– Ah, ésa. Seguro que es una actriz.
– A mí no me parece una actriz, podría ser una parienta, ¿no?
– ¿Parienta? ¿De quién? -Preguntó Norma.
– De la gente del buscapersonas. Podría ser un miembro de la familia ¿verdad?
– Supongo, tía Elner. A propósito de esto, he venido a hablar contigo de algo; quiero que me escuches bien y no me interrumpas.
«Ay, ay», pensó Elner. Por el tono de Norma, supo que, dijera lo que dijese, no sería algo agradable de oír.
Macky se encontraba en la cocina masticando los bastoncitos de apio y queso al pimiento que Norma le había preparado para que pudiera aguantar hasta la hora de la cena, cuando ella llegó de la casa de Elner.
Él la miró.
– ¿Qué ha dicho?
Norma suspiró, dejó el bolso en la encimera y se lavó las manos.
– Exactamente lo que tú has dicho que diría. Que no va.
– No puedes obligarla, Norma. Todo el mundo quiere ser independiente el máximo tiempo posible. Seguro que cuando llegue el momento…
Norma le interrumpió.
– ¿Cuando llegue el momento? Macky, si te caes de un árbol y pierdes el conocimiento y luego crees que has visto a Ginger Rogers y ardillas anaranjadas con lunares blancos y después te escapas a Dollywood, yo diría que ha llegado el momento, ¿no?
– Ya, pero creo que para ella ir a un lugar así sería terrible -reflexionó Macky.
– Bueno, no veo qué tienen de terrible las instituciones de asistencia. Personalmente, me muero de ganas de que alguien me cuide. Si pudiera, iría enseguida. Comprendo perfectamente por qué las personas quieren ser estrellas de cine; ha de ser agradable tener gente que se desviva por ti satisfaciendo tus caprichos, no te digo más.
– No irías. Te fastidiaría demasiado no poder encargarte de todo.
– No es cierto, y en todo caso, ¿qué sabes tú de eso? A ti te han cuidado toda la vida. Primero tu madre, luego yo. No pierdes ninguna oportunidad que se te presente. Pues que te quede claro, Macky, sólo estoy a un paso de coger una habitación ahí en Los acres felices para siempre, y entonces tú y la tía Elner podréis ser independientes todo el tiempo que queráis.
– Quizá lo llamen institución de asistencia, pero sigue siendo una residencia de viejos, aunque le pongan un nombre más bonito -dijo Macky.
– ¿Pasa algo con las residencias de viejos? Ella es vieja. Lo que no sabremos nunca, gracias a mamá, es la edad que tiene.
10h 48m de la tarde
Winston Sprague por fin se había caído de su pedestal; no lo había tirado una persona, sino un zapato. El abogado miraba fijamente el zapato de golf que ahora guardaba debajo de la cama, y cavilaba sobre la misma pregunta que lo había atormentado las últimas semanas: «¿Cómo demonios sabía ella que eso estaba ahí?» Franklin Pixton estaba seguro de que había una explicación lógica, pero Winston no lo tenía tan claro e investigó un poco por su cuenta. Tras pasar varias horas mirando en los archivos del hospital, descubrió que, en otro tiempo, antes de que se construyera el edificio nuevo y la unidad de traumatología, también había habido una pista de aterrizaje para helicópteros. Buscó en los datos microfilmados y averiguó que, entre los años 1963 y 1986, en el viejo hospital habían ingresado novecientos ochenta pacientes con ataques cardíacos.
Trescientos ocho habían llegado directamente de los muchos campos de golf de la zona, entre ellos seis casos de hombres alcanzados por un rayo mientras jugaban.
Así, era perfectamente posible que, con las prisas por sacarlos del helicóptero y pasarlos a una camilla, alguno de los trescientos ocho perdiera un zapato. De todos modos…, seguía teniendo la misma duda: «¿Cómo es que la anciana lo vio?»
11h 14m de la mañana
El día después de que Elner se negara a ir a la residencia de ancianos, Norma efectuó una llamada telefónica a su médico de cabecera. Quizá Tot acertaba al tomar tranquilizantes.
– Doctor Hailing -dijo-. Lo llamaba por si me podía recetar algo para el estrés.
– ¿Estrés?
– Sí, hace unos meses tuve rosácea, y el dermatólogo me dijo que se debía al estrés.
– Entiendo. Bueno, ¿por qué no viene para que la examine?
– Ahora mismo mejor que no. Estoy muy nerviosa. Si me pasa algo grave de veras, no quiero saberlo -explicó Norma.
– Entiendo, pero venga de todas maneras, hablemos de ello al menos.
El doctor Hailing conocía bien a Norma, y sabía que no conseguiría hacerla ir a la consulta si la amenazaba con alguna prueba. Era la persona más hipocondríaca que había conocido en todos sus años de profesión.
Al día siguiente, Norma estaba sentada en la consulta del doctor Hailing lo más lejos posible de éste. Aunque él le había prometido que no le haría ninguna prueba, ella seguía estando nerviosa.
La miró por encima de las gafas.
– Bien, aparte de la rosácea y de que se le cae el pelo, ¿presenta algún otro síntoma?
– No.
– ¿Sigue andando treinta minutos cada día? -preguntó el doctor.
– Sí, bueno, lo intento. Solía ir al centro comercial y caminar dos veces a la semana con Irene Goodnight y Susie, mi pastora, pero hace tiempo que no vamos.
– Entiendo. Bueno, pues tiene que hacerlo. ¿Cómo es un día habitual para usted?
– Oh, nada especial -admitió Norma-. Limpio la casa, hago la colada, visito a amigas.
– ¿Y actividades fuera de casa?
– ¿Aparte de la Iglesia y «Personas que cuidan la línea»? La verdad es que no.
– ¿Aficiones?
– Pues no. Aparte de cocinar, llevar la casa y tratar de cuidar a la tía Elner, desde luego.
– Bien, voy a recetarle algo que la ayudará a dormir, pero creo que su problema principal es que tiene demasiado tiempo libre, demasiado tiempo para preocuparse. ¿Ha pensado alguna vez en trabajar?
– ¿Trabajar? -se alarmó Norma.
– Sí. ¿Ha trabajado alguna vez? -insistió el doctor.
– No, fuera de casa no. Un día trabajé como azafata en la casa de tortitas, pero no me gustaba nada y me fui.
– Ya veo. Bueno, creo que debería pensar en tener un empleo. Quizás uno a tiempo parcial.
– ¿Un empleo? ¿A mi edad? ¿Qué clase de empleo?
– Oh, no sé. Algo en lo que pueda pasárselo bien. ¿Qué le gusta hacer?
Mientras se dirigía al aparcamiento, Norma no paraba de pensar en lo mismo. «¿Qué me gusta hacer? ¿Qué me gusta hacer?» Hubo un tiempo en que se planteó abrir su propia tienda de cosméticos Merle Norman. Pero sólo porque tenía miedo de que cambiaran la fórmula original de la crema limpiadora. Cuando llegó al coche, miró y leyó la pegatina que llevaba en el guardabarros trasero: «Freno por las casas en exposición.» Y se le encendió la lucecita. ¡Propiedad inmobiliaria! Esto es lo que le gustaba. Todos los fines de semana, Irene Goodnight y ella iban a todas las casas que se exponían. Y no se perdía nunca Buscadores de casas, en el canal Casa y Jardín. Su amiga Beverly Cortwright incluso había llegado a proponerle que trabajara con ella en el negocio inmobiliario.
Norma estaba entusiasmada por primera vez desde que Linda regresara de China con su pequeña.
Cruzó la ciudad, aparcó frente a la oficina de Beverly y entró.
Beverly salía cargada de folletos publicitarios.
– Hola, Norma, ¿qué tal estás?
– Bien. Escucha, ¿hablabas en serio cuando decías lo de dedicarme al asunto inmobiliario?
– Pues claro. ¿Por qué? -dijo Beverly.
– Porque he estado pensando en ello.
– Vale, pues siéntate y hablemos.
El Club de la Puesta de Sol
9h 2m de la tarde
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