Justo Navarro - Finalmusik

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Seguimos al narrador de esta espléndida novela durante su última semana en Italia antes de regresar a su Granada natal y reencontrarse con su padre. Se despide de algunos de los personajes que han configurado su experiencia italiana: la limpiadora Francesca, con quien el último mes ha mantenido una aventura; el marido de ésta, Fulvio, ex boxeador; monseñor Wolff-Wapowski, polaco-alemán, encargado de la casa papalina en la que el narrador se aloja; Stefania Rossi-Quarantotti, profesora boloñesa de semiótica y antigua maestra y amiga, traumatizada por la relación que mantiene su marido con una chiquilla romana; el marido de la profesora, Franco Mazotti, prestigioso e íntegro economista de un gobierno corrupto, temeroso de que salga a la luz esa relación; o Carlo Trenti, el exitoso escritor de la novela cuya traducción el narrador está a punto de terminar a la vez que su estancia en Roma. De momento el narrador deberá regresar a Granada y cortar por fin el cordón umbilical que le une a su padre viudo. La consagración definitiva de uno de los escritores españoles más imprescindibles.

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Allí estábamos, en la casa oscurecida para el veraneo y habitada de improviso. Me pasó a una habitación en tinieblas y oí el ruido de subir la persiana y abrir la ventana, ya sin mucho sol. Era una habitación de pocos muebles, de una especial incomodidad, como si las paredes azuladas, las dos sillas, la mesa y la lámpara hubieran sido sorprendidas a oscuras y bañadas repentina y desagradablemente por la luz. Salió Trenti, volvió con una botella de agua y dos vasos con hielo que sabía a viejo, días y días en el congelador, muchos meses, o esto lo añade mi aprensión, sabor a medicina en un vaso de agua, tiempo muerto en una porción de hielo. La aprensión es un extraordinario modificador de la realidad o de la percepción. Vi entonces la percha, junto a la puerta, y la prenda invernal, una especie de abrigo o chaqueta larga con la etiqueta de un sastre, Bussi, en letras plateadas. Vi en la mesa unos periódicos muy leídos ya, o eso decía la blandura de las páginas, como si se les hubiera extraído el vigor de la novedad y la sensación de la sorpresa. No esperaba verlo a usted, dijo Trenti, que pensaba buscarme al día siguiente, qué casualidad, porque estaría en Roma para asuntos de producción de la película Gialla Neve . Hacía tiempo que no recibía noticias mías, verme ha sido una sorpresa extraordinaria. ¿No pienso ir a la fiesta secreta para anunciar la futura presentación de Gialla Neve, Il Film , en la noche de Ferragosto? Tengo sus teléfonos, ¿no es así? Tengo cuatro direcciones de correo electrónico, tres números de teléfono fijo y dos números de teléfono móvil, el escritor se había puesto a la entera disposición del traductor, pero precisamente no esperaba ver al traductor este día de agosto, día amarillo como la nieve criminal de Trenti, sino en la noche del 14 al 15, en la fiesta del film y del fin del mundo, si las Brigadas Abu Hafs al Masri cumplen sus profecías. Yo tampoco esperaba ver al escritor, pensé, y aquí estamos en esta habitación en la que se ha hecho de noche en pleno día, como bajo un eclipse. Tembló la tierra y se hendieron las rocas y se abrieron los sepulcros, dice San Mateo. Esperábamos que sonara el timbre y apareciera el Reparador de Televisores con el televisor que acabaría en la nueva casa de Ferrara.

Sentados, sin hablar mucho, nos mirábamos, nos acompañábamos mutuamente como se acompañan los que comparten sala de espera en un médico o un abogado, pero mi acompañante estaba desnudo, hombre grande de largas piernas, largos brazos y huesos finos. No sé si tiene usted muchas o muy pocas cosas que decirme, dijo Trenti, puesto que no me ha llamado en estos tres meses. La gente deja de llamarse cuando no tiene nada que decirse o cuando tiene tanto que prefiere callar. Dígame, ¿qué ha descubierto en mis asesinatos rusos? ¿Alguna inconsistencia? El personaje que se llamaba Monreale en la página 34 se llama Fariña en la página 67. ¿Es el mismo personaje? Naldini quería a Labranca. ¿Cómo puede decir en la página 101 que Labranca le era indiferente? ¿No es demasiada casualidad que Monreale y Labranca coincidieran en el mismo edificio de Ferrara y en el mismo convoy de tropas a Rusia?

Fíjese usted. Las casualidades y las coincidencias son fundamentales en los amores, pero también en los crímenes, dijo Trenti, y cogió los periódicos, los abrió, Il Resto del Carlino boloñés, La Stampa de Turín, Il Corriere della Sera milanés-romano. Todos ofrecían fotos de la chica romana que vio a un criminal y avisó a la policía. Fue abatido a tiros el criminal, poseedor de un historial temible, un aventurero, atracador de gasolineras en Italia y viajero por Oriente, dijo el escritor vestido de explorador, descalzo, como en el desierto, como si la habitación en sombra fuera una tienda de campaña. Es una casualidad, subrayó Trenti. La chica pasea cerca del Coliseo, esa calavera clavada en Roma, no sé quién lo dijo, calavera de piedra, gigantesca, ruina consolidada, horrorosa, usted la ha visto. La chica, ¿cómo se llama? Francesca Olmi (busca Trenti en el periódico desplegado el nombre de Francesca, personaje heroico en la ciudad en estado de alerta, valiente, nuevo fenómeno televisivo), eso es, Francesca. Pasa por via Petroselli exactamente en el mismo momento en que aparece el bandido más buscado de Italia. No sólo coinciden, sino que lo mira, y da la casualidad de que ha visto los anuncios en televisión y en los periódicos, la llamada general a la caza y captura del criminal Varotti. ¿Usted había visto esos anuncios? Yo no, dice Trenti. Estoy perdido en Ferrara, no hago nada, ojeo los periódicos, veo en el televisor películas alquiladas, he visto una media de tres películas diarias, dice Trenti, y yo estoy con el corazón suspendido, oyendo hablar de mí al novelista, no de mí, sino de Francesca. Se ha producido un corte, un apagón, una interferencia, la irrupción de las películas que ve en Ferrara el novelista-agente de seguros, e inmediatamente vuelve la imagen principal, Francesca, remarcadas las facciones en la foto periodística, afiladas, dura, pelo cortado, nueva Boca de la Verdad en Roma. Lo mismo que identifica criminales a primera vista, identificará ahora lo que va mal en la vida de los espectadores que llamen o manden mensajes al estudio de televisión.

Esta chica, Olmi, podría no ser lo que aparenta, dice Trenti. Estamos imaginando, naturalmente. Es lo que hace un giallista, inventar crímenes. Estudia posibilidades indeseables. Esto no es muy diferente de mi trabajo habitual, dice Trenti-Galetti, mi trabajo de toda la vida, imaginar riesgos como ingeniero de prevención de incendios. Nunca le he hablado a usted de eso, ¿verdad? Ya hablaremos en otro momento. Volvamos a la chica, a Olmi, Francesca. Me adivinaba el pensamiento Trenti. Los escritores son así, te miran y te inventan un pensamiento y una vida, y Trenti se adentraba por el laberinto rectilíneo de mi pensamiento y llegaba directamente a Francesca, sin ningún tipo de vacilación, perito en inspección de sistemas de prevención de incendios. Esta mujer está paseando por Roma como una turista, del Coliseo al Circo Massimo, cuando de via della Misericordia sale el asesino. Lo ve la chica, y da la casualidad de que inmediatamente se encuentra con dos guardias. No vacila. He visto al asesino, avisa. Muy bien. Al día siguiente la invita la televisión a un consultorio que será anunciado el sábado, este sábado, exactamente una semana después de la feliz caída del criminal. ¿Casualidades? Vamos a ver, supongamos que no son casualidades. Supongamos que la chica conocía previamente al criminal. Viene de encontrarse con él en algún hotel. Conoce a otros que también lo conocen. No es que la chica y el criminal volvieran de una cita, se pelearan, se separaran peleados y espontáneamente ella lo denunciara a la policía en un arrebato de odio amoroso. Una cosa así tiene poca consistencia. Si sólo hubieran detenido al criminal, el criminal sabría que lo había denunciado su amante. Lo descubriría en la comisaría, o en la cárcel, antes o después, y se vengaría. ¿Sabía la chica, antes de denunciarlo o entregarlo, que a Varotti lo iban a matar?

Yo la conozco, iba a decirle a Trenti, il giallista. Francesca es mi amante, no la amante del muerto por la policía, trabajadora ejemplar, Francesca, madre de un hijo, separada, o no exactamente separada, una mujer excepcional en todos los sentidos, jamás una traidora, aunque habla poco, me siento traicionado precisamente por este motivo, porque Francesca no habla. Estoy en Bolonia por este motivo. He salido de Roma para no buscar a Francesca por Roma, donde tenía la impresión vertiginosa de estar dejando de ser un extranjero, anexionado al lugar por mi fijación a Francesca, hundiéndome progresiva y adhesivamente en un asunto banal, amoroso, familiar, sórdido, una futura familia con Francesca, la cama, y luego más cama, y luego menos cama, el aburrimiento, las lágrimas, cajones de ropa de verano guardados durante todo el invierno, y durante todo el caluroso verano ropa de invierno guardada en cajones sombríamente calurosos, ropa promiscua en la oscuridad del cajón y un nuevo espesor en la conciencia, la densidad íntima de un hogar organizado amorosamente. Entonces se estremece algún mueble, mi silla, en el apartamento de via Stalingrado, por el aire que inesperadamente se ha movido o por un tren que ahora mismo cruza el gran nudo ferroviario del norte de Italia.

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