– ¿Sigue ahí?
– Oh, sí. -Elner hizo un gesto con la cabeza en dirección al hombre cubierto por el mantel rojiblanco-. Polly será retrasada, pero dispara bien, justo es decirlo. Le ha dado entre los ojos.
– ¿Qué?
– Ahí tienes a tu jornalero -dijo Elner.
Louise miró hacia el cuerpo tapado.
– Oh, Dios mío, ¿está muerto?
– Eso, seguro. Supongo que él la apuntaría con el arma y ella de algún modo se la quitaría. -Elner señaló una pistola que había sobre la mesa, a su lado-. La he encontrado en el suelo, junto al fregadero.
Louise miró al arma y se quedó boquiabierta.
– ¡Elner, esta arma es mía! ¿Crees que se ha disparado él solo?
– No es muy probable que se disparara entre los ojos, arrojara el arma al otro lado de la cocina y luego se pusiera el cubo en la cabeza.
– Entonces ¿quién ha disparado? -preguntó Louise.
– Diría, sin temor a equivocarme, que ha sido Polly.
– Pero, Elner… ¿Cómo se ha hecho con el arma?
– No lo sé. ¿Dónde la guardabas?
Louise se precipitó a la puerta de la despensa.
– Aquí. -Cuando Louise abrió la puerta, vio que dentro había latas y tarros rotos desparramados por todo el suelo-. La tenía justo aquí, en el segundo estante, detrás de las judías -dijo señalando.
Elner se puso en pie, se acercó y observó el desorden.
– No sé, Louise, seguramente ha corrido hasta aquí tratando de escapar de él, ha derribado el estante, ha cogido la pistola y ha apretado el gatillo. Quizás ha pensado que era de fulminantes. No sé.
– Oh, Dios mío. Hemos de llamar a la policía ahora mismo y decirle que alguien ha recibido un tiro.
Elner la miró y dijo:
– Podríamos hacer eso, pero esperemos un momento.
– Pero ¿y él?, quiero decir, ¿no debemos llamar enseguida?
– Oh, no te preocupes por él, no irá a ninguna parte -aseguró Elner, y entró en la despensa con Louise, cerró la puerta a su espalda y dijo-: Escucha, Louise, he estado pensando. Alguien podría considerar que se trata de un homicidio por el hecho de que el disparo ha sido entre los ojos.
– ¡Homicidio! -exclamó Louise; luego bajó la voz y dijo-: Pero él ha intentado violarla. Ha sido defensa propia, un accidente. Polly no ha querido matarlo.
– Defensa propia o no, la policía hará un montón de preguntas, tal vez haya incluso un juicio, y saldrá todo en los periódicos. No querrás que la pobre Polly se vea arrastrada a todo eso, se moriría de miedo. Seguramente aún no entiende qué ha sucedido.
– Tienes razón, eso la aterrorizaría. -Louise empezó a retorcerse las manos enérgicamente-. Ya sé: ¡diré que he sido yo! He entrado, y al ver lo que él intentaba hacer, le he pegado un tiro.
– Louise, cariño, piensa. Encima no hay testigos -razonó Elner-. He visto esa clase de cosas en Perry Mason; y si algo sale mal, ¿quién se ocupará de Polly el resto de su vida? No querrás que acabe en ese espantoso hospicio público, ¿verdad? ¿Recuerdas cuando fuimos por allí? ¿Lo horrible que era?
– Sí, era horrible, y le prometí que nunca tendría que ir a un sitio así.
– ¿Y todo lo que has tenido que pasar para tenerla en casa? Temo que si descubren que fue ella quien disparó sobre el hombre, te la quiten y la ingresen ahí para siempre.
Louise se echó a llorar.
– Estoy muy confusa. No sé qué hacer.
Elner abrió un poco la puerta y observó un instante el gran bulto que había debajo del mantel a cuadros rojos y blancos; luego cerró y se dirigió a su amiga:
– Mira, Louise, normalmente digo que todo el mundo merece un entierro digno, pero un hombre que intenta violar a una niña un poco retrasada, bueno, esto es otro cantar.
– Oh, Elner. No tengo ni idea de qué hacer.
– Ya lo sé, Louise, ahora escúchame. Sólo nosotras sabemos lo que ha pasado, y Polly no va a decir nada. A propósito: ¿quién es?
– Oh, por lo que sé, un simple trotamundos que buscaba trabajo. Ignoro incluso su apellido.
Elner lo miró otra vez. Concluyó:
– Bien, no parece un padre de familia ni que nadie lo vaya a echar en falta, y quién sabe si no hizo esto mismo antes o hubiera podido hacérselo en el futuro a cualquier otra chica.
– ¿Qué estás diciendo? -preguntó Louise. Elner cerró la puerta. Veinte minutos después, las dos mujeres salían de la despensa con un plan.
En cuanto se puso el sol y Polly estuvo profundamente dormida, pasaron a la acción.
Unos diez minutos más tarde, Louise volvía a la cocina con todas las cosas del hombre en una talega.
– ¿Lo has cogido todo? -preguntó Elner.
– Sí.
Entonces Elner se acercó, se inclinó y agarró al hombre de los brazos. Lo levantó apoyándolo en la encimera y luego se lo echó al hombro.
– Abre la puerta, Louise.
– ¿Puedes llevarlo tú sola? ¿No quieres que te ayude?
– Cariño, soy una granjera grande y fuerte; abre la puerta…, y trae la pala.
Louise miró hacia la mesa.
– ¿Enterramos también la pistola con él?
– Pero qué dices. Si alguien lo encuentra, mejor que no esté el arma. Déjala ahí, ya me desharé de ella más tarde.
Después de arrojar Elner al hombre en la parte de atrás de su camioneta y conducirlo a cierta distancia, donde ya terminaba el terreno de Louise, las dos mujeres se apearon y cavaron el agujero. Cuando hubieron acabado, Elner lo tiró adentro de lado, y volvieron a llenar el hoyo de tierra.
– ¿Y si nos descubren? -inquirió Louise, nerviosa-. ¿Y si aparece alguien preguntando por él?
– Si alguien pregunta, dices simplemente que se marchó. No hace falta especificar que con los pies por delante.
Mientras regresaban a la granja, Elner dijo:
– Prométeme sólo una cosa, Louise.
– ¿El qué?
– Que en adelante tendrás cuidado a la hora de contratar a alguien. A veces la gente se comporta bien, pero nunca se sabe.
Tal como solía decir Will, el esposo de Elner, «piensa lo que quieras, pero algunos días la suerte está de tu lado».
Al hallarse la granja de los Franks tan aislada en el campo, nadie oyó el disparo salvo algunos hombres que cazaban codornices a unos tres kilómetros de distancia. Pensaron que eran otros cazadores. Tampoco nadie preguntó por el jornalero, cuyo error fatal fue intentar arrastrar a Polly al dormitorio. Polly acaso fuera retrasada, pero ese día tenía muy claro que su madre le había dicho que no saliera nunca de la cocina si se hallaba sola, y no lo hizo. Por muy fuerte que tirara el hombre de ella, no iría. Había sido una suerte tremenda que, en el forcejeo en la despensa, el arma cayera justo a su lado. La pobre Polly no sabía la diferencia entre una pistola de fulminantes Roy Rogers y un arma de verdad, y apretó el gatillo. Otro golpe de suerte: disparó sobre alguien que no era muy querido, a quien en realidad ni siquiera echaría nadie de menos.
Aquella misma noche, después de ayudar a Louise a limpiar y ordenar un poco todo, Elner se llevó el arma a casa y la escondió en el gallinero. Pensó que si alguna vez alguien encontraba el cadáver, llamaría a la policía y confesaría que había sido ella y les mostraría el arma homicida. No quería ir a la cárcel, pero si eso servía para que la pobre Polly se quedara en casa con su madre, lo haría. Ahora que era viuda, sólo tenía un gato, y supuso que Sonny podría arreglarse sin ella mucho mejor que Polly sin su madre. Unos años después, cuando Elner vendió la granja, metió la pistola en el bolso y la llevó consigo a la ciudad, por si acaso.
A Elner Shimfissle se le había enseñado que todo pasa por algún motivo. Naturalmente, no podía saber eso en su momento, pero las repercusiones de su caída de la higuera resultaron ser numerosas y variadas.
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