Justo Navarro - Finalmusik

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Seguimos al narrador de esta espléndida novela durante su última semana en Italia antes de regresar a su Granada natal y reencontrarse con su padre. Se despide de algunos de los personajes que han configurado su experiencia italiana: la limpiadora Francesca, con quien el último mes ha mantenido una aventura; el marido de ésta, Fulvio, ex boxeador; monseñor Wolff-Wapowski, polaco-alemán, encargado de la casa papalina en la que el narrador se aloja; Stefania Rossi-Quarantotti, profesora boloñesa de semiótica y antigua maestra y amiga, traumatizada por la relación que mantiene su marido con una chiquilla romana; el marido de la profesora, Franco Mazotti, prestigioso e íntegro economista de un gobierno corrupto, temeroso de que salga a la luz esa relación; o Carlo Trenti, el exitoso escritor de la novela cuya traducción el narrador está a punto de terminar a la vez que su estancia en Roma. De momento el narrador deberá regresar a Granada y cortar por fin el cordón umbilical que le une a su padre viudo. La consagración definitiva de uno de los escritores españoles más imprescindibles.

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Volvamos atrás, dice Trenti. Ahora estamos en el hotel, un hotelucho cerca de Stazione Termini, por ejemplo, nada extraordinario ni espectacular. ¿Cómo se registra en el hotel el criminal más buscado de Italia? Se lo voy a decir, dice Trenti. Se registra la chica, casada, esposa de un antiguo boxeador olímpico, aquí está escrito, esto es realidad aunque parezca fabuloso, una novela, enfatiza Trenti. Lo dicen Il Corriere y La Stampa , y nos viene bien para nuestra historia que haya boxeadores y gangsters como en una película de Kubrick, Killer's Kiss . ¿La ha visto? Yo la vi anoche. Se la recomiendo. Son datos de la prensa, y le recuerdo a usted el misterio de Marie Rogêt, de Edgar Allan Poe, es decir, el asesinato verídico de Mary Cecilia Rogers en Nueva York, julio de 1841, caso abierto hasta que intervino Poe y lo resolvió leyendo recortes de periódico, como ahora nosotros. Podemos reflexionar sobre los hechos sirviéndonos sólo de las informaciones de los periódicos sobre el caso. Podemos formular hipótesis verosímiles como haría el detective de Poe. Supongamos que somos Auguste Dupin y esclarecemos el enigma.

Aquí tenemos los periódicos. La chica está con su amante en el hotel, la pistola está en la mesa de noche, bajo el sobre con el certificado médico de las fiebres palúdicas del monstruo, a mano. La chica sabe que su amigo usará la pistola y se pegará un tiro antes de que lo cojan, lo ha jurado. La chica confía plenamente en el criminal, sabe que es un hombre de palabra, serio, se ve en las fotos, y da por seguro que lo matan o se matará. Lo matan. Todo esto es improbable. Quien conozca a la chica dirá que es imposible. Seguramente es una madre ejemplar, una estupenda trabajadora, jefa de limpieza, exactamente, lo dice aquí, y lo dicen periódicos responsables. No es una turista, es una trabajadora romana, vive a dos o tres kilómetros del lugar de los hechos, no se le ocurriría jamás practicar turismo romano en sábado, sin su hijo. Le sugiero esta hipótesis: la chica se había encontrado con su amante, o su amigo, o su aliado en algún asunto, ponga usted la posibilidad que le parezca más lógica. Otra hipótesis: la chica, Olmi, Francesca, participa del círculo de su amigo Varotti, le pagan por traicionarlo, le prometen un programa de televisión, un trabajo para su marido. Está liada, o a punto de liarse, con alguien de la televisión, que también conoce al pistolero.

Trenti se había olvidado del tiempo, ya no buscaba la hora en mi reloj, sino el efecto de sus palabras en el auditorio reunido alrededor del giallista de éxito. No lleva reloj Trenti, ni camisa, ni zapatos, sus pies aristocráticos están desnudos, como si viviéramos en el trópico, en una novela, en la evasión del tiempo, del tiempo y el espacio nuestros, aunque peor que nuestro mundo presente sea el mundo fantástico de otro tiempo, Rusia en 1941 y 1942, fango y frío, la memoria de las proezas de tiempos pasados, o futuros, o de ahora mismo, pero no en nuestra vida. El mundo se funda sobre algunas ideas muy simples, el azar, el ansia de libertad, el valor, el amor, la amistad y la lealtad, y sus contrarios. Es como una novela. La novela de crímenes sólo es una exageración de la violencia y el miedo, una violación de la probabilidad, dice Trenti, una sobrecarga de emoción por acumulación en poco tiempo y poco espacio de una imposible cantidad de desastres. Estas cosas no se dan casi nunca, pero yo las conozco en mi trabajo como ingeniero de prevención de incendios. ¿Qué probabilidad existe de que un incendio destruya un edificio de treinta y nueve plantas, equipado con sistemas antiincendio y construido con materiales prácticamente incombustibles? No hay prácticamente posibilidad de incendio, parece una operación muy favorable para la compañía aseguradora, aunque, en caso de producirse la catástrofe imposible, resultaría ruinoso cubrir los daños de la torre, el impago de alquileres, los gastos de bomberos y hospitales, el derribo, todo tipo de daños causados a inquilinos y vecinos, además de la pérdida de reputación de la compañía de seguros y la responsabilidad como instaladores o inspectores del sistema antiincendios.

Yo no seguía a Trenti-Galetti por la torre en llamas, derrumbándose. Seguía los pasos de Francesca en Roma, por las oficinas bancarias donde limpia, el camino a su casa y a la escuela del niño, a casa de sus padres y a casa de Fulvio, toda la vida de Francesca, la lámina de Memling con todos los movimientos de la pasión de Cristo en un momento en el que todos los momentos se desarrollan en un momento único. Sigo los pasos de Francesca en mi memoria, hasta mi habitación y mi mesa y la caja de fósforos que Francesca dejó vacía y yo tiré a la basura. Me acerco para leer el nombre del hotel impreso en la caja, letras verdes y una corona de laurel sobre fondo blanco envejecido, pronto no se fabricarán cajas de fósforos así, y angustiosamente busco sin encontrarlo el nombre del hotel, olvidado, despreciado, no leído, demasiado lejos ya, lanzado a la papelera hace dos días, quizá Albergo Varese, o Magenta, Macao, Volturno o Solferino, un albergo con el nombre de alguna calle en torno a Stazione Termini, la prueba de la presencia de Francesca en los imaginarios campos de batalla de Trenti. Me cazó Trenti. Escritores y psiquiatras tienen una enorme potencia de introspección, introspección en cabeza ajena, si esto existe. Examinan el contenido mental de los extraños como si intervinieran un teléfono. Todo es inapelablemente seguro, pero una noche el azar prende un fósforo o produce un cortocircuito, y la ininflamable e inconsumible torre arde, a pesar de que ni un solo centímetro cuadrado de sus treinta y nueve plantas tenía la posibilidad de inflamarse y consumirse, dijo Trenti. Y así ocurre con la vida de las personas, las más conocidas, las más queridas. Sabemos dónde dan cada uno de sus pasos, adonde se dirigen. Se mueven en una retícula controlada, sin puntos oscuros. Pero el reparador de televisores tendría que haber estado aquí a las cuatro de la tarde, y no sé dónde debería estar usted, que no me había avisado de que venía, seguramente porque, hasta el último momento, pensaba estar en otro sitio. Usted está aquí y el reparador de televisores no llega nunca.

Ahora buscó mi reloj con los ojos, me cogió la mano, miró la hora en mi reloj. Son las cinco menos cinco y el reparador sigue sin aparecer, dijo Trenti antes de volver a Francesca. Los que conocen a nuestra amiga Francesca Olmi entenderán que es imposible que conociera al criminal Varotti, dijo. Apostarían cualquier cosa a que Varotti y Olmi no se conocían. Una compañía aseguradora apuesta mucho contra el incendio de un edificio científicamente ininflamable, y el asegurado hace un negocio teóricamente desven-tajoso, pues paga la prima, los gastos, los impuestos, los beneficios de la compañía de seguros por una posibilidad de desastre científicamente imposible. Pero arden, arden los edificios menos combustibles del mundo. Por eso veo probable que se conocieran la chica y el criminal. Y, si se conocían, no se encontraron casualmente, dijo Trenti, que no veía a una romana haciendo turismo un sábado en el Circo Massimo.

V. PASO DEL BRENNERO

Había visto los trenes, los largos trenes que llevaban a Rusia en el verano de 1941, desde Mantua, 50.000 soldados en heroicos vagones para animales. O no era esto lo que había visto precisamente. Había visto las playas de Rímini y Riccione, y Mussolini que sale de Roma en su deportivo, o en el Lancia Astura que le diseñó Pininfarina, a visitar a la familia en la playa. Es julio. Mussolini pasea por la playa de Riccione entre sombrillas y familias al sol. Eso ha visto Trenti, algo que sucedió antes de que Trenti viviera, una imagen mental, me decía el giallista, las playas del Adriático en el verano de 1941. Federico Galetti, alias Carlo Trenti, giallista, vio esas playas en 1964, niño con sus padres y su hermana gemela. Aquí veraneaba la familia Mussolini, dijo Galetti padre, que había estrechado la mano de Mussolini. Mussolini le había dado un pastel de la caja que llevaba para sus hijos.

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