Stanislaw Lem - La máscara
Здесь есть возможность читать онлайн «Stanislaw Lem - La máscara» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Год выпуска: 1991, Издательство: Ediciones Gigamesh, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La máscara
- Автор:
- Издательство:Ediciones Gigamesh
- Жанр:
- Год:1991
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La máscara: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La máscara»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La máscara — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La máscara», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Un momento. ¿De dónde venía ese vocabulario tan elegante, esos términos aprendidos, en latín, frases lógicas, silogismos, esa fluidez extravagante en una criatura dulce y joven cuya visión era una pira llameante para los corazones masculinos? ¿Y de dónde venía esa sensación de terrible tedio en cuestiones sexuales, el frío desdén, la distancia? Oh sí, quizá él ya me amaba, quizá estaba loco por mí, y tenía que verme, oírme la voz, tocarme los dedos mientras yo contemplaba su pasión como un espécimen de laboratorio. ¿No era asombroso, contradictorio, asincategoremático? ¿Era posible que yo lo imaginara todo, que la realidad última fuera aquí un cerebro viejo y despojado de emociones, confundido por las experiencias de incontables años? Tal vez un intelecto agudo era mi único pasado verdadero, quizás había nacido de la lógica, y esa lógica constituía mi única genealogía auténtica.
No lo creía. Yo era inocente, sí y al mismo tiempo totalmente culpable. Inocente en todas las pistas temporales pasadas que confluían en mi presente, como la niña, como la adolescente sombría y silenciosa en los inviernos blanco-grisáceos y en el moho sofocante de los palacios, y también inocente en lo ocurrido hoy, con el rey, pues yo no podía ser sino quien era. Mi culpa — mi insidiosa culpa— consistía sólo en esto, en saberlo todo tan bien y considerarlo una patraña, una mentira, una burbuja, y en ese afán de llegar al fondo del misterio. Temía descender y sentía una vergonzosa gratitud por las paredes invisibles que me obstruían el camino. Entonces yo tenía un alma manchada y honesta. ¿Qué otra cosa tenía, qué otra cosa quedaba? Ah, sí. Aún había algo, mi cuerpo, y empecé a tocarlo. Lo examiné en ese recinto negro tal como un hábil detective podría examinar la escena de un crimen. Una investigación curiosa, pues al revisar al tacto ese cuerpo desnudo sentí un aturdimiento vago y cosquilleante en los dedos. ¿Sería miedo de mí misma? Pero yo era bella y mis músculos eran flexibles, ágiles, y al aferrarme los muslos de un modo en que nadie los aferraría, como si fueran objetos extraños, sentí en las manos tensas, bajo la tez tersa y fragante, huesos largos, aunque por alguna razón temía tocarme las muñecas y el hueco de los antebrazos a la altura del codo.
Traté de vencer esa resistencia. ¿Qué podía haber allí después de todo? Mis brazos estaban cubiertos de encaje, pero era un poco rígido y difícil de penetrar, así que pasé al cuello. Lo que llamaban un cuello de cisne, la cabeza apoyada en él con una dignidad no fingida sino natural, que inspiraba respeto. Las orejas detrás del cabello trenzado, pequeñas, los lóbulos firmes, sin adornos, sin perforar (¿por qué?). Me toqué la frente, las mejillas, los labios. La expresión de ellos, detectada con las yemas de mis delgados dedos, de nuevo me turbó. Una expresión diferente de la que había esperado. Extraña. Pero ¿cómo podía ser extraña para mí misma excepto a través de la enfermedad, la locura?
Con un movimiento furtivo adecuado al candor de una niña acechada por historias de viejas, me toqué al fin las muñecas y los codos, allí donde el brazo se unía con el antebrazo. Allí había algo incomprensible. Perdí el tacto en las yemas, como si algo hubiera presionado los nervios, los vasos sanguíneos, y de nuevo mi mente saltó de sospecha en sospecha: ¿cómo llegaba a mí tal información, por qué me estudiaba yo como una anatomista? Esto no encajaba con el estilo de una doncella, ni Angelita ni la dama de compañía ni la lírica Tlenix. Pero al mismo tiempo sentía una compulsión tranquilizadora: esto es normal, no te sorprendas de ti misma, excéntrica y caprichosa cabeza de chorlito, si has estado un poco mal no vuelvas a eso, piensa cosas saludables, piensa en tu cita… ¿Pero los codos, las muñecas? Debajo de la piel, como un terrón duro. ¿Eran glándulas hinchadas? ¿Depósitos de calcio? Imposible, no congeniaba con mi belleza, con su contundencia. Y sin embargo allí había una dureza, una dureza pequeña que sólo podía sentir estrujándome con fuerza por encima de la mano, donde el pulso se detenía, y también en la curva del codo.
De modo que mi cuerpo también tenía secretos, su extrañeza se correspondía con la extrañeza de mi alma, con el temor de mis reflexiones. Había una continuidad, una congruencia, una simetría: lo que estaba aquí, también estaba allí. Si estaba en la mente, también en los brazos. Si en mí, también en ti. Mí, ti, acertijos, estaba cansada. Una abrumadora fatiga me invadió la sangre, y se suponía que debía someterme a ella. Dormirme, caer en el limbo de otra oscuridad, una oscuridad liberadora. Y luego, con despecho, la repentina decisión de no ceder a ese impulso, de resistir el encierro del carruaje elegante (aunque no tan elegante por dentro), y el alma de una doncella demasiado sagaz, demasiado rápida para entender. Desafío a la belleza física con sus estigmas ocultos. ¿Quién era yo? Mi oposición ahora era una rabia que hacía arder mi alma en la oscuridad, de modo que en verdad parecía brillar. Sed tamen potest esse totaliter aliter. ¿De dónde era eso? ¿Mi alma? Grana? Do-minusmeus?
No, estaba sola y sola salté hacia arriba para hundir los dientes en esas paredes blandas y amortajadas. Rasgué el acolchado, el material seco y tosco me crujió en los dientes. Escupí hilachas con saliva, las uñas se me partían. Bien, ése era el modo. No sabía si actuaba contra mí o contra otra persona, pero no, no, no, no, no.
Vi una luz, algo brotó delante de mí, como la pequeña cabeza de una serpiente, salvo que era metal. ¿Una aguja? Me pinchó el muslo encima de la rodilla. Sentí un dolor pequeño, casi imperceptible, una picadura y luego nada.
Nada.
Un cielo nublado cubría el jardín. El parque real con sus fuentes cantarinas, los setos podados parejamente, la geometría de árboles, arbustos y escalinatas, estatuas de mármol, volutas, cupidos. Y nosotros dos. Chatos, vulgares, románticos, llenos de desesperación. Le sonreí, y en mi muslo había una marca. De modo que en mi alma, allí donde me había rebelado, y en mi cuerpo también, allí donde yo había aprendido a odiarlo, tenían un aliado. Un aliado cuya astucia era insuficiente. Ahora no le tenía tanto miedo, y desempeñé mi papel. Claro que esa astucia había bastado como para imponerme el papel, y desde dentro, pues había penetrado en mi fortaleza. Bastante astuto, pero no lo suficiente. Observé la trampa. Yo aún ignoraba el propósito, pero la trampa era visible, palpable, y verla me asustaba menos que vivir sólo de conjeturas.
Estaba tan turbada por estas luchas conmigo misma que aun la luz del día era un fastidio con su solemnidad, los jardines para mayor gloria y admiración de su Majestad, no de la vegetación. De veras habría preferido mi noche a este día, pero el día estaba aquí y también el hombre, que no sabía nada, no entendía nada, absorto en el ardiente placer de mi dulce locura, en el hechizo arrojado por mí, no por un tercero. Trampas, señuelos, una acechanza con una picadura fatal. ¿Yo era todo esto? ¿Y las fuentes cantarinas también servían a este propósito, los jardines reales, la bruma en la distancia? Qué tontería, en verdad. ¿La ruina de quién, la muerte de quién estaba en juego? ¿No habrían bastado testigos falsos, viejos con peluca, una cuerda, veneno? Tal vez se trataba de algo más importante. Una intriga insidiosa, palaciega.
Los jardineros de altas botas de cuero, concentrados en las plantas de Su Graciosa Majestad, no se acercaron a nosotros. Yo guardé silencio, pues el silencio era más apropiado. Nos sentamos en el peldaño de una enorme escalera que parecía construida para esperar a un gigante que un día bajaría de sus nubosas alturas para usarla. Los emblemas tallados en piedra, los cupidos desnudos, los faunos, los sueños, el mármol resbaladizo goteando agua, tan opaco y deslucido como el cielo gris. Una escena idílica, una Nicolette con su Aucassin. Qué vulgaridad. Había recobrado el conocimiento de esos jardines, cuando el carruaje se alejó y yo caminaba ligeramente, como si acabara de salir de un baño humeante y perfumado, y mi vestido ahora era diferente, primaveral, con un dibujo brumoso que evocaba tímidamente flores, aludía a ellas, ayudando a inspirar reverencia, rodeándome de inviolabilidad, Eos Rhododaktylos, pero yo caminaba entre los setos brillantes de rocío con una marca en el muslo. No necesitaba tocarla, de todos modos no podía, pero el recuerdo bastaba, eso no me lo había borrado. Yo era una mente cautiva, encadenada desde el nacimiento, nacida en la esclavitud, pero todavía una mente. Y así él apareció ante mí, viendo que mi tiempo ahora no era mío, que cerca no había ninguna aguja ni detector de sonido. Empecé, como una actriz preparándose para su interpretación, a decir cosas en un susurro, las cosas que no sabría si podría decir en su presencia. En otras palabras, sondeé los límites de mi libertad, a la luz del día los busqué a ciegas, a tientas.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La máscara»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La máscara» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La máscara» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.