La segunda sección, “Enseñanzas de Yurumanguí para pensar los procesos de memoria histórica, reparación y construcción de paz desde un enfoque territorial”, está encabezada por el capítulo “Fiesta de los Manacillos: momento liminal en medio de la guerra” de la socióloga y magíster en Construcción de Paz Solange Bonilla. Su propuesta expone los resultados de un trabajo etnográfico sobre la Fiesta de los Manacillos, celebrada en la vereda Juntas de Yurumanguí en la Semana Santa del 2018, en medio del escenario de conflicto armado que se vive en este territorio colectivo. Por esta razón, el capítulo, en un primer momento, nos presenta una rica descripción del ritual.
Con base en la teoría del ritual de Víctor Turner, la autora presenta la Fiesta de los Manacillos como el “momento liminal” de un ritual de paso (la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo) en el que se liberan las tensiones y los conflictos de la vida cotidiana y se renuevan las energías comunitarias. Luego, complementa este planteamiento con el concepto de performance de Diana Taylor, con el fin de mostrar que la fiesta envuelve un sistema de aprendizaje basado en prácticas corporizadas gracias al cual el legado histórico/emotivo del Manacillo se ha mantenido vivo en la memoria colectiva de los pobladores del Yurumanguí. De esta manera, el Manacillo se ha instituido en un medio de expresión de la identidad colectiva de los/as yurumanguireños/as. No obstante, en el actual contexto local de guerra y de disputa territorial que sufre Yurumanguí, el significado social y político de la Fiesta de los Manacillos se ha expandido y ha llegado a convertirse en lo que la autora concibe como un acto de “resistencia desde el territorio a la coacción que imponen los armados sobre la población civil”. Esto porque, desde su perspectiva, la realización de la Fiesta de los Manacillos exige el ejercicio de la autonomía de las comunidades sobre su territorio, puesto que es una práctica cultural cimentada en la territorialidad y la identidad localizada de los/as yurumanguireños/as que, por supuesto, riñe con las acciones de territorialización forzada de los armados. En este sentido, el trabajo de organización político-comunitaria del Consejo Comunitario de Yurumanguí en defensa de su territorio ha sido vital para la pervivencia de la fiesta.
A la par, para la autora de dicho capítulo, este ejercicio político de resistencia civil ha contribuido a que la fiesta se configure en un momento liminal en medio de la guerra, en el que algunos miembros de los grupos armados tanto legales como ilegales y la población civil interactúan en un mismo espacio, ya no bajo la lógica de la guerra, sino de acuerdo con las reglas consuetudinarias de la fiesta. De esta forma, por medio de su trabajo, la autora nos invita a pensar la Fiesta de los Manacillos como un escenario para la construcción de paz en y desde el territorio yurumanguireño.
En una línea similar, Mónica Fernanda Iza Certuche y Santiago Alberto Llanos Molina, profesionales del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), aportan el capítulo “Narraciones del duelo y la resistencia: construcción de memoria histórica en el río Yurumanguí”. Este texto es producto del acompañamiento institucional que estos dos profesionales hicieron al Consejo Comunitario del río Yurumanguí en la implementación de la orden catorce de la Sentencia de Restitución de Tierras. Esta orden no es otra cosa que una medida de satisfacción que aboga por restablecer la dignidad de las víctimas del conflicto armado interno y fortalecer los procesos de resistencia de la comunidad a través de la conceptualización de contenidos, adecuación del espacio y producción museográfica de un “lugar de memoria” que reconozca la importancia de la memoria territorialmente inscrita.
Los investigadores se interesaron por la comprensión de los daños que han sufrido los espacios tradicionales de encuentro comunitario para la celebración de la vida y la muerte en ocasión del conflicto social y armado. Con base en el enfoque de memoria histórica, se preguntaron si un lugar de memoria podría ser un espacio propicio para realizar el duelo de los daños que la guerra ocasionó, así como para generar nuevas estrategias de resistencia colectiva. Tras un trabajo de campo que consistió en la realización de grupos focales y entrevistas a informantes clave, en su escrito sostienen que ha sido precisamente “en el proceso de sobreponerse al dolor de las pérdidas humanas y a las afectaciones de tipo cultural, económico y social que la comunidad ha resignificado los procesos de duelo en acciones de resistencia”, donde estas últimas configuran escenarios de reconstrucción del tejido social y de avance en la consolidación de la paz territorial.
En consecuencia, el lugar de la memoria que debe construir el CNMH en Yurumanguí ha de posicionarse como un espacio para el recuerdo y la sanación espiritual de los daños que ocasionó la guerra, pero, sobre todo, para el reconocimiento de la lucha organizativa como única posibilidad de continuar defendiendo la vida digna en el territorio yurumanguireño. Es responsabilidad de la institucionalidad estatal y de las comunidades garantizar que dicho espacio realmente sirva para este fin y evitar que se quede solo en la puesta en marcha de un museo que mistifique el trabajo de la memoria de las comunidades, como ya ha sucedido con otras experiencias de reparación simbólica.
Desde otra orilla, el psicólogo y antropólogo Juan Guillermo Garzón presenta el capítulo “Yurumanguí, río-vida: poéticas en reparación territorial”, donde plantea la clave río-vida, esto es, el río como espacio de vida para pensar la reparación territorial. El autor inicia por exponer cómo la cosmovisión del río-vida supera la visión del río como un “recurso vital” útil para la acumulación de riquezas y, por medio de enfatizar en una mirada ontológica, pone de relieve la cualidad esencial que hace que el río sea uno con el resto de lo existente: la vida. En consecuencia, postula que, para entender los procesos de victimización de las comunidades negras del río Yurumanguí, su espacio de vida, se debe considerar que lo que lesionó la esclavización —violencia histórica y estructural sufrida por estas comunidades— fue el mismo ser de la vida en relación con el territorio por medio de una fuerza de desterritorialización trasatlántica, y que fue eso mismo lo que siguió siendo herido constantemente mediante el embate del conflicto armado colombiano que los ha afectado de maneras dramáticas y diferentes. Según expone, para las gentes yurumanguireñas, las políticas autónomas de cuidado de la vida y de defensa del territorio forman parte de una poética, entendida esta como el acto creativo de la cultura, cotidiana y constante, en la que radica la resistencia de la comunidad a esa victimización histórica. Esto lleva al autor a resaltar entonces el lugar reparador del cuidado del territorio como reivindicación de la vida y el ser, aun cuando este emerge en un escenario violentado en el que los actores armados han agenciado una poética de la muerte, cimentada en la desaparición o el sometimiento de otros. En este sentido, lo que el autor propone que requiere pensarse, desde la clave río-vida en la experiencia de Yurumanguí, es el trasfondo cultural de las concepciones y prácticas sobre la reparación.
Los procesos de reparación institucionales constituyen un escenario particularmente crítico para repensar la vida y el devenir comunitario, pues posibilitan un conjunto de decisiones y acciones en las que se friccionan diferentes apuestas por modos de ser, estar, sentir y percibir en el mundo. Así, mientras que la reparación se cimienta en una visión mecánica de lo social en la que lo indispensable es reparar aquellas dimensiones del tejido comunitario que la violencia dañó, desde la perspectiva del río-vida el daño del territorio en realidad es la herida de la cultura, lesiones a las poéticas de las que emerge. Es un perjuicio al devenir que, como nos enseña Yurumanguí, requiere ser sanado por medio de acciones que se sustenten fuertemente en las decisiones fundadas en las memorias de creación del tejido de la vida, del cuidado de la vida. En suma, esta es una propuesta innovadora para efectuar la reparación, o mejor, la sanación del territorio-vida desde la potencia misma del entramado cultural yurumanguireño.
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