Alexandra Marínina
Morir por morir
04-Anastasia Kaménskaya
Guía de Personajes
Principales
Alexei Mijáilovich Chistiakov, o Liosa, Liósenka, Liosik, Lioska: novio de Anastasia de toda la vida.
Anastasia Pávlovna Kamenskaya, también llamada Nastia, Nastasia, Nastiusa, Stásenka, Nástenka, Nastiuja, Asenka, Asia, Aska: comandante de policía, criminóloga analista de la Dirección General del Interior del Ministerio del Interior de Rusia.
Galaktiónov Alexandr Vladímirovich, o Sasha el Whist: empleado bancario y estafador en ratos de ocio.
Grigori Ilich Voitóvich, o Grisa: difunto colaborador del instituto.
Igor Konstantínovich Suprún: alto cargo de cierto organismo muy secreto.
Igor Yevguényevich Lepioskin y Konstantín Mijáilovich Olshanski, o Kostia: jueces de instrucción.
Leonid Líkov: mecánico de automóviles y aspirante a chantajista.
Leonid Petróvich: padrastro de Nastia.
Mijaíl Dotsenko, o Misha, o Míshenka: compañero de Nastia.
Nadezhda Andréyevna Sitova, o Nadiusa: amante de Galaktiónov.
Nicolai Adámovich Tomilin: alto cargo ministerial.
Nicolai Nikoláyevich Aljimenko: director del instituto, un importante centro de investigaciones científicas.
Oleg Nikoláyevich Baklánov: fiscal del distrito municipal.
Olga Mijáilovna Krásnikova, u Olia: mujer de Pável Víctorovich Krásnikov, o Pasha, y madre de Dmitri, o Dima.
Pável Nikoláyevich Borozdín, Viacheslav Yegórovich gúsev, guennadi ivánovich lysakov, Valeri Iósefovich Jarlámov e Inna Litvínova Fiódorovna: científicos del instituto.
Vadim Boitsov: subordinado de Suprún.
Víctor Alexéyevich Gordéyev: alias el Buñuelo, jefe de Nastia, encabeza el Departamento de Crímenes Violentos Graves de la Policía Criminal de Moscú (PCM).
Vladímir Lártsev, o Volodya: compañero de Nastia retirado.
Yevguéniya, o Zhenia: mujer de Voitóvich.
Yula, o Gatito, o Yúlechka: joven amante de Inna.
Yuri Korotkov, o Yura, o Yurka: compañero de departamento de Nastia.
Olga Krásnikova estaba colérica y arrojó el auricular sobre la horquilla.
– ¿Otra vez? -preguntó su marido frunciendo el entrecejo.
Olga asintió con la cabeza en silencio. Desde hacía dos semanas un hombre les hacía la vida imposible. Les llamaba por teléfono y les amenazaba con contar a su hijo Dima que era adoptado, si los Krásnikov no le pagaban diez mil dólares.
– Bueno, Olia, tenemos que hablar con Dima. No podemos seguir ocultándole la verdad por más tiempo.
– ¡Pero qué dices! -exclamó Olga agitando las manos-. ¿Contarle la verdad? ¡No, nunca, ni hablar!
– Oye, ¿es que no lo entiendes? -dijo Pável Krásnikov, ahora ya seriamente enfadado-. No debemos ceder al chantaje. Si no, tendremos que cargar con ese muerto toda la vida. ¿De dónde vamos a sacar tanto dinero? ¿Y si luego no nos deja en paz y hay que seguir pagándole? Empezarán a desaparecer cosas del piso, tendremos que ahorrar en la comida, en las primeras necesidades. ¿Y cómo quieres que le expliquemos a nuestro hijo todo eso? Tarde o temprano, será preciso decirle la verdad.
Olga se dejó caer sobre la silla pesadamente y se echó a llorar.
– Pero… no sé, yo… Es que tiene esa edad… Tú mismo lo sabes, es una época difícil para él, le está cambiando el carácter. Aquella historia con los tejanos… ¿Cómo le sentará que se lo contemos precisamente ahora? Pasha, me da miedo. Quizá no haga falta decirle nada.
– Sí que hace falta -respondió Pável tajante-. Y voy a hacerlo ahora mismo.
Salió de la cocina con resolución y dejó sola a la mujer, que continuaba llorando.
Dima, su hijo de quince años, estaba en su cuarto haciendo los deberes. Alto, desgarbado, con el cuello largo y delgado, de niño, y zapatos del 44, parecía un avestruz. Desde siempre había sido un chico tranquilo y hogareño pero hete aquí la sorpresa, aquella historia tonta y que escapaba a cualquier explicación: los tejanos que había intentado robar en una tienda. Le pillaron al instante, las dependientas le agarraron del brazo y avisaron a la policía enseguida; en la comisaría levantaron el atestado y metieron al chaval en el calabozo. Olga y Pável actuaron de inmediato, pidieron prestado y contrataron a un abogado, quien sin pérdida de tiempo se encargó de buscar un modo de evitarle al niño, si no ser procesado por una causa penal, al menos el calabozo. Los padres se devanaron los sesos intentando comprender qué mosca le habría picado a su hijo, normalmente tranquilo, hogareño y obediente. El propio Dima se mostró incapaz de proporcionarles una explicación mínimamente coherente. Desde entonces habían pasado ya cuatro meses, y Dima Krásnikov se había vuelto más tranquilo todavía, más obediente, e incluso empezó a sacar mejores notas en el colegio. Se diría que ni él mismo comprendía cómo se le había ocurrido aquella locura…
Pável entró en el cuarto del hijo con paso decidido y se sentó en el diván.
– Tenemos que hablar de un asunto serio, Dmitri.
El chico levantó la vista de la libreta y miró al padre con temor.
– No creo que lo sepas, hijo, pero tu mamá y yo tenemos un problema -dijo Krásnikov.
– ¿Es… por aquellos téjanos? -preguntó Dima con timidez.
– No, hijo mío. Un hombre lleva dos semanas llamándonos para exigirnos dinero. Mucho dinero, diez mil dólares.
– ¿Por qué? -susurró Dima atónito-. ¿Acaso habéis cometido un crimen?
– Debería darte vergüenza, Dmitri -respondió Pável con gravedad-. No se te ocurra ni pensarlo. Se trata de otra cosa. ¿Recuerdas que tu abuelo Mijaíl, el padre de mamá, tenía un hermano, Borís Fiódorovich, que era mucho mayor que el abuelo y murió cuando tú no habías nacido aún?
– Sí, me lo habéis contado alguna vez. También he visto sus fotos en el álbum.
– ¿Sabes, además, que el tío Borís, o mejor dicho, el abuelo Borís, tenía una hija, Vera?
– Sí, mamá me ha hablado de ella, me ha contado que también murió hace mucho tiempo.
– Bien, pues lo que ocurrió es que murió dando a luz a un niño. Le pusieron Dima.
– ¿Igual que a mí? -dijo el muchacho sorprendido.
– No igual que a ti. Precisamente a ti.
Dima arrugó la frente y clavó la vista en el libro de física que tenía abierto.
– No lo entiendo -articuló al final con un hilo de voz, sin mirar al padre.
– Tu madre murió, hijo mío -le explicó Pável con suavidad-. Te adoptamos. Ha llegado el momento de contártelo.
Dima volvió a sumirse en un prolongado silencio esforzándose por asimilar lo que acababa de oír y eludiendo la mirada de Pável. El silencio empezaba a llenarse de angustia, pero a Krasnikov padre no se le ocurría nada para romperlo sin causarle al niño un dolor aún más grande.
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