Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina
Здесь есть возможность читать онлайн «Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Historia de Dios en una esquina
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Historia de Dios en una esquina: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Historia de Dios en una esquina»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Historia de Dios en una esquina — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Historia de Dios en una esquina», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
La abrazó con más fuerza.
Su mirada seguía perdida en la gran curva del río.
– Olga…
– ¿Qué?
– No me has entendido, ¿verdad?
– No.
– Suerte para ti.
Le acarició el pelo.
– Pero hay una cosa que Méndez quiere decirte, ¿sabes? Méndez te la quiere decir.
– Pues dímela.
– No consentiré que te pase nada, ¿sabes? Nada. Tú y yo estamos solos en el río, pendientes de no sé qué, pendientes, digo yo, del Nilo. Pero nadie te hará daño, Olga. A ti no. Méndez nunca ha jurado una cosa que fuese verdad, pero esta vez es una verdad lo que te juro.
Y la volvió a abrazar.
Notó entonces una presencia extraña cerca de los dos.
Era como si alguien les estuviese mirando.
¿ Mirando ?
Méndez volvió la cabeza y distinguió a Clara Alonso, la ciega.
Clara Alonso musitó:
– No abrace a la niña, Méndez. Ella es muy nerviosa.
Y Méndez farfulló:
– ¿Cómo sabe que la abrazo…?
29 LA MIRADA DE LA CIEGA
Clara Alonso avanzó un paso más, sin vacilación alguna. Dominaba las dimensiones y los recovecos del barco como había dominado los recovecos y las dimensiones -y hasta las ideologías- del Hotel Palace. Mirando -¿por qué daba la sensación de que realmente miraba- a Méndez, susurró:
– Es posible que usted no se haya dado cuenta, Méndez, pero he sabido que la tenía abrazada porque le palmeaba la espalda.
– Es increíble…
– ¿Por qué va a ser increíble? Olga lleva una falda con tirantes, y esos tirantes se cruzan por detrás en una hebilla metálica. Usted ha hecho ruido al tocarla.
– Aun así, no entiendo cómo ha podido oírlo, señorita Alonso.
Ella sonrió. Encontró fácilmente una silla, sólo tendiendo una mano, como si hubiera adivinado su situación. Se sentó cruzando las piernas, con esa elegancia de movimientos que le habían dado sus años de alta clase.
– Lo he oído porque mi mundo no es el suyo -dijo en voz baja-. Para usted, el mundo está en la luz. Para un perro, está en los olores. Para una perra, si me lo permite, es decir, para mí, está en los sonidos. No sé si se ha dado cuenta, pero yo lo oigo todo desde cualquier distancia.
Méndez pestañeó.
Le dio miedo que ella pudiese «oír» sus pensamientos.
– ¿Por qué se insulta usted misma? -preguntó en voz baja-, ¿por qué ha dicho que es una perra?
Clara Alonso sonrió.
Tenía una sonrisa cansada, pero sin embargo hermosa.
– Debe de ser porque necesito un amo -contestó-. Yo sola me moriría.
– Olga necesita más protección que usted.
– Naturalmente. ¿Por qué cree, si no, que hemos llegado hasta Egipto? Pero me temo que ni esta lejanía sirva. ¿Se ha dado usted cuenta de la gente que hay en el Nilo? Ahora pienso que nos equivocamos al venir aquí. Éste es un sitio donde cualquier desconocido se mueve con una facilidad enorme, y todos los puertos, todos los bazares, todos los barcos que atracan junto al nuestro, están llenos de desconocidos.
– También he comprobado eso -dijo Méndez-. Éste es un mundo cosmopolita y extraño, propio de una novela de Ian Fleming, o mejor aún, de Paul Morand o de Cecil Roberts. Maldita sea, he mencionado a Paul Morand y Cecil Roberts porque me doy cuenta de que éste es un mundo sin edad, maravillosamente pasado de moda. Y es en los mundos sin edad, que están por encima del tiempo y no tienen esquinas definidas, donde puede ocurrir cualquier cosa.
– No sabía que usted se dedicara a leer, Méndez.
– Pues se equivoca, porque leo muchísimo. Los detenidos de la comisaría, que ya me conocen y en el fondo son buenos chicos, me llevan los libros al balcón. Además soy el terror del mercado viejo de San Antonio. Me lo llevo todo. Vivo en una habitación en la parte trasera de un bar del Barrio Chino, y mis libros desbordan el pasillo y el almacén donde se apilan las cajas de cerveza y las botellas de La Casera. La dueña del bar ya está harta de que mis libros lleguen hasta la cocina y de vez en cuando le salgan unos calamares a la Vargas Llosa. Duda entre echarme o exigirme que le haga cada sábado eso que llaman el cunnilingus, pero me parece que cederé. Si me deja leer mientras se lo haga, soy capaz de cualquier cosa.
– Dudo que en un momento tan solemne le deje leer -dijo Clara Alonso con una sonrisa turbia.
– Desde luego, si se pone en un plan cabra, le exigiré que lo ensayemos antes -aseguró Méndez-. Me falta práctica.
– ¿Qué edad tiene su patrona?
– No sé… Unos cincuenta.
– ¿Y de qué edad le gustan a usted las mujeres, Méndez?
– Bueno, pues… justamente de esos años, o alguno menos tal vez. Y que usen ropa interior pasada de moda, como la que aparecía en las ilustraciones de La Vie Parisienne . Y que tengan un cierto grado de perversidad. Todo esto exige una serie de delicadísimos requisitos, como por ejemplo que durante una temporada, al menos, hayan sido sobrinas de un cura. La mujer no nace, sino que se hace. Pero a la mayoría las estropean antes de que se hagan.
Con un gesto de resignación, añadió:
– No le extrañe, por tanto, que con tantas exigencias socioculturales, nunca encuentre a la mujer que me conviene, excepto en los libros.
Clara Alonso tenía los ojos perdidos en el río.
Su sonrisa seguía siendo turbia.
Pero estaba hermosa pese a su edad.
Musitó:
– Quizá no ha buscado bien.
– Por supuesto. La verdad es que apenas me he movido del Barrio Chino barcelonés, señorita Alonso. -Mal hecho.
– Pero el Barrio Chino barcelonés me ha servido para algo. Me ha servido, por ejemplo, para tener paciencia en los servicios de esquina y para empitonar in situ a los que se acerquen a determinados sitios. Todo el que intente aproximarse a usted o a la pequeña se atendrá a las consecuencias. No me pasará inadvertido, se lo juro.
– ¿Sabe usted que el principal peligro no está aquí, sino en El Cairo?
– Lo sé.
– ¿Sabe que no puedo contar con la protección de Quílez?
«Ni con la de Galán», pensó Méndez antes de decir:
– Sí.
– ¿Sabe que estoy dispuesta a pagar?
– Lo supongo.
– ¿Y sabe que eso me impide pedir ayuda a la embajada española, e incluso a la policía egipcia? Todo el movimiento de la fabulosa suma que nos hace falta tiene que realizarse de una forma rápida, discreta y, por supuesto, ilegal. Ya me encontré una vez con un fracaso y… -su voz tembló un momento- y de ninguna manera puedo correr el riesgo de encontrarme con otro.
– Es muy fácil comprender eso, señorita Alonso.
– Por lo tanto me veo obligada a pedirle una cosa.
– ¿Qué?
– Soy una mujer derrotada. No sé dónde está el peligro, no sé de dónde viene, no sé por qué lado nos van a atacar. Tampoco puedo confiar ya en las defensas que yo misma me había organizado. Por lo tanto, si he de pagar, Méndez, le pido que no intervenga en nada, que me deje hacer. No juegue a ser un policía eficaz y eso cueste la… la vida de otra niña.
Clara Alonso hundió la cabeza. Sus ojos parecían serenos, pero Méndez, a tan corta distancia, notó que había en ellos un resplandor de lágrimas.
– Además… -añadió ella en voz muy baja, queriendo convencer a Méndez- ese dinero tampoco va a significar el hundimiento de nuestra familia. Pagaré.
– Pagará al asesino de Mercedes.
– El asesino de Mercedes está muerto.
– Su jefe vive.
Clara Alonso se retorció los dedos desesperadamente.
– Por Dios, no hable así…
– Hablo así porque no perdono.
– ¿Y yo…? ¿Qué cree que siento? Pero le ruego que… que lo comprenda. He pensado mucho en todo y al fin he decidido pagar. Es la única salida.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Historia de Dios en una esquina»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Historia de Dios en una esquina» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Historia de Dios en una esquina» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.