Jessica Hart - Esposa por un día

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Esposa por un día: краткое содержание, описание и аннотация

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Todo empezó cuando Homer, su querido e indisciplinado perro, rompió un jarrón de inestimable valor para Ran Masterson… y Pandora se ofreció a reemplazarlo. Al parecer, el precio de jarrón era tan elevado que la joven sólo podría pagar el destrozo accediendo a hacerse pasar, durante veinticuatro horas, por la esposa del propietario de Kendrick Hall. Pandora tenía dos opciones, o representaba la comedia, o bien pagaba, y consideraba que hacer de señora de la misión durante un día no podía ser peor que deberle a Ran miles de libras. ¡Lo que no sabía, cuando aceptó, era que compartir la cama de Ran formaba parte del trato!

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– Esperemos que sea creativo -replicó ella con cierta acritud-. Va a sudar tinta haciendo que parezcas un hombre enamorado, nunca he visto a ninguno que diera menos la imagen.

Ran le lanzó una mirada desagradable.

– ¿Qué aspecto quieres que tenga?

– ¿No podrías mostrarte un poco más… amable?

– ¿Te mostrarías amable tú si alguien hubiera hecho pedazos una herencia familiar de un valor incalculable?

– Cualquiera diría que lo tiré al suelo deliberadamente.

Pandora dio el último mordisco a la manzana y dejó el corazón en el cenicero, ganándose una mirada de furia que sí ignoró deliberadamente.

– Si te acuerdas, fue Homer el que rompió el jarrón, no yo. No me explicó por qué no lo atosigaste a él para que hiciera de tu esposa, al menos no tendrías que preocuparte por la ropa que lleva.

– ¡No seas ridícula! -exclamó él. Un músculo palpitó en su mandíbula-. Los dos tendremos que actuar delante del fotógrafo y ayudaría que tú dieras el papel. Tengo una cita con el abogado antes, de modo que podrás ir a comprar algo decente mientras yo hablo resuelvo mis asuntos.

Pandora dejó escapar un suspiro de mártir. Detestaba comprar ropa.

– ¿En qué clase de cosa decente has pensado?

– No soy un experto en moda.

– Pues pensaba lo contrario, ya que no has dejado de meterte con mi ropa -masculló ella.

– Tú cómprate algo apropiado, un conjunto, un vestido. Lo que te comprarías si fueras a casarte de verdad.

Media hora después, Pandora se dio cuenta de que era más fácil decirlo que hacerlo mientras miraba las tiendas de ropa de la calle principal. Wickworth era una ciudad comercial de buen tamaño que no se distinguía por sus tiendas de moda. Ran le había dado un buen fajo de billetes de veinte libras, recalcando que la esperaba en el hotel a las once en punto completamente preparada.

– ¡A la orden! -había dicho ella a sus espaldas.

Pensó que, si podía permitirse el lujo de gastarse tanto dinero en ropa, no debía tener muchas dificultades en comprarse otro jarrón chino.

Ya había recorrido todas las tiendas normales sin éxito, cuando se atrevió a entrar en una boutique de aspecto y precios intimidantes. Desde luego, nunca se le habría ocurrido ni soñar con meterse en aquella clase de tienda, pero se le acababa el tiempo y por nada del mundo quería encontrarse con Ran y decirle que no había podido encontrar «algo apropiado». La vendedora alzó las cejas al ver su aspecto, pero Pandora había decidido que era el momento de pedir ayuda.

– Voy a casarme mañana -dijo haciéndose la ingenua-. Pero no encuentro nada que ponerme.

La cara de la vendedora se iluminó de repente.

– ¿Qué clase de ropa está buscando?

– Mi prometido quiere algo elegante -dijo Pandora, alegrándose de que aquélla no fuera la clase de tienda a la que tuviera que volver a entrar.

Antes de que lograra saber qué estaba ocurriendo, se encontró metida en un probador con una serie de conjuntos cuyos precios tiraban de espaldas. Obviamente, la vendedora había hecho suyo el reto de transformar a Pandora y la obligó a ponerse un modelo tras otro mientras descargaba una andanada interminable de preguntas sobre la clase de boda que iba a ser, adónde iban de luna de miel, y sobre cómo era su prometido.

– Él es muy… enérgico -dijo Pandora, que empezaba a marearse con tanta pregunta.

Actuar con un mínimo de credibilidad era más difícil de lo que ella había imaginado.

– Supongo que será muy atractivo, ¿no? -dijo la vendedora con un suspiro sentimental.

Una imagen de Ran se alzó ante Pandora con tanta claridad que dejó de luchar para embutirse en un vestido. Se dio cuenta de que podía recordarlo con todo detalle, cada plano, cada línea, la fuerza contenida de su cuerpo, las manos cálidas y seguras. Volvió a preguntarse de nuevo si lo que había en torno a sus ojos eran arrugas de la risa. Jamás le había visto sonreír. ¿Qué podía hacer una sonrisa con aquella boca gélida? Algo se estremeció en sus entrañas y Pandora se enderezó repentinamente.

– No está mal -dijo sin comprometerse.

La otra mujer parecía desilusionada, pero entonces contempló a Pandora en el espejo y lanzó una exclamación.

– ¡Ése sí es perfecto para usted! Tenga, pruébese la chaqueta.

Pandora estuvo de acuerdo, parecía otra mujer con aquel traje de chaqueta amarillo crema. Realzaba el color de su piel y la masa negra de sus cabellos.

– Ni siquiera me reconozco.

– ¡Le sienta maravillosamente! -dijo firmemente la vendedora-. ¡Elegante y sofisticada! Lo único que le falta son unos zapatos y un sombrero.

Pandora se dejó convencer con los zapatos, pero se negó en redondo a ceder con el sombrero. Ya había cumplido con la orden de encontrar un atuendo adecuado y Ran no había dicho nada sobre sombreros, ¿no?

– Me llevaré ése de allí -dijo señalando al que había en el escaparate y que había llamado su atención sobre aquella boutique.

Decorado con una cinta extravagante, tenía un ala ancha que se doblaba delante de un ojo. Era tan excesivo que Ran se quedaría estupefacto.

Era perfecto.

Sintiéndose contenta consigo misma, Pandora pagó con la mayor parte del dinero que Ran le había dado y salió de allí dispuesta a cumplir con las instrucciones de la vendedora respecto al lápiz de labios. Si Ran quería verla transformada, ¡transformada la iba a tener!

Ran estaba sentado cómodamente leyendo el periódico en un sillón del vestíbulo del único hotel de cuatro estrellas que había en la ciudad cuando Pandora hizo su entrada a toda prisa, se acababa de dar cuenta de que llegaba diez minutos tarde. Ran bajó el periódico y la contempló de arriba abajo con una mirada intensa y desaprobatoria.

– Llegas tarde.

– Sólo diez minutos.

Pandora pensó que debía haber sido la carrera por la calle principal lo que la había dejado sin aliento. No podía tener nada que ver con la sensación que se apoderaba de ella siempre que lo veía. Ran no hacía nada para llamar la atención, pero había algo en él que lo convertía en el centro de atracción de todo el vestíbulo. Se puso de pie y consulto su reloj.

– Catorce minutos.

– ¡Muy bien! Son catorce minutos. ¿No quieres ver lo que he comprado? -dijo ella, enseñándole las bolsas que llevaba.

– Me gustaría vértelo puesto. Teníamos que estar a las once y media en el fotógrafo.

Pandora estuvo a punto de perder los nervios mientras se cambiaba en el tocador de señoras.

– No podré seguir adelante -murmuró a la extraña que la miraba desde el espejo mientras se pintaba los labios.

La desconocida la miró, bella y orgullosa. Al menos, Ran no podría decir que estaba exactamente igual. Realmente, el sombrero era un tanto excesivo. Con gestos nerviosos, Pandora se alisó la chaqueta y decidió que lo mejor sería que Ran viera el sombrero poco a poco.

Había vuelto a su lectura, esperando evidentemente que ella tardara años en arreglarse y no se dio cuenta de que estaba a su lado.

– Bueno, ¿qué te parece?

Ran bajó el periódico otra vez, alzó la mirada y se quedó helado al ver a la mujer esbelta y sofisticada que estaba junto al sillón con un sombrero absurdo en la mano y una expresión insegura en los ojos violeta.

– ¿No tengo buen aspecto? -preguntó ella, dudando al ver que Ran no contestaba. Quizá pensaba que estaba ridícula…

– Bueno… sí… -Ran pareció darse cuenta de que su voz sonaba rara y se aclaró la garganta-. Estás muy bien.

¿Bien? ¿Eso era todo lo que se le ocurría? Hasta ese momento, Pandora no había querido admitir lo mucho que deseaba impresionarle, lograr que la viera de un modo distinto. Evidentemente, para eso hacía falta algo más que un vestido caro.

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