Fannie Flagg - Me Muero Por Ir Al Cielo

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Fannie Flagg, autora y guionista de la inolvidable Tomates verdes fritos, nos vuelve a llevar a los cálidos paisajes de Misuri para deleitarnos con las sorprendentes y prodigiosas experiencias de una octogenaria llena de vida, que hacen que una ciudad entera cavile sobre la vieja cuestión: ¿Por qué estamos aquí?
Elner Shimfissle sabe que no debe hacerlo, pero ha vuelto a subirse a la escalera para coger higos de su árbol. Esta vez es atacada por un enjambre de avispas y cae al suelo, y la siguiente cosa que sabe es que ha emprendido una aventura que jamás habría imaginado, en la que vivirá los encuentros más extraordinarios. Pero las mayores sorpresas las vivirán sus parientes, vecinos y amigos, una panda de personajes tan variopintos como entrañables. A medida que va desplegando esta comedia de enredo, cada una de las personas cercanas a Elner va descubriendo algo maravilloso, y lo mismo le sucede al lector.

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– El establo no está, no lo encuentro, tengo que dar de comer a las vacas.

Macky se dio cuenta de que pasaba algo. Después de explicarle a Norma lo sucedido, ésta dijo:

– Para ella ya no es seguro vivir sola, Macky. Un día será capaz de prenderle fuego a la casa. Tenemos que ingresarla en la residencia por su propio bien, antes de que se lastime.

Pese a que Macky no quería, tuvo que aceptar. Había llegado el momento. Tuvieron la primera entrevista en la residencia, y mientras andaban por el pasillo recorriendo el lugar, Macky se sintió indispuesto. En cada puerta, la dirección había colocado una fotografía de la persona para así encontrar su habitación. Mientras pasaba, iba viendo caras de personas que habían sido jóvenes. Era triste pensar que una mujer tan llena de vida como la tía Elner terminaría en un lugar así. Al menos la habitación que escogieron para ella tenía buenas vistas. Macky sabía que a ella le gustaría. Mientras conducían de regreso a casa, no hablaron durante un buen rato. Luego Macky preguntó:

– ¿Quién se lo va a decir?

Norma pensó en ello.

– Creo que deberías decírselo tú, Macky, a ti te hará caso.

A la mañana siguiente, Macky subía los escalones del porche de la tía Elner pensando que hubiera preferido cortarse un brazo antes que decirle lo que tenía que decirle. Por suerte, hoy ella tenía un día bueno y estaba perfectamente lúcida.

Macky esperó a que ambos estuvieran sentados en el porche trasero y luego dijo:

– Tía Elner, ya sabes que Norma y yo te queremos mucho.

– Yo también os quiero a vosotros -dijo ella.

– Ya lo sé…, pero a veces hemos de hacer cosas que no queremos hacer, cosas que… -Macky forcejeaba en busca de las palabras adecuadas-. Cosas que parecen…, pero que a largo plazo son realmente… Ya sabes que a Norma le preocupa que vivas sola, y piensa que quizá sería mejor que estuvieras en un sitio donde hubiera gente que cuidara de ti.

Elner miró al patio, pero no dijo nada.

Macky tenía náuseas.

Al cabo de un rato, ella lo miró.

– Macky, ¿tú crees que debo ir allí?

Él respiró hondo.

– Sí -respondió.

– Oh -dijo ella-. Bueno, si tú crees que es lo mejor…

– Lo creo, cariño.

Se quedaron sentados unos minutos sin decir nada; luego ella preguntó:

– ¿Puedo llevarme a Sonny?

– No, me temo que no, no admiten mascotas -admitió Macky.

– Entiendo, bueno, como ya dije, es un gato bonito, pero no es mi gato. Buscarás una buena casa para él, ¿verdad?

– Por supuesto.

– ¿Cuándo tengo que trasladarme?

Él la miró.

– ¿Cuándo quieres ir tú?

– ¿Puedo esperar a la Pascua? -preguntó Elner.

Sólo faltaban dos semanas para la Pascua, así que Macky dijo:

– Claro.

Preparándose

9h 30m de la mañana

En los días siguientes, la ayudaron a empacar las pocas cosas que quería llevarse: el pisapapeles de vidrio con el Empire State Building dentro, unas cuantas fotos de Will y de la pequeña Apple, y su poster de los ratones bailando. Había regalado casi todo lo demás. Un montón de cosas fueron para los vecinos; y dio sus cinco topes de puertas a Louise Franks, a quien siempre le habían encantado.

Dos días después de la Pascua, cuando la iban a recoger para llevarla a Los acres felices, Macky se despertó con una punzada en la boca del estómago, y Norma, aunque sabía que era por el bien de la tía, se sentía igual. Ruby iría con ellos a ayudarlos a instalar a Elner, pero Macky seguía sintiendo una enorme presión en el pecho. Después de que Elner hubiera accedido a ir, sorprendió a los dos por el modo de aceptar lo inevitable. Macky casi habría deseado que hubiera dado más guerra. La tía Elner se mostraba adaptable y trataba de no hacer que se sintiesen mal, y eso a Macky aún le fastidiaba más. Se estaba afeitando y Norma llenaba la bañera, cuando sonó el teléfono.

– Seguramente es ella, Macky, dile que estaremos ahí hacia las diez.

Macky se secó la cara, fue al dormitorio y asió el auricular.

Norma cerró el grifo, se metió en la bañera y se sentó. No oía a Macky y gritó:

– Cariño, ¿era ella?

Pero él no contestó.

– ¿Macky?

Macky seguía sentado en la cama, sonriendo mientras pensaba: «Bueno, después de todo la vieja ha conseguido lo que quería.» Se puso en pie y fue al cuarto de baño a decirle a Norma que al final no iban a llevarla a la residencia Los acres felices.

Y aunque nadie lo sabía salvo Elner, por fin se había cumplido el deseo que le había pedido a la primera estrella cada noche. Ruby acababa de informar a Macky de que, cuando unos minutos antes fue a la casa de Elner, descubrió que ésta había muerto plácidamente mientras dormía, en casa y en su propia cama.

Una despedida final

Un día después, Cathy Calven publicó en la revista la misma esquela que Elner había leído en el hospital y le había gustado tanto; y le alegró saber que la señora Shimfissle había tenido la oportunidad de verla. Sólo cambiaba la fecha.

Cuando Verbena Wheeler llamó al programa de Bud y Jay para decirles que Elner Shimfissle había muerto, Bud escuchó cortésmente y luego dijo:

– Gracias por llamar, señora Wheeler. -Pero no lo anunció enseguida. Le dijo a Jay-: Para mayor seguridad, esperaré una semana.

Fiel a su palabra, Norma no celebró entierro, sino que al cabo de unas semanas, conforme a los deseos de Elner, esparció las cenizas detrás de la casa al ponerse el sol, y también siguiendo los deseos de la tía, Luther Griggs estuvo junto a la familia durante la ceremonia. Cuando todo hubo terminado, Norma se dio la vuelta y se sorprendió al ver que casi toda la ciudad se había congregado silenciosamente en el patio. Todos habían venido a despedirse de Elner. La echarían de menos, sin duda.

Unos meses después, Luther y Bobbie Jo acabaron comprando la casa de Elner; y el gato Sonny entró en el lote. Al principio, a los vecinos les horrorizaba pensar que aquel enorme camión estaría siempre aparcado en el patio, pero se preocupaban en vano. Bobbie Jo le hizo vender el vehículo y quedarse en casa. Luther fue a trabajar con Macky al Almacén del Hogar, a la sección de recambios de automóviles, donde se sentía muy a gusto. Al cabo de nueve meses, Luther y Bobbie Jo tuvieron una niña a la que llamaron Elner Jane Griggs. A Sonny no le gustaba que hubiera un bebé en la casa. Los bebés crecen y se convierten en niños.

La Biblia familiar

2 h 18m de la tarde

El primer invierno que siguió a la muerte de Elner fue uno de los más fríos que se recordaban. Un día, el señor Rudolf llamó a Norma para darle la mala noticia. Norma había crecido en la que aún era considerada la casa más bonita de Elmwood Springs. Como el padre era banquero, Ida, la madre, insistió en que tuvieran una casa acorde con su posición social en la comunidad, a cuyo fin se contrató a un arquitecto de Kansas City para que les construyera una enorme casa de ladrillo de una planta. Pero después de la muerte del padre de Norma y del traslado de Ida a Poplar Springs, ésta donó la casa al club de jardinería local para su custodia. Ida explicó a una decepcionada Norma, a quien en realidad le habría gustado la casa no para ella y Macky sino para Linda, que darla al club era la única manera de garantizar el futuro de sus arbustos de boj ingleses. Durante todos esos años, la casa y los jardines siguieron en pie, incluidos los «horribles arbustos de boj», como los conocían en privado Norma y su padre. Mientras Norma se hacía mayor, hubo veces en que ella y su padre sospechaban que a la madre le importaban más sus plantas que ellos. Pero por desgracia, las plantas de boj ya no estaban. Aquel frío febrero las había matado, y había que arrancarlas y sustituirlas por una planta menor, el espantoso Pittosporum, tal como lo llamaba su madre. Mejor que su madre ya no viviera, pensó Norma, porque si lo hubiera sabido, eso la habría matado de todos modos.

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