La doxología trinitaria confronta lo temporal , con sus órdenes de procedencia y prioridades, con lo eterno , donde hay simultaneidad y reciprocidad. Padre, Hijo y Espíritu crean, salvan y actúan siempre conjuntamente: el Espíritu y la Palabra se acompañan mutuamente desde la eternidad. El Espíritu reposa en el Hijo e ilumina relaciones entre el Padre y el Hijo . Esta luz introduce la alegría eterna en el amor de Dios. A la doxología trinitaria corresponde la analogía social: Dios es comunidad .
Nuestro pasaje es que es un texto fundacional . Da cuenta del fundamento de la persona humana, de nuestra verdadera identidad y de nuestra vocación. Al descorrerse el velo del cielo se nos revela algo maravilloso: no solo podemos ver al Dios trino en acción; sino, en tanto Jesús es nuestro representante como seres humanos, podemos conocer el fundamento de la plenitud de la vida humana.
En su bautismo Jesús tomó conciencia de su identidad como Hijo de Dios, de su misión mesiánica y comenzó, así, su ministerio . Allí Jesús comprendió, por obra de Dios, quién era y cuál era su vocación divina, que fue también su vocación humana. En el relato leemos cómo Jesús, después de su bautismo, triunfó sobre la tentación y nos abrió el camino de una vida humana realizada, plena y digna de ser vivida.
Lo que Juan el Bautista había anunciado en Mr. 1:1-9 ahora debía cumplirse en Jesús. Juan había dicho que primeramente era necesario bautizarse en agua, pero que venía detrás de él alguien que bautizaba con el Espíritu Santo. Lo que habría de ocurrir en otros seres humanos, debía ocurrir primero en Jesús mismo. Jesús se bautizó primeramente en agua pero, inmediatamente, al subir del agua (v.10a) fue bautizado con el Espíritu Santo. Su primer bautismo en agua fue necesario ya que, como todos nosotros, Jesús vino en carne de pecado (Ro. 8:3a) y compartió con todos nosotros su condición falible. Participó de las mismas bases de nuestra existencia auto-centrada y carente, para alcanzar, desde allí, la plenitud de una vida descentrada y así destruir el pecado en la carne (Ro. 8:3b). De esa manera se identificó con el pueblo, y con todos nosotros, haciéndose bautizar por Juan en el río Jordán. A lo largo de su vida Jesús venció el pecado siendo tentado como nosotros en todo pero sin pecado (He. 4:15).
Al subir del agua experimentó un segundo bautismo: tuvo una experiencia más radical de Dios , muy superior al bautismo de Juan. Descubrió a un Dios cuya gracia y amor son incondicionales. Vio abrirse los cielos (v.10b) más allá de todo pecado, opresión y desesperanza del pueblo. Los “cielos cerrados” indican, en la apocalíptica, el silencio y la incomunicación entre Dios y los seres humanos, son un mal presagio. Sin embargo, Jesús vio abrirse los cielos y entendió que una nueva esperanza comenzaba para la humanidad, esperanza fundada en el amor de Dios. Esperanza fundada en el Espíritu que como paloma descendía sobre él (v.10c) y en la voz del Padre que decía Tu eres mi Hijo, el amado, en ti me alegro. La expresión en ti me alegro puede traducirse también en ti me deleito o tú eres mi deseo . Esta experiencia de Dios y el posterior triunfo sobre el Adversario llevó a Jesús a cruzar el Jordán y comenzar a anticipar el reino de Dios; ya no como juicio retributivo, al modo de Juan, sino con signos de gracia y restauración hacia los pecadores y los marginados.
¿Cuál es el fundamento de la persona humana? ¿Cuál es el fundamento de una vida plena? ¿Cuál es la base de una existencia humana con propósito? ¿Dónde se sostiene una vida con poder? Las tres personas divinas son el fundamento sólido de la persona humana . Veamos de qué modo cada persona divina, en unidad con las otras, constituye el fundamento para que podamos vivir vidas plenas y con propósito:
1. El Espíritu maternal como fundamento.
Y el Espíritu como paloma descendía sobre Él (v.1:10). Estamos muy acostumbrados a hablar de Dios como Padre y en género masculino, sin embargo, al Espíritu Santo debemos entenderlo mejor en género femenino. La palabra “Rúaj” (del hebreo “espíritu”) es una palabra que se usa en femenino para designar a los “buenos vientos” o “buenos espíritus”; en el griego “pneuma” es neutro y recién en el latín “spiritus” se masculiniza. Pero el origen del vocablo, según esta línea filológica, es femenino.
1.1. La figura de Dios como madre en el AT.
Ese Espíritu, en forma de paloma, descendió sobre Jesús señalándolo como su ungido. Acertadamente muchas teólogas y teólogos identifican al Espíritu Santo con el Espíritu maternal. Juan asevera: el que no naciere del agua y del Espíritu no pude entrar en el reino de Dios (Jn. 3:5b). La figura de Dios como madre era conocida en el A.T. (Sal. 131:2; Is. 66:13). Es una bellísima imagen. Nosotros nacemos como sujetos no solo del útero de nuestra madre sino, y por sobre todo, del deseo de nuestra madre . Mientras escribo estas líneas viene a mi mente que mañana, en Argentina, se recuerda el día de la madre. Nuestra madre no solo nos ha sostenido en su vientre, nos ha alimentado, nos ha cuidado y alentado sino, principalmente, nos ha deseado y soñado. El primer objeto de amor de cualquier niña o niño es su madre. Ella forja nuestro ser, nuestros afectos y nuestro futuro. El primer fundamento de la persona humana es su madre . No hay forma de constituirnos como seres humanos si no es a través de la mediación materna. Y no solo se debe hablar de madre biológica sino de función materna. Toda persona que ejerce una función materna es digna de elogio. Toda persona que brinda un abrazo o un beso a un infante, y lucha diariamente para ayudarlo a abrirse camino en la vida, es una madre. Todos nosotros hemos de guardar un sentimiento de gratitud y hemos de honrar a nuestras madres. Quienes las recordamos con gratitud y orgullo, no debemos olvidar que el Espíritu es nuestra madre por excelencia . Entonces somos convocados a alabar a Dios y cantar aquel antiguo himno de Pentecostés Veni Creator Spiritus .
Quizá algún lector no haya conocido a su madre biológica o haya tenido una mala experiencia con ella. Es oportuno afirmar, más que nunca, que el Espíritu de Dios, es su madre. Ninguno de nosotros está en este mundo por obra del azar o de la casualidad. El Salmo 22:10-11 dice: …desde el vientre de mi madre Tú eres mi Dios. No te alejes de mi porque la angustia está cerca, porque no hay quien ayude . El Salmo 27:10 afirma: Aunque mi padre y mi madre me dejaren, el Señor me recogerá y el Salmo 139: 13 y 16 expresa: Porque Tú formaste mis entrañas, me hiciste en el seno de mi madre…Tus ojos vieron mi embrión y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados cuando no existía ni uno sólo de ellos . Todos nosotros estamos en este mundo porque Dios lo ha querido y Dios tiene un propósito para cada vida humana. Por eso, aún si hemos tenido alguna mala experiencia, reconozcamos que el Espíritu es nuestra madre y que Dios se ha valido de seres que han hecho posible que cada uno de nosotros haya llegado hasta aquí en la vida. Pidámosle a Dios que la gratitud disipe cualquier resentimiento que pueda anidar en nuestros corazones.
1.2. La madre presenta al padre.
Una buena madre, una madre que irradia luz, es la que presenta al hijo o hija a su padre. El padre está primeramente en la mente y en el corazón de la madre. Solo la madre puede presentar al padre. Hay madres que nunca lo presentan porque este se fue, o porque están en conflicto, o porque lo desvalorizan y quieren retener para sí el amor del niño. Lo cierto es que esto causa problemas al hijo. Entre el Padre y el Hijo está el Espíritu. Por eso decimos en la liturgia: Al Padre por el Hijo en la comunión del Espíritu . El Espíritu forja una recta comunión entre el Padre y el Hijo: el Espíritu maternal descendió sobre Jesús como paloma e inhabitó en Él, luego se escuchó la voz del padre reconociendo y amando a ese Hijo.
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