Stanislaw Lem - La máscara
Здесь есть возможность читать онлайн «Stanislaw Lem - La máscara» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Год выпуска: 1991, Издательство: Ediciones Gigamesh, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La máscara
- Автор:
- Издательство:Ediciones Gigamesh
- Жанр:
- Год:1991
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La máscara: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La máscara»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La máscara — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La máscara», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
También oí innumerables mentiras acerca de los valientes que acudían a ayudar a Arrodes, hombres que presuntamente me cerraban el paso sólo para caer en un combate desigual. Mentiras, pues jamás hubo nadie que se atreviera a hacerlo. Tampoco faltaban en esas fábulas los traidores que me señalaban las huellas de Arrodes cuando yo no podía encontrarlas. Otra mentira descarada. Pero sobre quién era yo, sobre quién podría ser, qué pasaba por mi mente, y si conocía o no la desesperación o la duda, nadie decía una palabra, y eso tampoco me sorprendía.
Y oí no pocas cosas sobre las simples máquinas de rastreo conocidas por el pueblo, máquinas que ejecutaban la voluntad del monarca, que era ley. A veces no me ocultaba de los habitantes de las chozas humildes, sino que esperaba a que despuntara el sol para que sus rayos brincaran como relámpagos de plata en la hierba y en un chispeante chorro de rocío conectaran el fin de la jornada anterior con el nuevo comienzo. Mientras corría animosamente, me complacía que quienes se cruzaban conmigo se postraran, que sus ojos se volvieran vidriosos, y me deleitaba el mudo espanto que me rodeaba como un escudo. Pero llegó el día en que mi olfato inferior dejó de trabajar, y en vano recorrí los cerros de las inmediaciones buscando el rastro con mi olfato superior, y tuve una sensación de infortunio ante la inutilidad de mi perfección. De pie en la cima de una loma, crucé los brazos como rezándole al cielo ventoso, y comprendí, mientras un sonido suave me llenaba la campana del abdomen, que no todo estaba perdido. Para que la idea se llevara a cabo busqué eso que había abandonado por mucho tiempo: el don del habla. No necesitaba aprenderlo, ya lo poseía, pero debía despertarlo dentro de mí, al principio pronunciando las palabras en un canturreo metálico, pero mi voz pronto se humanizó, así que bajé la cuesta para emplear el lenguaje, pues el olor no me había servido. No sentía odio por mi presa. Aunque él había revelado una gran astucia y aptitud, comprendí sin embargo que sólo desempeñaba su papel tal como yo desempeñaba el mío. Encontré las encrucijadas donde el olor había desaparecido gradualmente, y me quedé temblando, pero sin moverme de mi lugar, pues un par de patas se iba ciegamente por el camino polvoriento, mientras que el otro par, aferrando compulsivamente las piedras, me arrojaba en la dirección opuesta, hacia el brillo blanco de las paredes de un pequeño monasterio rodeado por árboles antiguos. Afirmándome, me arrastré pesadamente, casi contra mi voluntad, hacia el portón del monasterio. Allí había un monje con la cara erguida que tal vez miraba el alba en el horizonte. Me acerqué despacio, para no asustarlo con mi aparición repentina, y lo saludé, y cuando fijó los ojos en mí sin una palabra le pregunté si podía hacerle una confesión sobre una cuestión que me costaba encarar solo. Al principio creí que estaba petrificado de miedo, pues no se movía ni respondía, pero sólo estaba reflexionando. Al fin cabeceó. Entramos en el jardín del monasterio, él delante y yo atrás, y debíamos de formar un extraño par, pero a esa hora temprana no había un alma viviente alrededor, nadie para maravillarse de la mantis religiosa plateada y el sacerdote blanco. Le hablé debajo del alerce cuando se sentó, adoptando inconscientemente, por costumbre, la postura del padre confesor, es decir, sin mirarme pero inclinando la cabeza hacia mí. Le conté que al principio, antes de seguir el rastro, había sido una joven destinada por el rey a Arrodes, a quien conocí en el baile de la corte, y que lo había amado, sin saber nada sobre él, y que irreflexivamente me había entregado al amor que había despertado en él, aunque a partir del pinchazo en la noche advertí qué podía representar yo para él, y al no ver una salvación para ninguno de los dos me había apuñalado con un cuchillo, pero en vez de la muerte sufrí una metamorfosis. Desde entonces la compulsión que antes sólo había sospechado me incitó a perseguir a mi amado, y me transformé en una Furia tenaz para él. Sin embargo la cacería se había prolongado, y se prolongó tanto que todo lo que se decía de Arrodes empezó a llegar a mis oídos, y aunque no sabía cuánto había en ello de verdad, medité una vez más sobre nuestro destino común y surgió en mí cierta simpatía por ese hombre, pues veía que yo quería matarlo desesperadamente, porque ya no podía amarlo. Así contemplaba mi propia vileza, es decir, mi amor vuelto de adentro para afuera, degradado, y ansiaba vengarme de alguien cuyo único crimen contra mí era su propia desgracia. Por lo tanto ahora quería interrumpir la persecución y dejar de causar miedo, sí, deseaba remediar el mal, pero no sabía cómo.
Hasta donde podía ver, el monje aún no había renunciado a su recelo cuando terminé mi relato, pues me había advertido, aun antes que yo empezara a hablar, que lo que yo dijera no tendría el sello de la confesión, pues a su juicio yo era una criatura sin libre albedrío. Y además quizá se preguntaba si yo no habría sido enviada intencionalmente. Tales espías existían, y con los disfraces más pérfidos, pero su respuesta me pareció genuina. Dijo:
—¿Y si encuentras al que buscas? ¿Sabes qué harás entonces?
Respondí: —Padre, sólo sé lo que no deseo hacer, pero no sé qué poder que acecha en mí podría manifestarse entonces, y por lo tanto no puedo garantizar que no asesinaría.
Él me dijo: —¿Qué consejo puedo darte, entonces? ¿Deseas que te liberen de esta misión?
Como un perro echado a sus pies alcé la cabeza y, viéndolo pestañear en el brillo del sol reflejado por mi cráneo plateado, dije:
— No hay nada que desee más, aunque entiendo que mi destino sería cruel entonces, pues ya no tendría ninguna meta. Yo no planeé el objetivo para el cual fui creado, y sin duda tendré que pagar un alto precio por oponerme a la voluntad del rey, pues dicha trasgresión no puede quedar impune, así que yo a mi vez seré presa de los armeros de palacio, quienes enviarán una jauría de perros de metal para que recorran el mundo hasta destruirme. Y aun si escapara, utilizando las habilidades que se me han dado, y fuera hasta el mismo confín del mundo, donde quiera que me oculte las criaturas escaparán de mí y no encontraré nada que me aliente a continuar mi existencia. Y además, un destino como el tuyo está cerrado para mí, pues toda autoridad como tú me dirá, como tú me has dicho, que no soy espiritualmente libre, y por lo tanto no podré buscar el refugio del claustro.
El se puso a pensar, luego demostró sorpresa y dijo: —No estoy versado en la constitución de tu especie. No obstante te veo y te oigo y me pareces, por tus palabras, un ser inteligente, aunque quizá cautivo de una compulsión limitadora. Aun así, si de veras luchas contra esta compulsión tal como dices, oh máquina, y además declaras que te sentirías liberada si te quitaran la voluntad de matar, cuéntame, ¿cómo sientes esa voluntad? ¿Qué actúa en ti?
Respondí: —Padre, quizá no actúe bien en mí, pero en cuanto a cazar, rastrear, detectar, huronear, acechar, merodear, fisgonear y amenazar, y también destruir los obstáculos del camino, cubrir huellas, retroceder, girar y dar vueltas, en todo eso soy experta y realizar dichas operaciones con infalible destreza, transformándome en una sentencia inapelable, me satisface, lo cual sin duda fue deliberadamente marcado a fuego en mis entrañas.
— Te lo pregunto una vez más-dijo él-: ¿Qué harás cuando veas a Arrodes?
— Padre, te repito que no lo sé pues aunque no le deseo ningún mal, lo que está escrito en mí puede resultar más poderoso que mis deseos.
Al oír esto, se tapó los ojos con la mano y dijo: —Eres mi hermana.
—¿Cómo debo entender eso? — pregunté, perpleja.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La máscara»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La máscara» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La máscara» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.