Unos años después, Polly Franks murió de un ataque al corazón. Tras la muerte de su hija, Louise Franks vendió su granja de diez acres a una promotora inmobiliaria por una pequeña fortuna. Norma gestionó la venta. Louise lo vendió todo menos medio acre en el linde del terreno. A Norma eso le extrañó, pues Louise no iba a vivir allí, pero ésta se lo explicó:
– Norma, en ese lugar tengo enterrada una vieja y querida mascota, y simplemente no quiero que se construya nada encima.
Louise se trasladó a la ciudad y utilizó el dinero de la venta para fundar y dotar de personal a una escuela para discapacitados mentales a la que llamó Centro Elner Shimfissle.
Después de conocer a Elner, el doctor Bob Henson cambió su opinión sobre la gente y cada vez estuvo más contento con su trabajo.
Y, cosas del destino, un año después, Gus Shimmer, el abogado obsesionado con demandar, se desplomó en los juzgados víctima de un ataque cardíaco grave. Hubo que llevarlo corriendo al Hospital Caraway, y fue el doctor Bob Henson quien estuvo con él más de tres horas y le salvó literalmente la vida. El mismo doctor Henson al que habría demandado si Norma lo hubiera dejado.
No obstante, cuando Franklin Pixton averiguó que el doctor Henson había salvado la vida de Gus Shimmer justo en mitad de un pleito contra el hospital, no se alegró. «¿Dónde está la negligencia ahora?», se dijo a sí mismo, pensativo. Pero no tenía que preocuparse por Gus Shimmer. Después de que el doctor Henson le salvara la vida, Gus juró ante Dios no volver a llevar a los tribunales nunca más a ningún médico ni ningún hospital. No sólo Gus era un hombre nuevo, sino que su informante en Caraway también se marchó para siempre.
El enfermero que había estado informando a Gus, el mismo que había provocado que a Boots Carroll, la amiga de Ruby, la bajaran de categoría, finalmente llamó «zorra» a la mujer equivocada. La señora Betty Stevens, viuda muy rica y generosa -su marido había creado Johnny Cat, una de las mejores carnadas de gatitos-, estaba ingresada para una operación de vesícula y oyó casualmente a alguien a su espalda llamarla «esa vieja bruja rica». Teniendo en cuenta que había dado millones al fondo del hospital y que era amiga íntima de la esposa de Franklin Pixton, el enfermero fue despedido en el acto y Boots recuperó su antigua función de supervisora jefe. No es que la señora Betty Stevens pusiera objeciones a que la llamaran «rica» o «bruja». Lo que le molestó fue lo de «vieja». Al fin y al cabo, era todavía una atractiva mujer de sesenta y cuatro años.
Desde el día en que el abogado Winston Sprague encontró el zapato en la azotea, ya no volvió a ser el arrogante sabelotodo, «el joven estirado en ascenso», como lo llamaban algunos. Pasó de pensar que era más inteligente que nadie a no estar tan seguro de sus cualidades. Para algunos, esto quizás habría sido algo malo, pero en el caso de Winston resultó ser lo mejor que podía pasarle. La chica de la que había estado enamorado muchos años, la que le había dicho que quería casarse pero no con él, lo vio casualmente en un grupo de amigos y notó en él algo diferente. Estaba sentado solo, y había en sus ojos una mirada ausente. Se acercó y le preguntó cómo estaba, y él le explicó que acababa de dejar su empleo y que iba a pasar dos semanas meditando en un ashram de Colorado.
«¿Un ashram? Humm-pensó ella-. Interesante. Este tío quizá ya no es el gilipollas que era, después de todo.» Así que en vez de irse, se sentó.
Al cabo de seis meses, después de que la chica accediera a casarse con él, ella le dijo:
– Winston, no sé qué te pasó, pero es como si ya no fueras la misma persona. -Y lo dijo como un cumplido.
Winston no le contó lo del zapato, el suceso que lo había cambiado, pero al cabo de unos días, después de su clase de yoga, atravesó la ciudad hasta la tienda de trofeos, entró con una bolsa de papel marrón bajo el brazo y se dirigió al hombre que había tras el mostrador.
– Me gustaría tener algo en bronce. ¿Hacen zapatos?
– Sí -contestó el hombre-. Hacemos zapatos de niño.
Winston abrió la bolsa, sacó el zapato de golf y lo dejó sobre el contador.
– ¿Pueden hacer esto?
El hombre lo miró.
– ¿Esto? ¿Quiere que apliquemos una capa de bronce a esto? ¿Un zapato solo?
– Así es. ¿Pueden hacerlo? -preguntó Winston.
– Bueno, supongo que sí. ¿Quiere que le pongamos una placa o algo?
Winston pensó unos instantes.
– Sí, pongan «El zapato de la azotea».
– ¿El zapato de la azotea?
– Sí -dijo Winston con una sonrisa-. Es una especie de broma secreta.
Pero el de Winston no fue el único idilio que acabó en matrimonio. El 22 de junio, en la Iglesia de la Unidad de Elmwood Springs, la pastora Susie Hill declaró marido y mujer al doctor Brian Lang y a Linda Warren. Y aunque Verbena Wheeler había jurado que jamás pisaría una de esas iglesias new age de «hágalo usted mismo», lo hizo.
Pero lo mejor de todo es que el proyecto comunitario de Linda Warren del «Mes de adopción de gatos» había tenido tanto éxito que la idea se había extendido a otras empresas, y miles de gatos de todo el país encontraban casa cada día. Y a nadie se le pasaba siquiera por la cabeza que todo eso se debía a que, una mañana de abril, Elner Shimfissle se cayó de su higuera.
8h 28m de la mañana
En cuanto a Norma, su atención a los detalles le sirvió de mucho, y pronto Bienes Inmuebles Cortwright se convirtió en Bienes Inmuebles Cortwright-Warren, lo que le causaba gran satisfacción. Pero en lo referente a la otra parte de su vida, lamentablemente no veía nunca signos, maravillas ni milagros, y casi había renunciado ya a buscar nada hasta que llegó otra Pascua, cuatro años después.
Norma se encontraba en el cementerio dejando lirios en las tumbas de sus padres, como siempre había hecho, intentando evitar que las flores de plástico que había casi en cada tumba la volvieran loca. Cuando ya se iba, anduvo casualmente junto a la vieja parcela de los Smith, en la zona sur del cementerio, donde estaba enterrada la vecina Dorothy, y por alguna razón desconocida se detuvo y leyó los dos nombres en la gran lápida del centro; y se quedó atónita.
DOROTHY ANNE SMITH
Querida madre
1894-1976
ROBERT RAYMOND SMITH
Querido padre
1892-1977
Norma se quedó boquiabierta. ¿Raymond? ¡No tenía ni idea de que el esposo de Dorothy se llamaba Raymond! De repente, aquel pequeño rayo de esperanza que casi se había apagado se reavivó de nuevo, y ella sonrió y se quedó allí contemplando el cielo azul. Y además hacía un día muy bonito.
El domingo siguiente, también por alguna razón desconocida, Macky se levantó y le dijo a Norma:
– Creo que hoy iré a la iglesia contigo a ver de qué va todo eso.
Norma no sabía a qué se debía ese cambio de actitud, pero se alegró mucho de que Macky hubiera escogido ese día para ir, porque el texto del sermón de Susie fue:
Vive más fe en la duda sincera,
créeme, que en la mitad de los credos.
Alfred, lord Tennyson
Y todos dijeron que era el mejor que había pronunciado jamás.
¡Adoptar las costumbres de los nativos!
El que Macky fuera a la iglesia fue una sorpresa, pero quizás el episodio más sorprendente tuvo lugar en mayo, en la primavera siguiente.
Verbena cogió el teléfono y llamó a Ruby.
– No te creerás lo que le ha pasado a la pobre Tot.
– Oh, Señor, ¿ahora, qué? -dijo Ruby sentándose para oír la mala noticia.
– Acabo de saber de ella… Agárrate… ¡Tot ha adoptado las costumbres de los nativos!
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