Federico Andahazi - Las Piadosas

Здесь есть возможность читать онлайн «Federico Andahazi - Las Piadosas» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las Piadosas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las Piadosas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El verano de 1816 en Villa Diodati parece promisorio. Los personajes no pueden ser más ilustres: Lord Byron, Percy y Mary Shelley, Claire Clairmont y el Dr. Polidori, secretario privado de Byron. Polidori es quien resulta clave para Las Piadosas. ¿Por qué? Alguien se ha fijado en él para confiarle un terrible secreto. El enigma quedará revelado por la prosa envolvente y seductora de Federico Andahazi, el autor de El Anatomista. Andahazi descubre regiones insospechadas, turbadoras de la sexualidad y construye la intriga de una verdadera novela gótica moderna en torno a personajes y situaciones que difícilmente se olvidarán

Las Piadosas — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las Piadosas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– De pronto se ha levantado la dama, la deliciosa Christabel… La noche es fría; el bosque está desnudo; ¿es el viento el que gime en la soledad? ¡Calla, palpitante corazón de Christabel! ¡Jesús, María, amparadla! Ha cruzado sus brazos bajo el manto y se desliza más allá del roble. ¿Qué es lo que ha visto allí?

Polidori notó que Shelley empalidecía. Un temblor indisimulable lo obligó a aferrarse a la silla. Byron continuó:

– Bajo la lámpara, la dama se inclinó y miró lentamente en su torno; después, reteniendo la anhelante respiración, como en un estremecimiento, soltó bajo el pecho su cintura; su vestido de seda y su camisa cayeron a sus pies, y aparecieron -¡miradlos!- sus senos y la mitad de su costado, visión de pesadilla…

En ese preciso pasaje de la lectura del Christabel de Coleridge, Percy Shelley lanzó un alarido desgarrador, saltó de su silla y corrió desesperada y tumultuosamente hasta caer, entre convulsiones y frases ininteligibles, a los pies de Byron. Como pudieron, entre los tres, lo alzaron y lo llevaron hasta el sillón. Shelley estaba delirando. Empapado en un sudor helado, la mirada perdida en sus propias alucinaciones, describía las pavorosas visiones que la lectura de Byron había desencadenado. Hablaba de una mujer en el centro de cuyos senos, en el lugar de los pezones, presentaba unos ojos amenazantes.

Polidori, testigo invisible, disfrutaba con infinito placer el triste espectáculo que daba aquel que fuera el joven imperturbable y escéptico que se jactaba de su ateísmo y que ahora, aterrado, dejaba en lamentable evidencia su frágil espíritu supersticioso. Entonces el secretario de Byron decidió entrar en escena. Paladeaba por anticipado el sabor de la venganza. Él, el pobre lunático, según las consideraciones de Shelley, era ahora el médico, aquel que tenía que socorrer a ese lamentable despojo sufriente con pretensiones de poeta.

– ¿Qué son esos gritos? -prorrumpió John Polidori desde lo alto de la escalera, con la actitud de un sabio importunado.

Byron le suplicó que hiciera algo por su amigo. Polidori corrió escaleras abajo y con aparatosa preocupación -que, desde luego, revelaba su grandeza espiritual capaz de olvidar las ofensas se inclinó ante el pobre desgraciado. La intervención del Dr. Polidori tuvo un efecto inmediato. En el momento mismo en que estaba por sujetarle la muñeca al enfermo con el propósito de tomar su pulso, la mirada extraviada de Shelley se posó accidentalmente sobre el secretario de Byron. De inmediato volvió en sí.

– ¡No permitan que ese miserable gusano me toque con sus asquerosas manos! -profirió el "enfermo", al tiempo que se ponía de pie y se alejaba con repugnancia.

Evidentemente el orgullo de Shelley era más fuerte que los poderosos efectos del ajenjo.

– No sabe lo que dice… -murmuró Polidori al oído de su Lord.

– ¡Sé perfectamente lo que digo! -vociferó Shelley mientras se acomodaba las ropas y con paso decidido volvía a ocupar su lugar en la mesa-. Continuemos con lo nuestro -concluyó, como si nada hubiese sucedido.

Mary se acercó, lo abrazó por detrás de la espalda y le susurró:

– Sería mejor que descansáramos…

– Dije que estoy perfectamente bien. Continuemos con la lectura.

Mary obedeció y se sentó a la mesa. Byron, temiendo una nueva crisis de su amigo o, lo que sería aún peor, de su secretario, creyó conveniente dar por concluida la reunión. Era la suya una posición difícil. Tenía que ser salomónico. Si daba por terminada la lectura, sería un desaire para Shelley y, si continuaba como si nada hubiese sucedido, ya podía ver a su secretario volando nuevamente por los aires. De pronto el rostro de Byron se iluminó. Propuso dar por finalizada la reunión bajo la condición de que cada uno de los presentes, inspirado en la reciente lectura de Coleridge, se comprometiera a componer un relato fantástico. Dentro de cuatro días, a las doce en punto de la noche, habrían de reunirse nuevamente a leer cada uno de los relatos.

Sin proponérselo, Byron acababa de empujar a su secretario al más despiadado de los duelos: inerme e inexperto, Polidori no tenía la menor posibilidad de batirse victorioso frente a su hábil oponente.

2

Cuatro horas permaneció John Polidori frente a un papel que se obstinaba en permanecer en blanco. Hundía la pluma en el tintero, se revolvía en la silla, se incorporaba, caminaba de un extremo a otro de la habitación, volvía presuroso a la silla como si acabara de atrapar la frase justa, exacta, que abriría el relato y cuando, por fin, se disponía a volcarla sobre el papel, descubría que la tinta ya se había secado en la punta de la pluma. Para cuando había terminado de remover la membrana que se formaba en la superficie del tintero, la frase ya se había evaporado con la misma volatilidad de los alcoholes de los pigmentos. Esta escena se repetía como en una pesadilla. John Polidori sabía que tenía la historia; estaba allí, al alcance de su mano. Sin embargo, por razones que se dirían de orden puramente burocrático y completamente ajenas a su talento, nunca acababa de trasponer el umbral de la res cogitans de su prodigiosa imaginación hacia la miserable res extensa del papel. Llegó a odiar la ordinaria sustancia de aquella hoja. Ésa y no otra era la dificultad: ¿por qué un espíritu como el suyo, habitante de las alturas del mundo de las ideas, tenía que rebajarse a la llanura del papel? El verdadero poeta no tenía motivos para dejar huella y testimonio de aquella experiencia intransferible que era la Poesía. En esa convicción e intuyendo que muy pronto alguien habría de solucionar aquel problema por así decirlo- "técnico", John William Polidori, pluma en mano, se durmió profundamente sobre el escritorio.

3

La mañana empezaba a desplegar sus pálidos resplandores a través de las hendijas de la persiana. John William Polidori despertó a causa del entumecimiento de su brazo derecho y un dolor agudo que le surcaba el espinazo de extremo a extremo. Se acomodó en la silla, extendió las piernas apoyándolas sobre el escritorio y se hubiese vuelto a dormir inmediatamente de no haber sido por un detalle en el que acababa de reparar: no recordaba haber cerrado la persiana. Se dijo que quizá las hojas hubieran girado sobre sus bisagras a causa de la tormenta. Pero cuando miró mejor, concluyó que por muy fuerte que hubiese soplado el viento, no era razón para que el pasador se hallara prolijamente cerrado. Automáticamente dirigió la mirada hacia el pie del candil. Tal como sospechaba, pudo ver, nuevamente, un sobre negro lacrado con el sello púrpura en cuyo centro se distinguía la letra L. Por primera vez sintió el ominoso aliento, material y próximo, de la acechanza.

Mi querido doctor:

Buenos días. Espero que os encontréis repuesto. No he querido importunaros, de modo que he sido sigilosa. Os he visto dormir. Parecíais un ángel. Me enterneció veros así, con la expresión de un niño. Me he tomado la libertad de desajustaros el moño y quitaras los zapatos. Ya juzgar por la sonrisa que en sueños me habéis dedicado, se diría que me estabais agradecido.

Polidori descubrió, efectivamente, que se hallaba descalzo y recordaba ahora que la noche anterior no se había quitado los zapatos. Frente al espejo comprobó que el moño le colgaba alrededor del cuello de la camisa. Una náusea lo obligó a arquearse sobre sí mismo. Con un movimiento que se diría reflejo se lo quitó y tomándolo entre el índice y el pulgar lo arrojó al cesto de papeles que estaba bajo el escritorio. Sólo entonces, cuando se hincó, vio que delante de sus narices, en el centro del escritorio, junto al tintero y debajo de la pluma, había unas cuartillas copiosamente escritas en el mismo lugar donde, la noche anterior, estaba aquella miserable hoja en blanco. Por un momento dudó si él mismo no había escrito aquellas cuartillas antes de dormirse. Quizá por el mismo volumen y vistosidad de la evidencia, John Polidori tardó en advertir que sobre las cuartillas había un cofrecillo de plata de factura rococó, cuyas variadas filigranas convergían en el centro enmarcando una letra L, idéntica a la del lacrado del sobre.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las Piadosas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las Piadosas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Federico Andahazi - Cuentos
Federico Andahazi
Federico Andahazi - El Príncipe
Federico Andahazi
Federico Andahazi - Errante en la sombra
Federico Andahazi
Federico Andahazi - El Anatomista
Federico Andahazi
Federico Moccia - Tylko ciebie chcę
Federico Moccia
Federico Andahazi - El conquistador
Federico Andahazi
Federico Sanna Baroli - En Búsqueda de las Sombras
Federico Sanna Baroli
Federico Patán - Federico Patán
Federico Patán
Federico Vite - Zeitgeist tropical
Federico Vite
Federico Ardila Garcés - Las tramas del modernismo
Federico Ardila Garcés
Federico Montuschi - Due. Dispari
Federico Montuschi
Отзывы о книге «Las Piadosas»

Обсуждение, отзывы о книге «Las Piadosas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x