Jessica Hart
Esposa por un día
Título Original: Part-Time Wife
¿Que necesitas qué? La habitación giró alarmantemente alrededor de Pandora mientras miraba a Ran Masterson con incredulidad. Por un momento, hubiera podido jurar que había dicho que necesitaba una esposa.
– Necesito una esposa -repitió él, impacientándose.
Pandora lo miró con recelo. No parecía que estuviera bromeando. Estaba junto a la mesa, con las manos en los bolsillos de los pantalones, un hombre alto, fuerte, exasperado. Pandora nunca lo había visto de otra forma que no fuera exasperado, de modo que no resultaba fácil decir si era su expresión habitual o si aquella irritación se debía a ella, aunque tenía la desagradable intuición de que se trataba de lo último. Había unas misteriosas líneas de la risa en torno a sus ojos y sugerían que él tenía un aspecto completamente distinto al sonreír. Por desgracia, sonreír era lo último en que habría pensado desde que la había conocido. Una rabia asesina describía mejor su expresión de aquel momento.
Entonces, ¿por qué le estaba pidiendo que se casara con él?
Tenía que ser una broma. Pandora sonrió desconcertada mientras se limpiaba las manos con un trapo. No quería irritarlo aún más haciendo caso omiso de su sentido del humor, pero ya era demasiado tarde para lazar una carcajada espontánea.
– No lo dirás en serio, ¿verdad?
– No estoy de humor para bromas -dijo él, tajante.
– Pero… no puede ser que quieras casarte conmigo en serio -balbuceó ella, mientras una expresión de asombro aparecía fugaz en el rostro del Ran.
– ¿Casarme contigo? No creo que pueda llamarse así.
Pandora tuvo la incómoda sensación de que estaba atrapada en un sueño estrafalario. Estaba descalza en el torno, sumergiendo abstraída los cuencos en el engobe, tratando de imaginarse desesperadamente cómo iba a sacar miles de libras de la nada, cuando Ran había entrado en el estudio para decirle que el único modo en que podía resarcir tan terrible deuda era convirtiéndose en su esposa. Empezó a preguntarse si la tensión de aquellos últimos días no había podido con ella. ¿Se había quedado dormida o simplemente estaba alucinando?
Podía sentir el baño de arcilla líquida resbalar por el dorso de su mano y se lo quitó. Si aquello era un sueño, se trataba de uno extremadamente real.
– Pero creía que habías dicho…
– He dicho que necesitaba una esposa -dijo él irritado-. No que quisiera casarme con alguien y menos contigo.
– Lo siento, no tengo la más remota idea de lo que pretendes -confesó ella-. Me dices que quieres que me case contigo y, al momento siguiente, dices que no.
– Escucha, es una cosa sencilla -dijo Ran, obviamente exasperado con su torpeza-. Necesito que finjas que eres mi esposa por una noche, nada más.
– ¡Oh! ¿Eso es todo? -dijo ella sin molestarse en disimular su sarcasmo-. ¡Qué tonta he sido al no imaginármelo enseguida!
Tiró el trapo sobre el torno, echó la silla hacia atrás y lanzó una mirada furiosa hacia aquella figura amenazante.
– ¿Es demasiado pedir que me expliques por qué, o se supone que eso también tendría que resultar obvio?
Ran dejó de caminar de un lado para otro, como si aquel ataque le sorprendiera. Sus cejas oscuras se fruncieron más aún y Pandora se asustó recordando que deberle treinta mil libras a un hombre no la colocaba en posición de mostrarse sarcástica con él. Por un instante tenso, él la miró furibundo, entonces, para su inmenso alivio, Ran dejó escapar el aliento y puso una silla frente a ella.
– Muy bien.
Su voz era impaciente mientras se sentaba y ponía las manos sobre la mesa. Se contempló un momento los dedos, tomándose su tiempo para ordenar sus pensamientos. Pandora lo observaba nerviosa. La única vez que se habían encontrado antes, todo había salido tan horriblemente mal que sólo le recordaba como un hombre con un poder frío y controlado, de glaciales ojos grises y un temperamento formidable. Ahora lo miró, viéndolo como la primera vez.
La chica de la oficina de correos le había contado que él llevaba años trabajando en África. Los efectos del sol eran visibles en su piel morena y curtida y en las arrugas en torno a los ojos. Tenía el pelo castaño oscuro y una expresión reservada que parecía corriente hasta que se reparaba en la determinación de su mandíbula y en la curva misteriosa de su boca.
– Sabes que he heredado Kendrick Hall de mi tío, ¿no?
Ran alzó la mirada de repente y la descubrió observándolo. Sus ojos eran de un gris vigilante y frío. Pandora se sonrojó bajo aquella mirada incisiva en incómoda. Apartó los ojos y asintió.
– He oído que querías venderlo.
Otra información que había recogido sobre su desagradable vecino nuevo en la oficina de correos. Ran dejó escapar una risa breve y carente de humor.
– ¡Ojalá pudiera! Por desgracia, la propiedad está vinculada a mí como único heredero varón de mi tío, lo que significa que tendría que correr con un enorme gasto legal para venderla.
– Entonces, ¿por qué no quieres vivir aquí? Es un sitio encantador.
Pandora pensaba que la mayoría de la gente se alegraría de tener una hermosa mansión antigua en el paisaje virgen de Northumbria.
– Puede que sea encantador, pero no resulta muy conveniente cuando trabajas en África Oriental -dijo él ásperamente.
– ¿Y no podrías trabajar aquí?
No estaba muy segura de por qué tenía que hablar de su trabajo, pero al menos era mejor que discutir sobre la suma astronómica que le debía o sobre la estrafalaria propuesta que le había hecho.
– Imposible. Soy asesor en gestión de suelo para el gobierno de Mandibia, con el encargo especial de organizar un ministerio completamente nuevo para tratar los problemas que la agricultura tiene allí. Mandibia posee el potencial para ser un gran país, están invirtiendo mucho dinero y esperanzas en el nuevo ministerio. Tengo un permiso de dos meses para solucionar mis asuntos aquí, pero, sinceramente, preferiría estar dedicándome a mi trabajo antes que cuidar de una vieja casa que ni siquiera deseo.
Hizo una pausa y la miró ceñudo. Pandora se dio cuenta de que no le costaba trabajo creer que un país pusiera su futuro en manos de un hombre como Ran Masterson. Había un aire de eficacia dura y dinámica en torno a él que era inquietante y tranquilizador al mismo tiempo. Era la clase de hombre que todo el mundo desea tener a su lado, la clase de hombre capaz de resolver cualquier problema, acostumbrado a hacer las cosas a su manera, incapaz de soportar las torpezas. No era la clase de hombre que quisiera tener como enemigo por haber hecho añicos uno de los tesoros de su familia.
Aquel pensamiento la hizo volver al presente con un escalofrío. Seguía sin entender por qué tenía que reparar aquella deuda fingiendo ser su mujer. Contempló abstraída aquella boca dura y firme, y una extraña sensación sacudió su espina dorsal. Todo aquello era absurdo, por supuesto. Absurdo y peligroso, inquietante y alarmante, inexplicablemente fácil de visualizar.
– ¿Qué tiene que ver todo eso conmigo? -preguntó ella casi sin aliento.
– Ahora llego a eso. Dado que tengo un trabajo importante en África y que no puedo vender Kendrick Hall, he decidido que lo mejor que puedo hacer es convertirlo en una casa de invitados exclusiva. Me han dicho que los turistas extranjeros están dispuestos a pagar por el privilegio de alojarse en una mansión antigua como si fueran invitados particulares. Es más sencillo y menos caro que tratar de organizar un hotel. Una persona me ha puesto en contacto con una agencia americana y las directoras y han venido a echar un vistazo esta mañana.
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