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Jessica Hart: Un Trato Justo

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Aunque Polly Armstrong y Simon Taverner se conocían desde la infancia, nunca se habían llevado bien. Ella había crecido pensando que él era un esnob y a él nunca le había gustado la desorganizada vida que ella llevaba. Por eso, no era de extrañar que cuando Polly se quedó sin trabajo y Simon le ofreció ayuda, ella la rechazara. Sin embargo, poco después, Simon le propuso un trato que sí fue de su agrado: él la ayudaría económicamente si ella accedía a ser su prometida durante unos días. Vivir con Simon no resultó ser la pesadilla que ella había imaginado. Incluso parecía haber cierta química entre ellos… De hecho, lo único que podía impedir que aquel compromiso fuera permanente era la verdadera prometida de Simon, ¡si es que ésta era la verdadera!

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Jessica Hart Un Trato Justo Título Original The Convenient Fiancée 1999 - фото 1

Jessica Hart

Un Trato Justo

Título Original: The Convenient Fiancée (1999)

Capítulo 1

LA FIESTA estaba en pleno apogeo cuando el timbre volvió a sonar. Polly, que estaba tratando de recorrer la habitación de modo que pudiera encontrarse con Philippe, se preguntaba si podría pretender que no lo había oído cuando Martine Sterne le chascó los dedos delante de la cara.

– ¡Polly! ¡Ve a abrir la puerta enseguida!

Con un suspiro, Polly se abrió camino a través de los invitados y se dirigió al vestíbulo. Aquel trabajo había sonado tan prometedor cuando se decidió a responder el anuncio… Si ella hubiera sabido que tres meses en el sur de Francia como ayudante personal de un director de Hollywood significaban tener que ser la esclava de su insoportable esposa francesa, nunca lo hubiera aceptado.

Polly sacudió la cabeza. Se sentía algo triste al recordar lo mucho que había presumido con su familia y amigos por su nuevo y maravilloso trabajo al lado de Rushford Sterne.

Polly trató de ver el lado positivo. Mientras dejaba la bandeja en la mesita del vestíbulo y se enderezaba la cofia por enésima vez, intentó convencerse de que, en realidad, no era tan malo. Tal vez Martine Sterne fuera una pesadilla como jefa por haberle obligado a ponerse una cofia de encaje y un delantal para servir las bebidas, pero aquella mujer tenía un hermano del que Polly se había enamorado en el momento en que lo vio.

Philippe era la clase de hombre que ella había creído que sólo existía en las películas. Era alto y esbelto, de pelo oscuro, ojos marrones dormilones y una sonrisa que hacía que Polly se derritiera por dentro. Al contrario de su hermana, Philippe la trataba como a un ser humano. Sólo el pensar que él iba a visitar frecuentemente la casa durante aquel verano había hecho que las seis semanas se le hicieran algo más llevaderas.

Aquella tarde, Polly se había puesto en su honor sus mejores zapatos, que atraían la atención sobre las largas y esbeltas piernas de ella, pero no sabía por qué se había molestado. Philippe no se iba a fijar en ella, con zapatos o sin ellos, por culpa de aquel estúpido uniforme.

En cualquier caso, Polly no tenía muchas posibilidades de que se fijara en ella. Era bastante agraciada, rubia de ojos azules, pero nunca podría ganar un concurso de belleza, sobre todo si se la comparaba con todas aquellas elegantes mujeres que luchaban por ganar su atención en la sala. Polly, a su lado, se sentía demasiado gorda. Por su constitución, nunca podría alcanzar la extrema delgadez de aquellas mujeres. Además, sus generosas curvas y su alborotado cabello le hacían parecer desaliñada, fuera lo que fuera lo que llevara puesto.

En aquel momento, el timbre de la puerta sonó con impaciencia.

– ¡Ya voy, ya voy! -musitó Polly, mientras se colocaba la cofia en su sitio.

Intentando olvidar por un momento la tortura de aquellos zapatos, intentó fijar una sonrisa en el rostro antes de dirigirse a la puerta. Al abrirla, vio que en el umbral estaba un hombre de unos treinta años, de aspecto muy austero, con un rostro inteligente e irónicos ojos grises. Entonces, la sonrisa de Polly se borró de los labios.

– ¡Simon! -exclamó ella, atónita. Era imposible que Simon Taverner viniera a la casa de los Sterne. Momentáneamente, él pareció algo desconcertado, tanto que ella se preguntó si estaría teniendo una alucinación-. ¿Simon? -añadió, en un tono más dudoso.

– Hola, Polly.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó ella. Al oír aquella voz, estuvo segura de que era él. Simon era la única persona que conocía con aquel tono de voz tan pausado y la capacidad de avergonzarla con sólo un movimiento de la ceja, lo que la exasperaba. De repente, Polly fue consciente del aspecto que debía tener con aquel ridículo uniforme.

– Te estaba buscando.

– ¿Cómo? ¿Qué es lo que pasa? -quiso saber ella. Tal vez Simon había venido a traerle malas noticias-. ¿Están mi madre y mi padre bien?

– Están bien -respondió Simon-. Ellos se preguntan lo mismo de ti. La semana pasada comí con ellos y estaban muy preocupados porque no habían tenido noticias tuyas desde algún tiempo. Por eso, me ofrecí a visitarte para comprobar que estabas bien, ya que voy de camino a La Treille.

– ¡Dios mío! Debería haberlos llamado. Iba a hacerlo, pero sabía que me preguntarían sobre mi trabajo y nunca se me ha dado bien mentir, así que hubiera tenido que decirles la verdad. Les dije que iba a ser el mejor trabajo de mi vida… No quería admitir que había terminado siendo una doncella de lujo.

– ¿Cómo ha sido eso? Yo pensé que ibas a ser la ayudante de un director de cine.

– Yo también -respondió Polly con amargura, mirando por encima del hombro para asegurarse de que Martine Sterne no revoloteaba por allí en busca de un nuevo invitado-. Ya me veía por el Festival de Cannes, con una carpeta y codeándome con las estrellas. Pero resulta que la última película de Rushford Sterne fue un fracaso, así que, él mismo tiene que perseguir a las estrellas, y no las estrellas a él. Está intentando conseguir el dinero para un nuevo proyecto, por eso está organizando muchas reuniones sociales. Para todo lo que me quieren es para abrir puertas, servir bebidas y fregar los platos. ¡Es decir, que tan sólo soy una esclava doméstica!

Simon la miró con desaprobación, como lo hacía normalmente. Lo llevaba haciendo desde que ella tenía uso de razón. Los padres de ambos eran buenos amigos. Las dos familias solían irse juntas de vacaciones cuando ellos eran niños. Cuando era una niña, Polly adoraba a Simon, que era siete años mayor que ella, le seguía a todas partes e incluso le pidió que se casara con ella cuando tenía sólo cuatro años. Pero no tardó mucho en darse cuenta de que aquello había sido un error. Polly se alió con Charlie y con Emily, que eran mucho más divertidos, por lo que Simon se convirtió en el hermano mayor, aburrido y sensato, que intentaba controlarles.

– ¿Por qué sigues aquí si el trabajo es tan malo? -preguntó Simon.

– Es una cuestión de principios.

– ¿De principios?

– Bueno, tal vez no exactamente, pero mi padre me aconsejó que no aceptara el trabajo, así que ahora no puedo volver y admitir que tenía razón. Me dijo que todo sonaba muy vago, y que si no tenía cuidado, acabaría siendo explotada, que ha sido exactamente lo que ha ocurrido. Estaba tan decidida a demostrarle que estaba equivocado que me negué a aceptar el dinero que me ofreció. Ahora no me podría ni siquiera permitir el marcharme, aunque quisiera. Me tuve que pagar el viaje yo misma, y todavía no me han pagado, así que, en este momento, tengo unas cinco libras hasta que se me acabe el contrato.

– ¡No me extraña que tus padres estén preocupados por ti! -dijo Simon, sacudiendo la cabeza.

– No es tan malo. Al menos estoy viendo cómo vive la otra mitad. Esta casa es fabulosa, y conozco a montones de personas muy sofisticadas, aunque sólo sea para ofrecerles una copa.

– No veo el interés de un trabajo en el que lo mejor que haces es servir copas a unas personas que se las podrían servir perfectamente ellos mismos.

– Tú no lo entiendes -replicó ella, enojada.

Aquella actitud era la típica de Simon. La frivolidad le era completamente ajena, lo que era una pena. Cuando dejaba de ser tan serio, podría ser bastante divertido, pero la mayor parte del tiempo se empeñaba en mostrarse superior a los demás.

¡Y el aspecto que llevaba! Tenía que ser la única persona en el sur de Francia con traje y corbata. Por muy ligera que fuera la tela y lo atrevido, para él, de aquel tono amarillo en la corbata, no dejaban de ser un traje y corbata.

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