Alexandra Marínina - Morir por morir
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Yura respiró hondo y, tras una breve pausa, explicó:
– En primer lugar, así lo creyó el juez instructor Lepioskin, y yo compartí plenamente su opinión. Por ese motivo también convencí a Kaménskaya…
– ¿Qué pasa? ¿Acaso Kaménskaya no es capaz de pensar por cuenta propia? Vale, continúa.
– Creíamos haber identificado a todos los que tenían algo que contar sobre Galaktiónov. Las informaciones que nos han proporcionado se repiten constantemente, hay coincidencias en las declaraciones, se citan siempre los mismos hechos, nombres, apellidos, direcciones. Todas las hipótesis formuladas a partir de los datos recabados están siendo verificadas al tiempo que se están proponiendo otras nuevas. Pero ayer recibimos una nueva información que nos hace pensar que no todos los conocidos de Galaktiónov están incluidos en nuestra lista, y que el interfecto desarrollaba ciertas actividades de las que ninguno de los interrogados tiene la más remota idea. ¿Por qué no nos enteramos antes? No tengo respuesta a esta pregunta, Víctor Alexéyevich. Lo único que tengo son conjeturas que de momento preferiría no mencionar para no molestar a nadie con reproches que aún carecen de fundamento.
Gordéyev levantó la vista de la hoja de papel, sobre la que había estado dibujando algo pensativo, mientras escuchaba a los agentes operativos, y miró a Nastia con aire interrogativo. «¿Estás al corriente? ¿De qué me habla?», le preguntó con la mirada. Nastia inclinó la cabeza de forma apenas perceptible: «Todo es correcto, si quiere más detalles, luego se los daré».
– Me parece bien que no quieras molestar a nadie, en eso tienes razón -sentenció Víctor Alexéyevich asintiendo con la redonda y calva cabeza-. Pero, por otro lado, me parecería mucho mejor que fueras al grano. ¿Cómo piensas actuar a partir de ahora? ¿Cómo te propones averiguar cuáles son esas misteriosas actividades de Galaktiónov?
– En primer lugar, quiero volver a analizar escrupulosamente todas las declaraciones que hemos recogido, con el fin de tratar de encontrar defectos en el modo de conducir los interrogatorios.
– Dicho de otra forma, quieres comprobar si la gente que ya os ha llamado la atención puede contaros algo más. Quieres cerciorarte de que entre esa gente hay alguien que se está callando algo a propósito. ¿He traducido correctamente tu discurso al lenguaje de los humanos?
– Así es, camarada coronel. No tenemos posibilidad de seguir ampliando el número de interrogados hasta el infinito para buscar a alguien dispuesto a contarnos lo que nos interesa a la primera. Considero que debemos seguir el procedimiento de intensificación y procurar aprovechar al máximo a los testigos que ya hemos identificado.
– Ya.
Los ojos del Buñuelo recorrieron, fríos y sin parpadear, uno a uno, los rostros de todos los presentes.
– Nuestro estimado colega, Korotkov, ha decidido brindarnos un curso intensivo de alfabetización, con tal de camuflar sus fracasos bajo las brumas verbales. Pero mucho más triste me parece el hecho de que en todos esos años trabajando en el departamento todavía no haya llegado a asimilar la idea de que nadie debe avergonzarse de reconocer sus fracasos. Como tampoco debe avergonzarse de sus errores. Puede resultar desagradable pero de ninguna de las maneras, vergonzoso. Es más, reconocer un error o fracaso a tiempo permite rectificar y salvar la situación, mientras que, cuanto más largo sea el retraso, menos posibilidades hay de salvar nada. Os lo he dicho millones de veces. ¿O no?
Su mirada volvió a posarse en cada uno de los presentes.
– Sigamos trabajando -dijo el Buñuelo en tono inesperadamente reconciliador-. Todos los que se ocupan del caso de Galaktiónov se quedarán aquí después de la reunión.
Nastia dejó escapar un suspiro de alivio. Le daba muchísima pena Yura Korotkov, que voluntariamente había asumido el papel de cabeza de turco, pero sus cálculos habían demostrado ser correctos. El Buñuelo se había visto obligado a calentarles las orejas, cosa que era justa en todos los sentidos, aunque, por supuesto, cómo iban a saber que a Lepioskin no se le podía dejar a solas con los testigos del sexo femenino. Y, por si fuera poco, tampoco podían fiarse de lo que estaba escrito en los protocolos de los interrogatorios de esas testigos. Ya a finales de la primera semana de trabajo conjunto Nastia notó que había algo raro en Igor Lepioskin, pero se calló pensando que alguien que llevaba casi veinte años dedicándose a la instrucción debía tener suficiente oficio para no contaminar de valoraciones y emociones subjetivas los hechos y las pruebas de las causas penales. Además, el propio Gordéyev solía mostrarse muy molesto cuando sus detectives se quejaban de los jueces de instrucción. «Si no conseguís entenderos con un juez instructor, como agentes operativos no valéis nada», no se cansaba de repetirles. Además de Nastia y Korotkov, también Misha Dotsenko trabajaba en el asesinato de Galaktiónov. Entre los tres interrogaron a todos los testigos que pudieron, simultaneando mal que bien esta investigación con una decena larga de otros casos. Los otros testigos fueron interrogados por Lepioskin. Y aquí estaban los resultados… En una palabra, se amilanaron, no se atrevieron a hacerse valer, y al final Gordéyev les echó el rapapolvo merecidamente. Pero lo más importante era que en media hora habían conseguido inventarse un guión que, una vez interpretado en la reunión operativa, hizo que el jefe, de repente, viese la luz. No fue una casualidad que al principio les pusiese tibios, les leyese la cartilla y luego, de sopetón, sin previo aviso, cambiase de actitud y abordase otro asunto del orden del día, como si nunca hubiera dicho una palabra sobre Korotkov y sus fracasos. No fue una casualidad que ordenase a Nastia, Korotkov y Dotsenko quedarse después de la reunión. Esto significaba que también él se había acordado de Lepioskin y había comprendido que sus chicos no tenían la culpa de nada. Sus chicos no entraban ni salían en la asignación de los jueces de instrucción. En cambio, él, como jefe, sí había patinado. Debió haberse acordado a tiempo de cómo era Igor Yevguényevich Lepioskin, y dar a sus subordinados instrucciones oportunas, sin esperar a que se hicieran pupa, acumulando sus propias y penosas experiencias.
Cuando la puerta se cerró detrás del último de los agentes operativos que salían del despacho de Gordéyev, éste levantó bruscamente la cabeza y clavó la mirada en Korotkov.
– ¿Qué clase de parvulario me habéis organizado aquí? ¿Por qué no habéis venido a verme enseguida? ¿Por qué no me habéis dicho que Lepioskin os está aguando la fiesta?
– Víctor Alexéyevich, pero si a usted no le gusta que le vengamos con quejas. ¿Cuántas veces nos ha pegado la bronca porque nos quejábamos de un juez? Usted mismo nos ha machacado hasta la saciedad que el juez instructor es el número uno, que no somos más que sus recaderos, y que dejemos los hobbies para las horas libres, para después de la jornada laboral -dijo Nastia sentándose en su sillón favorito, situado en un rincón del despacho.
– ¡Qué más da lo que os he machacado! -gruñó el Buñuelo-. A lo mejor lo decía en broma. Así que, chicos, para resumir, os he fallado, he pasado por alto a Lepioskin. Hace siglos que le conozco, apenas lleva dos meses en la Fiscalía Municipal pero antes de esto ha pasado muchos años en las de distrito y de provincia. Gracias a Dios, hasta ahora no habéis tenido ocasión de conocerle, llevaba casos de delitos económicos. Cuando me dijeron que habían dado el asesinato de Galaktiónov al juez de instrucción Lepioskin, debí haberos avisado enseguida de que teníais que interrogar a las mujeres vosotros; si no, nunca llegaríais a ninguna parte. No lo hice y reconozco mi culpa. Sobre esta cuestión, no tengo nada más que deciros. Ahora, otra cosa. Hoy me ha llamado Konstantín Mijáilovich Olshanski para pedirme un favor un poco raro. Necesita ciertos datos del caso de Galaktiónov. Su eminencia Lepioskin, naturalmente, ha denegado su petición. Bueno, está en pleno derecho para hacerlo, el secreto del sumario es sagrado. En un principio, Kostia podría obtener esos datos por cuenta propia pero le llevará cien veces más tiempo que a vosotros tres junto con Lepioskin. Os explico de qué va todo esto: Olshanski lleva un caso de descubrimiento y revelación del secreto de adopción. Un tal Líkov intentaba conseguir dinero presionando a unos padres adoptivos con amenazas de divulgar el mencionado secreto. Cuando, sin mucha dificultad, le echaron el guante, Líkov declaró que había obtenido dicha información de Galaktiónov, recién asesinado. La pregunta del millón es: ¿cómo llegó la información a las manos del propio Galaktiónov? Lamentablemente, ya no podremos hacérsela a él. De aquí que Kostia no tiene más que una solución: trabajarse a toda la gente del entorno del difunto para intentar encontrar el hilo que le conduzca hasta cierto individuo propenso a irse de la lengua. Si ahora Kostia se pone a torturar una vez más a los familiares, amigos y conocidos de Galaktiónov con nuevas preguntas, que además de distintas les sonarán extrañas, invertirá una cantidad enorme de tiempo y fuerzas y, al final, lo único que conseguirá será alarmarlos sin necesidad. Lo tendría mucho más fácil si pudiera acceder a la lista de testigos y al resumen de sus declaraciones, pero Lepioskin se niega a dejarle ver el sumario. ¿Habéis entendido qué es lo que se os pide?
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