circunstancial y anecdótico en lugar de hacerlo sobre lo esencial– ¿no hace difícil cualquier tipo de comunicación?

Algo semejante nos ocurre con los motivos e intenciones: presuponemos, de manera fácil, motivos caprichosos o egoístas en otros. Pero nos cuesta ver nuestra compulsión por imponer la propia mirada y opinión. ¿Por qué confundimos una cosa con la otra? Intentar “tener razón” enfrenta, mientras que buscar expresarse, acerca y empuja hacia un entendimiento mutuo. Ilumina el problema concreto hacia soluciones compartidas. Descubre aspectos o perspectivas nuevas sobre el tema. Miradas que quizá habíamos pasado por alto, pero, cuando nos expresamos ¿lo hacemos para manifestar nuestra posición, opinión o sentimientos o solo para tener razón? Es bueno notar esta diferencia.

¿Gritar o escuchar? Esa característica, tan nuestra, de juntarnos entre amigos, compañeros o conocidos, refleja una necesidad y placer por compartir. Pero, ¿por qué termina tantas veces en un sinfín de gritos? Gritos a través de los cuales todos buscamos ocupar la palabra al mismo tiempo y como resultado, nadie escucha a nadie. La escucha ¿no haría crecer en nosotros la conciencia y la posibilidad de dialogar y compartir?

b.2. ¿Por qué discutimos tanto sobre la verdad y descuidamos la veracidad?

Cuando nos enroscamos en disputas sobre la verdad de una cuestión –como sí solo admitiese una mirada y excluyera a las restantes– ¿no olvidamos el valor esencial que contiene la expresión genuina del otro? ¿No suplantamos y olvidamos, al confundirla, la noción de verdad con la de veracidad? La veracidad, a diferencia de la verdad, implica decir lo que pensamos, creemos o sentimos. Alude a la concurrencia, en quien se expresa, entre lo que dice y lo que verdaderamente piensa, cree o siente. Entre su intención o pretensión y su decir. Pone allí el valor de la cuestión. Lo relevante.

La veracidad, en el diálogo, refiere a la necesaria concurrencia de la sinceridad del emisor. Dejando para el otro el esfuerzo por escuchar e intentar entender, requisito indispensable de la sinceridad y complementario respecto de la comunicación. El intento por captar el sentido de lo que el otro dice, poniéndose en su lugar. Ayudándolo a expresarse. Compromiso que le corresponde al receptor.

Acudiendo al lenguaje del ajedrez, podría decirse que el diálogo exige un enroque ineludible: trocar la disputa sobre cuál pudiera ser la verdad de la cuestión, por el esfuerzo recíproco de ser veraces; por el de hablar y escuchar de forma sincera. Ya que solo esto hace posible un verdadero encuentro. Una comunicación que sitúa y vincula cara a cara.

Claro, el tema es que la veracidad implica que el que habla, no busque ocultarse detrás de las palabras, sino que explicite sus verdaderas intenciones, objetivos u argumentos. El porqué de lo que piensa, cree o siente. El problema es que ese “no ocultarse” implica mostrarse, exponerse a ser visto tal cual se es ¡Qué difícil es compartir visiones de la realidad –y enriquecer la propia– si no nos comunicamos de forma genuina! Si no nos encontrarnos unos con otros de verdad. Si no decimos qué pensamos, porqué lo pensamos y a partir de qué experiencia lo pensamos.

Guardarnos los porqués de lo que decimos, por otra parte, limita y reduce nuestra comunicación a una mera posibilidad de canje, a un simple trueque de datos, intereses, informaciones o cosas que, más allá de que puedan sernos útiles (y que aporte algo a nuestras vidas) dejan fuera nuestras vivencias interiores, humanas, mutuas. Aquello que nos nutre y que quizás por ello es compartible.

c. En nuestros espacios compartidos de decisión y acción

¿Por qué confundimos, tan fácilmente cualquier posición de prioridad con privilegio?

¿Por qué, ante cualquier circunstancia que nos otorga cierta prioridad de disposición o decisión sobre algo, buscamos imponernos o exigimos sumisión? ¿Por qué, ante cualquier cuota fortuita de posición dominante –económica, funcional o aún burocrática– actuamos como si estuviéramos investidos de una autoridad superior que hace del otro alguien dependiente de nuestra arbitrariedad?

¿Por qué solemos actuar como si cualquier eventual atribución sobre algo conllevara el poder disponer del otro a nuestro antojo? ¿Por qué no interpretamos esas situaciones como una posibilidad y responsabilidad de estar al servicio del otro? ¿Por qué tantas veces y ante una situación que nos favorece, nos apropiamos de tiempos, méritos o ideas ajenas?

c.1. ¿Dirigir o mandar?

En el ámbito de lo profesional, contratar a alguien supone que el otro nos brinde un producto o servicio que él mismo aporta a través de un proceso y para el cual se entrenó. Sin embargo, ¡cuántas veces le exigimos que ajuste ese proceso, al que seguiríamos nosotros si fuéramos los médicos, abogados o arquitectos! Confundiendo el derecho a exigir un resultado, con el de inmiscuirnos en el proceso que le corresponde al otro administrar. Exigimos que lo haga “como las haríamos nosotros”, que no tenemos su arte ni sabemos nada de él ¿Se imaginan a un paciente que en plena operación pretenda decirle al cirujano cómo cortar por aquí o por allá? ¿Y que encima se enojase o tratara de soberbio al médico si no hace lo que él le dice, tal como él lo dice y porque él lo dice? ¿Cómo calificaríamos esa intrusión en el terreno de lo ajeno? ¿De arrogancia, soberbia o estupidez? Aunque parezca bizarro y ridículo, invadimos tantas veces el campo de decisión o acción del otro, como si se tratara del nuestro.

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