Índice de contenido
Introducción
Confesiones de un pianista
I. Seguía Eduardo muy grave
II. Probablemente esto es lo único
III. Tengo el convencimiento de que Emilia me ama
IV. Estaba muy débil
V. Querido Antonio
VI. Una larga y dolorosa calma
VII. Tengo horas alegres en medio de mi existencia
VIII. La marea sube
IX. Como una lámpara
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I
DUEÑO DE UNA VASTA OBRA DONDE PUEDE APRECIARSE SU CONOCIMIENTO DE LAS MÁS VARIADAS DISCIPLINAS, JUSTO Sierra dedicó su inteligencia y generosidad a servir a la nación en las diferentes tareas públicas que se le encomendaron. Educador, historiador, político, orador, diplomático, escritor y periodista, Sierra dejó la huella de su magisterio en varias generaciones, aunque la impronta inmediata de su pensamiento fue decisiva en los escritores del Ateneo de la Juventud.
Justo Sierra Méndez nació en la amurallada ciudad de Campeche, entonces parte de Yucatán, el 26 de enero de 1848, año de la revuelta indígena conocida como Guerra de Castas que tuvo serias repercusiones en la vida de la región. Su padre, el afamado jurisconsulto y escritor, Justo Sierra O'Reilly no estuvo presente en el nacimiento de su primogénito, pues se encontraba en Estados Unidos cumpliendo una delicada y controvertida misión diplomática: asegurar la neutralidad de la península en la guerra que México y el vecino país del norte libraban (1846-1848). Un año más tarde, cuando Yucatán se integraba nuevamente a los Estados Unidos Mexicanos, Sierra O'Reilly regresaba a su tierra natal donde emprendería una significativa labor política y cultural.
Dos fueron las figuras que modelaron el carácter y las inclinaciones artísticas de Justo Sierra: la de su abuelo materno y la de su padre. Sin duda, el proceder y la reciedumbre del temperamento de Santiago Méndez fueron determinantes en la conformación de la voluntad de Sierra; sin embargo, la vocación por la escritura y la curiosidad intelectual que lo caracterizarían a lo largo de su vida fueron herencia de su progenitor.
A la muerte de su padre en 1861, Justo Sierra se trasladó a la ciudad de México bajo la tutela de su tío Luis Méndez Echazarreta para estudiar en el Liceo Francés e ingresar dos años después al Colegio de San Ildefonso donde estudió Derecho. La estancia en esta benemérita institución fomentó decisivamente su posición política republicana liberal, debido a que en el Colegio se propagaba abiertamente esta doctrina.
El pensamiento de Justo Sierra se forjó en las distintas corrientes intelectuales vigentes a mitad del siglo XIX y proyectó su acción durante el dilatado régimen de Porfirio Díaz. Su juventud y madurez se desenvolvieron entre dos épocas de honda significación social para México. Se identificó, a decir de Martín Quirarte,
con los grandes próceres que hicieron la Reforma y que combatieron la intervención extranjera consolidando definitivamente la República. Espiritualmente se vinculó a los intelectuales de la Revolución, particularmente a quienes iban a ser educadores de las primeras generaciones que surgieron a la caída del gobierno porfirista.
Entre su primer ensayo, "Disertación sobre el matrimonio" (1865) y el último "Discurso de fundación de la Universidad Nacional" (1910), Justo Sierra mantuvo un principio: mirar hacia el horizonte de otras culturas, historias y hombres —sin dejar de revisar las propias raíces— con el propósito de educar nuestro espíritu y fortalecer nuestra experiencia para ser mejores individuos.
Si bien es cierto que la obra del educador, historiador y político ha recibido más atención que su trabajo literario, afortunadamente, y gracias a la labor de los estudiosos e investigadores del siglo xix, sus creaciones en el terreno de la poesía, la narración y el ensayo empiezan a ser revaloradas.
Por ello, celebro que se incluya su novela corta Confesiones de un pianista en la Colección Relato Licenciado Vidriera.
Para hablar de Justo Sierra como escritor de ficción, hay que referirse necesariamente a las "Conversaciones del domingo" que son el manantial de donde nacen dos vertientes de la producción literaria del autor: la de narrador y la de cronista. De las "Conversaciones", publicadas del 20 de abril al 20 de septiembre de 1868 en el folletín de El Monitor Republicano, emana una parte importante de sus narraciones que, posteriormente, fueron recogidas en Confesiones de un pianista (1882) y corresponden a sus años de estudiante en el Colegio de San Ildefonso, donde se graduó como abogado en 1871.
Los cuentos que figuran en El Monitor y textos que aparecieron en otras publicaciones, junto con sus novelas cortas La novela de un colegial y Un cuento cruel y otras narraciones, fueron publicados en 1896 por Raúl Millé con el título de Cuentos románticos. En una carta de Justo Sierra a Millé, suscrita en junio de 1895, encontramos la siguiente autocrítica:
Querido amigo. Por empeño de usted, no mío, publico esta colección de cuentos que bien habría podido titularse románticamente Amor y muerte. Exceptuando dos o tres, están escritos de 1868 a 1873, entre mis veinte y mis veinticinco años... Lleva esta colección su fe de bautismo en el lirismo sentimental y delirante que la impregna...
Desafortunadamente, éstas y otras insinuaciones, que el propio autor externó en el prefacio a sus libros escritos en su madurez, orientaron buena parte de la recepción crítica de su obra, pues al hablar de los cuentos se generaliza demasiado y éstos no pasan de ser "narraciones sentimentales", "fantasías poéticas o románticas" o "poemillas en prosa impregnados de lirismo sentimental", frases que se vuelven lugar común y evidencian la ausencia de una lectura más cuidadosa. Esta circunstancia propició que se relegara a un segundo plano el valor literario tanto de los cuentos como de las novelas cortas y se ignoraran otros aspectos de suma importancia, como son las ideas estéticas del escritor y el desarrollo de una versátil temática que ostenta su narrativa.
A decir de Francisco Monterde, editor de la prosa literaria de Sierra, los cuentos y novelas cortas cierran la etapa juvenil del escritor: "su título indica que se hallaba madura la obra, porque el autor podía considerar como románticos los relatos, gracias a la perspectiva creada por él, al colocarse en el posromanticismo". Por su parte, Luis Leal, estudioso del cuento mexicano, observa que "la flexibilidad de su sintaxis [la de Sierra] anuncia lo que ha de ser la prosa de Gutiérrez Nájera y Martí", y Emmanuel Carballo complementa la afirmación al señalar que los Cuentos románticos están "escritos con temple de poeta, de poeta romántico que prefigura a los modernistas". Antonio Castro Leal llama a las novelas cortas de Justo Sierra "novelitas psicológicas", pues considera que el autor dedica al aspecto psicológico de sus personajes un interés particular y advierte que en estas narraciones persiste el tono romántico de sus primeras ficciones.
Al acercarnos a los cuentos y las novelas cortas de Justo Sierra podemos apreciar —como bien ha observado César Rodríguez Chicharro— que todos ellos nacen de tres actitudes vitales: la añoranza de la patria chica (su amado Campeche), la relación del escritor con la ciudad de México y su experiencia con los habitantes de ésta (el mundo estudiantil y los problemas propios del momento). A estas inquietudes pueden sumarse los diversos intereses intelectuales del autor, orientados hacia la historia y la literatura, que le permitieron recrear hechos o ambientes no locales y dilucidar sobre el quehacer del escritor.
No obstante la riqueza y variedad que exhiben todas sus narraciones, es posible observar en los escritos literarios de Justo Sierra ciertas características generales que les otorgan un rasgo de estilo y les confieren unidad.
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