Caryl Férey - Zulú

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Tras una infancia traumática en la que asistió al asesinato de su padre y de su hermano por el mero hecho de ser negros en la Sudáfrica del apartheid, Ali Neuman ha conseguido superar todos los obstáculos hasta convertirse en jefe del Departamento de Policía Criminal de Ciudad del Cabo. Pero si la segregación racial ha desaparecido, se impone otro tipo de apartheid, basado en la miseria, la violencia indiscriminada y el contagio del Sida a gran escala. Tras la aparición del cuerpo sin vida de Nicole Wiese, hija de un famoso jugador de rugby local, Ali Neuman deberá introducirse en el mundo de las bandas mafiosas dedicadas al tráfico de drogas.

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– Bueno, veré lo que se puede hacer… -Ali besó a su madre en la frente-. Y ahora, duerme. Me pasaré a verte a última hora para asegurarme de que sigues viva…

La anciana ahogó una carcajada, a la vez apenada y encantada de ser objeto de tantas atenciones.

Neuman corrió del todo las cortinas para que la oscuridad fuera completa.

– A propósito -le preguntó desde la cama, mientras aún estaba de espaldas-, ¿qué te ha parecido la pequeña Myriam?

La joven enfermera esperaba delante de la casa, su silueta grácil se recortaba contra el azul del cielo.

– Fea de narices -contestó Ali.

3

El segundo hijo de Oscar y Josephina nació al día siguiente del combate histórico de Kinshasha, en noviembre de 1973. Aquella noche, en medio de un caos indescriptible, Mohamed Ali, el boxeador que se había convertido al islam, se enfrentaba a George Foreman, al que todos consideraban invencible. Lo que estaba en juego en ese combate no era tanto el cinturón de campeón mundial de los pesos pesados como la afirmación de la identidad negra y la prueba mediante los puños de que la lucha por la defensa de sus derechos no era vana. Mohamed Ali, que había boxeado poco desde su salida de la cárcel, venció aquella noche a la fuerza bruta de Foreman, el campeón de la América blanca, demostrando así que el poder se podía pisotear, bastaba sólo luchar con inteligencia y tesón.

El mensaje, que llegó en los momentos más crudos del apartheid, exaltó a Oscar. Su hijo se llamaría como el campeón: «Ali». A Josephina le parecía bonito, y a Oscar, premonitorio.

Culto como era, el zulú no creía mucho en pamplinas, pero los amaDlozi, los antepasados venerados, se habían inclinado sobre la cuna de su segundo hijo. Como el boxeador defensor de la causa negra, su hijo también sería campeón, de todas las categorías…

De hecho, Ali Neuman no se había beneficiado de la ley de discriminación positiva para dirigir la policía criminal de Ciudad del Cabo: había sido mejor que todo el mundo. Era más inteligente; más rápido. Hasta los viejos policías paletos, los que habían obedecido las órdenes, los viciosos y los que se pasaban el día borrachos, lo encontraban bastante listo -para ser un cafre [10]-. Los demás, los que lo conocían por su reputación, pensaban que era un tipo duro, descendiente de algún jefe zulú, y que más valía no provocarlo demasiado con las cuestiones étnicas. Los negros sobre todo habían sufrido una educación muy deficiente [11]y seguían siendo minoritarios en el seno de la élite intelectual: Neuman les demostró que no descendía del mono sino del árbol, como los blancos, lo cual no lo convertía en un ser inofensivo…

Walter Sanogo, el capitán de la comisaría de Harare, sabía quién era Ali Neuman: el enchufado de los blancos. Bastaba ver el corte de su traje -allí nadie podía permitirse esa clase de ropa-. No es que Sanogo le tuviera envidia, sencillamente vivían en mundos distintos.

Pensado para albergar a doscientas cincuenta mil personas, en Khayelitsha vivía actualmente un millón, quizá dos, si no tres: además de los que vivían en los asentamientos ilegales, los sin techo de otros townships superpoblados o los trabajadores que iban de aquí para allá, Khayelitsha, que parecía no tener fondo, engullía a los refugiados de todo el continente africano.

– Si su madre no denuncia a su agresor -dijo-, no veo cómo podría yo lanzar la más mínima investigación… Comprendo que esté usted furioso por lo que le ha ocurrido, pero bandas de chavales de la calle las hay a patadas últimamente.

El ventilador ronroneaba en el despacho del capitán. Sanogo tenía unos cincuenta años, una fea cicatriz en la nariz y unos hombros caídos que el uniforme no llegaba a realzar. La mitad de las órdenes de búsqueda que adornaban la pared detrás de su escritorio eran al menos de hacía uno o dos años.

– La madre de Simón Mceli era una sangoma -dijo Neuman-: al parecer, ella abandonó el township, pero no su hijo. Si Simón pertenece hoy a alguna banda de niños de la calle, tendríamos que poder localizarlo.

El capitán soltó un suspiro triste, no tanto de mala fe como de impotencia. Llegaban, por así decirlo, todos los días, en grupo o aisladas, personas que habían visto arder sus campos; cuyas casas habían sido saqueadas; sus amigos, asesinados; y sus mujeres, violadas ante los ojos del resto de la familia. Si no, era gente que tenía que huir por culpa del petróleo, las epidemias, la sequía, las renovaciones nacionales llevadas a cabo a golpe de machete, de etnocidio o de AK-47; gente perseguida por la desgracia, gente aterrorizada que, por instinto de supervivencia, convergía en la pacífica provincia de El Cabo: Khayelitsha servía hoy en día de tampón entre Ciudad del Cabo, «la ciudad más hermosa del mundo», y el resto del África subsahariana. ¿Cien? ¿Mil? ¿Dos mil? Walter Sanogo no sabía cuántos llegaban cada día, pero Khayelitsha iba a explotar si tenía que albergar a más refugiados.

– Sólo dispongo de doscientos hombres -dijo-, para cientos de miles de personas. Hágame caso, si su madre no tiene complicaciones médicas, olvide la agresión. Diré a mis hombres que pregunten dos o tres veces en la calle: se correrá la voz entre los chavales…

– Si una banda de niños asalta a ancianas, desde luego no se van a asustar de un par de polis curiosos -apuntó Neuman-. Y si esa banda está por aquí, alguien habrá tenido que verla.

– No se haga ilusiones al respecto -replicó Sanogo-. La gente reclama más seguridad, convoca manifestaciones contra el crimen y la droga, pero la última vez que hicimos una redada por el township, nos recibieron a pedradas. Las madres protegen a sus hijos, qué quiere usted… La gente se dice que la pobreza y el paro son la causa de todos sus males, y los trapicheos, una manera de sobrevivir como otra cualquiera. Los Casspir [12]han dejado huellas imborrables en la gente -dijo con fatalidad-, y la mayoría tiene miedo de posibles represalias. Incluso si se trata de un asesinato perpetrado a plena luz del día, nadie ha visto nunca nada.

– ¿Puede al menos echar un vistazo a su ordenador? -dijo Neuman, mirando el cubo plantado sobre su escritorio.

El policía del township no se movió un milímetro.

– ¿Me está usted pidiendo que abra una investigación sobre una agresión que, jurídicamente, no existe?

– No, le estoy pidiendo que me diga si Simón Mceli pertenece a alguna banda conocida, o a alguna mafia -contestó Neuman.

– ¿Un niño de diez años?

– Las manos pequeñas hacen trabajitos pequeños mientras los adultos se reparten el botín: no me diga que no lo sabía.

El tono de la conversación, hasta entonces cortés, se enfrió. Sanogo agitó la cabeza de lado a lado, como si acabara de sentir un escalofrío.

– Eso no nos llevará a ninguna parte -dijo.

El zulú lo miró fijamente con ojos de serpiente.

Sanogo esbozó una mueca afligida antes de volverse hacia su ordenador con la inercia de un buque de carga.

– ¿Seguro que no va a llevar una investigación por su cuenta? -dijo, consultando los ficheros-. Khayelitsha no pertenece a su jurisdicción.

– Sólo quiero tranquilizar a mi anciana madre.

El capitán asintió con la cabeza, entornando los párpados. Al fin aparecieron unas listas de nombres en la pantalla. Ninguno correspondía al de Simón Mceli.

– El chaval no figura en nuestros ficheros -dijo, arrellanándose en su sillón-. Pero con un porcentaje de casos resueltos del veinte por ciento, si forma parte de alguna banda mafiosa quizá tenga alguna probabilidad de encontrarlo en la fosa común.

– A mí me interesan los vivos: ¿hay nuevas bandas mafiosas en el township?

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