Fannie Flagg - Me Muero Por Ir Al Cielo

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Fannie Flagg, autora y guionista de la inolvidable Tomates verdes fritos, nos vuelve a llevar a los cálidos paisajes de Misuri para deleitarnos con las sorprendentes y prodigiosas experiencias de una octogenaria llena de vida, que hacen que una ciudad entera cavile sobre la vieja cuestión: ¿Por qué estamos aquí?
Elner Shimfissle sabe que no debe hacerlo, pero ha vuelto a subirse a la escalera para coger higos de su árbol. Esta vez es atacada por un enjambre de avispas y cae al suelo, y la siguiente cosa que sabe es que ha emprendido una aventura que jamás habría imaginado, en la que vivirá los encuentros más extraordinarios. Pero las mayores sorpresas las vivirán sus parientes, vecinos y amigos, una panda de personajes tan variopintos como entrañables. A medida que va desplegando esta comedia de enredo, cada una de las personas cercanas a Elner va descubriendo algo maravilloso, y lo mismo le sucede al lector.

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– O sea, que no vas a decirme nada del arma -dijo Macky.

– Si pudiera lo haría, cariño.

– Muy bien, entonces dime que no has hecho nada que no debieras, que no has disparado sobre nadie, ¿vale?

Ella rompió a reír.

– Qué cosas tienes. Santo cielo.

– Bueno, viniera de donde viniera, ahora está bien lejos. Tiré la maldita cosa esa al río. Antes no me preocupaba mucho por lo que pudiera pasarte. Pero te quiero demasiado para correr el riesgo de que te lastimes o de que entre alguien, encuentre eso y te pegue un tiro.

Elner parecía apesadumbrada.

– ¿En qué lugar del río?

– Da igual dónde, sólo prométeme que a partir de ahora te vas a mantener alejada de las armas.

– De acuerdo. Lo prometo -se resignó Elner.

Macky se sentía mal por haberse mostrado severo con ella, así que se acercó y le dio un beso.

– Muy bien, pues, olvidemos el asunto, ¿vale?

– Vale.

– Tengo que ir a trabajar. Te quiero.

– Yo también te quiero -dijo ella.

Ese día, Elner aprendió una lección que pocas personas en el mundo tenían el privilegio de asimilar de primera mano y después de los hechos. Cuando estás muerto, la gente te lo registra todo, así que si tienes algo que no quieres que encuentre nadie, ¡mejor deshazte de ello antes!

A Elner le fastidiaba no poder decirle a Macky lo que él quería saber, pero desde luego nunca había robado nada ni había matado a nadie. De acuerdo, quizás era culpable de ocultar pruebas a la policía, pero al cuerno. Además, algunas personas necesitan matar sin más. Se acordaba de cuando su esposo, Will, había tenido que matar a un zorro rabioso. Esto no alegra a nadie, te fastidia hacerlo, pero has de proteger tus gallinas, y puedes decir que ha sido en defensa propia hasta cansarte, pero a veces simplemente no funciona. De vez en cuando se preguntaba si lo volvería a hacer. Y la respuesta era siempre que sí, o sea que tenía la conciencia tranquila. Además, Raymond no había dicho una palabra al respecto, así que suponía que, en este punto, ella en casa estaba a salvo de las críticas.

Salón de belleza

8h 45m de la mañana

Cuando las cosas se calmaron un poco, Norma pudo volver a la regularidad de sus costumbres, y el miércoles por la mañana volvía a estar sentada en la silla del salón de belleza con su pelo hecho un moño y escuchando a Tot decir las mismas cosas que había estado diciendo una y otra vez durante los últimos veinte años.

– En serio, Norma, estoy hasta la coronilla de esos quejicas que dicen que la sociedad los convierte en delincuentes. Cuentos. Ser pobre no es excusa para robar a la gente. Yo era pobre, caray, y salí adelante sin ayuda de nadie; tú sabes de dónde vengo, Norma, de lo más bajo, y nunca me has visto ir a robar a nadie…, ya no hay vergüenza. Vienen y te cuentan tan tranquilos las trampas que hacen en su declaración de la renta, ¡y se sienten orgullosos de ello! Y cuando esos que saquean salen en la tele, sólo sonríen y saludan a la cámara. Y si les pillan, consiguen un abogado gratis, y esos asistentes sociales veletas dicen que son víctimas de la sociedad, buaaa, y no son responsables de su conducta. Y no me digas que no hay empleos. El que quiere trabajar trabaja. Dwayne Jr. dice que eso de trabajar no es para él. Se queda en casa cobrando la prestación mientras su hermana y yo nos deslomamos. Hasta su inútil y patético padre trabajaba. De acuerdo, sólo entre borracheras, pero al menos hacía un esfuerzo. -Tot dio una calada a su Pall Mall sin filtro-. Pobre James, a pesar de que me sacaba de quicio, me supo mal que acabara de aquel modo. La ultima vez que Darlene y yo supimos de él estaba viviendo en una especie de albergue para vagabundos. Murió un par de meses después en el salón, viendo reposiciones y concursos en la televisión. Concretamente El precio justo. Tuvo un mal principio y un mal final. No era el príncipe Carlos pero sí un ser humano, supongo, y para nada un quejica. Estoy muy harta de todos estos que se lamentan y refunfuñan continuamente sobre cosas ya pasadas, y reza a Dios si resulta que eres blanco, dices algo y enseguida alguien te salta a la yugular llamándote racista. La gente se ha vuelto tan susceptible, que hay que andar de puntillas todo el rato. Los partidarios de la corrección política acechan en cada esquina dispuestos a abalanzarse sobre uno… Un día nos harán cantar Sueño con una Navidad multicolor. En serio, me da miedo abrir la boca y expresar una opinión sincera.

«Ah, ojalá fuera verdad eso», pensó Norma mientras Tot proseguía con su diatriba semanal.

– Como aquella vez -continuó a modo de ejemplo- que una chica negra entró aquí buscando trabajo. Norma, tú sabes que no necesito a nadie, apenas me alcanza para pagarle a Darlene, y se lo dije, además con amabilidad, ¡e inmediatamente se puso a llamarme no sólo racista sino homófoba! ¿Cómo iba yo a saber que no era ella sino él? Recuerdo que cuando comenzó esta estupidez, todos los que tenían en casa una estatua de un jockey negro tuvieron que pintarla de blanco, ¿te acuerdas? -Norma asintió. Su madre se negó a pintar su jockey, y alguien le rompió la cabeza a la estatua. Tot continuó-. Si no pertenezco a una minoría, no es mi culpa. ¿Y qué pasa con mis derechos? No veo a nadie que me defienda. Pago mis impuestos y no espero que nadie se ocupe de mí. ¿Acaso me quejo?

«Todas las semanas», pensó Norma, pero no lo dijo.

– Total, que lo único que oyes en la televisión es lo malos que son los blancos. Sinceramente, Norma, no sé si soy racista o no. Espero que no, pero no sé porqué me molesto en preocuparme. Dicen que, en cualquier caso, en los próximos cinco años todos hablaremos español. Antes era blanco y negro, pero ahora parece que el mundo entero se ha vuelto de una especie de color marrón. A propósito, ¿has visto la bañera Madonna que la familia López tiene en el patio delantero?

– No. ¿Qué es una bañera Madonna?

Tot se puso a reír.

– Cogieron una vieja bañera con patas, la pusieron de lado y la enterraron en el suelo hasta la mitad. Luego pintaron el interior de azul y metieron una estatua de la Santísima Virgen.

Norma sintió vergüenza ajena.

– Oh, Dios mío, ¿en el patio?

– Sí -dijo Tot, que dio otra calada al cigarrillo-. Pero es bastante bonita, la verdad. Estos mexicanos tienen dotes artísticas, no sé, hay que reconocerlo. Su patio está como los chorros del oro.

Aquella tarde Norma pensó que tal vez Tot tenía razón. En el sureño Misuri las cosas estaban cambiando. Donde solía haber sobre todo suecos y alemanes, ahora llegaban cada vez más nacionalidades. Por la mañana, en el porche de la tía Elner, de la radio a todo volumen salía música mexicana al patio. La tía había sintonizado una nueva emisora en español de Poplar Springs.

– ¿Cómo es que escuchas esto?

– ¿El qué? -preguntó la tía.

– La emisora en español.

– ¿Ah, es esto? No estaba segura, pensaba que quizás era polaco.

– No, cariño, es español.

– Bueno, sea lo que sea, me gusta. No sé lo que dicen, pero la música es realmente jovial y alegre, ¿no crees?

Gracias de parte de Cathy

2h 18m de la tarde

El enfermero que había informado a Gus Shimmer sobre el posible pleito contra el hospital se mostró muy decepcionado cuando éste le hizo saber que la sobrina de la señora no presentaría ninguna demanda. Esperaba sacar tajada del asunto. Pero se le ocurrió otro modo de capitalizar su información. Cogió el teléfono y llamó a un tabloide que pagaba por historias fuera de lo corriente, y él tenía una.

Aquella tarde, Norma entró corriendo en el supermercado Piggly Wiggly a comprar algunas cosas que quería llevar a casa de la tía Elner para la cena de Pascua, y cuando estaba ya en la caja echó un vistazo y vio el titular de portada.

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