Fannie Flagg - Me Muero Por Ir Al Cielo

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Fannie Flagg, autora y guionista de la inolvidable Tomates verdes fritos, nos vuelve a llevar a los cálidos paisajes de Misuri para deleitarnos con las sorprendentes y prodigiosas experiencias de una octogenaria llena de vida, que hacen que una ciudad entera cavile sobre la vieja cuestión: ¿Por qué estamos aquí?
Elner Shimfissle sabe que no debe hacerlo, pero ha vuelto a subirse a la escalera para coger higos de su árbol. Esta vez es atacada por un enjambre de avispas y cae al suelo, y la siguiente cosa que sabe es que ha emprendido una aventura que jamás habría imaginado, en la que vivirá los encuentros más extraordinarios. Pero las mayores sorpresas las vivirán sus parientes, vecinos y amigos, una panda de personajes tan variopintos como entrañables. A medida que va desplegando esta comedia de enredo, cada una de las personas cercanas a Elner va descubriendo algo maravilloso, y lo mismo le sucede al lector.

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Aquella noche, después de contemplar la puesta de sol, todos se marcharon a casa menos Tot y Elner, que se quedaron sentadas en el patio hablando de los viejos tiempos.

– ¿Te acuerdas de aquel jarabe de arce que venía en una lata que parecía una cabaña?

– Sí, claro. ¿Y recuerdas tú aquel caramelo triple de coco de varios colores, rosa, blanco y azul? ¿Y aquel pan moreno que iba en un bote? -dijo Elner.

– Demonio -soltó Tot-, soy tan vieja que aún me acuerdo de que aprendí a leer en aquellos libros pequeños que tenían Dick y Jane. Creo que ahora Dick y Jane van a ingresar en la residencia de ancianos…, junto con Nancy Drew y los Rover. La huérfana Annie tendrá ya ciento ocho años.

Elner miró alrededor.

– Eeeh, Tot, quiero hacerte una pregunta. ¿Lamentas muchas cosas de tu vida?

Tot miró a Elner como si ésta hubiera perdido el juicio.

– ¿Lamentarme? ¿Yo? Oh, si no es por haber tenido un padre alcohólico y una madre demente, haberme casado con James Whooten, el mayor estúpido sobre la faz de la Tierra, y haber criado a dos mutantes y luego haberme casado con otro hombre que se murió de repente en nuestra luna de miel…, pues no… ¿Por qué?

Elner no pudo aguantarse la risa.

– No, cariño, me refiero a cosas que querías hacer y no has hecho. Yo me di cuenta de que no había ido a Dollywood, y eso me ponía triste, pero cuando tuve la oportunidad, fui, así que ya puedo morirme sin lamentos.

– Bueno, para mí es demasiado tarde -dijo Tot, que acto seguido tomó otro sorbo de cerveza-. Mi barco zarpó y se hundió hace mucho tiempo.

– Venga, Tot, eso no es verdad. Nunca es demasiado tarde. Fíjate en Norma, empezando una actividad nueva a su edad.

– Yo no quiero una actividad nueva. Detestaba la vieja, ¿por qué me hace falta una nueva? -se justificó Tot.

– Mira, Tot, no se lo he dicho a nadie, pero estar muerta me ha ayudado en cierto modo a poner las cosas en su sitio, y tú necesitas disfrutar de la vida y hacer aquello que siempre has querido hacer antes de que sea demasiado tarde. Aprende de mí.

– Lo haría, pero no hay nada que siempre haya querido hacer.

– Oh, seguro que sí, Tot. Espera y verás. Un día encontrarás algo.

– Bueno, en todo caso no será un hombre, eso te lo garantizo. Tú tuviste suerte. Will Shimfissle era un hombre encantador y estaba loco por ti. Todo el mundo lo veía. Mi James estaba loco y nada más.

Aprendiendo el oficio

3h 28m de la tarde

Beverly Cortwright y Norma estaban a unos cuarenta kilómetros al sur de la ciudad, buscando fincas, cuando la primera vio pegado a una valla un cartel de «Casa en venta» hecho a mano. Se le iluminaron los ojos.

– Fíjate en eso, Norma.

Dio la vuelta inmediatamente, se dirigió a la valla y se detuvo. Al final de un largo camino de entrada, en medio de un bonito pinar, se levantaba una pequeña y pulcra casa de ladrillo que parecía en bastante buen estado. Beverly estaba entusiasmada. Esa casa seguramente había salido a la venta hacía pocos días, pues aún no había aparecido en el boletín inmobiliario. Beverly lo leía cada mañana, como los resultados de las carreras de caballos. Conocía todos los detalles de cada propiedad allí incluida, y la mayoría de las veces veía el lugar antes que el corredor de fincas. Era una experta en leer los listados antes que nadie, y hoy no era una excepción. Norma aún era novata, y meterse en las casas de la gente la hacía sentirse un poco incómoda; pero Beverly estaba curada de espanto. Antes de que Norma se diera cuenta, su amiga había tomado el camino de entrada, se había parado frente a la casa y estaba rebuscando en el enorme bolso una cinta métrica y una cámara. Siempre llevaba el bolso consigo dondequiera que fuera por si localizaba inesperadamente alguna finca. Iba siempre preparada.

– Vamos. Hemos de ver esto, Norma -dijo saliendo del coche.

– Pero ¿no deberíamos haber telefoneado primero? -dijo Norma mientras se apeaba del coche a regañadientes.

– No, he llegado a la conclusión de que es mejor no hacerlo -repuso Beverly mientras se acercaba a la puerta y llamaba al timbre-. Pronto te darás cuenta, Norma. En este negocio, no hay que andarse con ceremonias.

Volvió a llamar y se inclinó para mirar por la ventana.

– Ahí viene alguien.

Abrió la puerta un hombre mayor; de dentro llegaban los sonidos de un partido de fútbol en la televisión.

– ¿En qué puedo ayudarlas? -dijo él.

Berverly exhibió inmediatamente su infalible sonrisa doble de bienes inmuebles, amistosa y de disculpa a la vez.

– Hola. Me llamo Beverly Cortwright y ella es mi amiga Norma. Lamentamos molestarle, sé que es un engorro hacerle esto un sábado, pero si fuera posible nos gustaría echar un vistazo rápido a su casa. Se lo he dicho antes a Norma, es una de las casas más monas que he visto en mi vida. Es realmente divina, si nos deja entrar, apenas tardaremos unos minutos.

El hombre se mostraba indeciso.

– Bueno, ahora mismo es un poco complicado, y mi esposa no está.

Pero Beverly, la vieja profesional, ya había cruzado la puerta.

– Oh, no se apure por eso, estamos acostumbradas, sólo queremos ver la disposición y tomar algunas fotos.

– Bueno, si ustedes lo quieren así, supongo que no hay problema -dijo el hombre a su pesar.

– Oh, muchas gracias. Puede volver a su partido, no se preocupe por nosotras -dijo mientras se dirigía a la cocina.

– ¿No quieren que las acompañe?

– No, vuelva a lo que estaba haciendo.

– Muy bien, pues -dijo él.

Beverly era una mujer en misión especial; en el espacio de diez minutos había recorrido toda la casa y fotografiado cada habitación. Tras acabar de medir el segundo cuarto de baño, se dirigió a Norma, que estaba tomando notas:

– Doce por diez, armario pequeño, se podría quitar pared intermedia. -Después de tirar de la cadena y hacer correr el agua en la bañera, la ducha y el lavabo, dijo-: La presión del agua es buena, pero no me gustan las baldosas. -Mientras andaba, iba soltándole comentarios a Norma por encima del hombro-: Detesto estos paneles de madera de imitación. Bonitas ventanas de guillotina por todas partes. Suelos originales. Hay que modernizar la cocina.

Cuando ya estaban listas para irse, Beverly asomó la cabeza en el estudio y se dirigió al hombre, sentado en el Barca Lounger.

– Ya hemos terminado. ¿Puedo hacerle un par de preguntitas?

El hombre bajó el volumen y contestó:

– Claro.

– ¿Tiene fosa séptica o cloaca?

– Fosa séptica.

– ¿Cuándo fue construida la casa?

– En 1958.

– ¿Cuánto terreno tiene? -preguntó Beverly.

– Unos cinco acres.

– Ah. ¿Y sabe si puede subdividirse?

– No, señora, no lo sé -dijo el hombre.

– Bueno, pues muchas gracias. Ah, un segundo. Casi me olvidaba de lo más importante. ¿Cuánto pide?

El hombre puso cara de confusión.

– ¿Por qué?

– Por la casa.

– ¿La casa? No está en venta.

Ahora era Beverly la confundida.

– ¿Ya ha sido vendida?

– No.

– En ese caso, ¿por qué sigue ese cartel ahí?

– ¿Qué cartel? -El hombre parecía sorprendido.

– El de la valla de ahí fuera.

El hombre la miró divertido y dijo:

– Señora, el cartel dice «Caballo en venta» [1].

Cuando ya salían en coche, echaron otro vistazo al cartel. Efectivamente ponía «Caballo en venta».

Norma estaba horrorizada por lo que habían hecho. Opinó:

– Oh, Dios mío, pobre hombre, habrá pensado que estábamos locas, irrumpiendo así en su casa, pisoteándolo todo, abriendo armarios. Hemos tirado de la cadena, abierto todos los cajones de la cocina. Aún no entiendo cómo no ha llamado a la policía.

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