Eric Frattini - El Laberinto de Agua
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- Название:El Laberinto de Agua
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Sobre las cinco de la tarde, el Pontífice salió hacia el palacio Apostólico para celebrar la audiencia general semanal en la plaza.
Ésta comenzó puntualmente. Miles de personas se apiñaban en el círculo formado por la columnata de Bernini: doscientas sesenta y cuatro columnas coronadas por ciento sesenta y dos estatuas de santos.
Un deslumbrante vehículo blanco con los distintivos vaticanos en los laterales salió por la Puerta de Bronce con el Papa a bordo. Le seguían de cerca el jefe de seguridad del Vaticano, dos agentes vestidos con traje azul, dos agentes de la Entidad y, delante de ellos, cuatro miembros del cuerpo de la Guardia Suiza. Un camino artificial de vallas indicaba el recorrido al papamóvil.
A las cinco y dieciocho de la tarde y mientras el Papa sujetaba a una niña, sonó el primer disparo. Con las manos aferradas a la barra del papamóvil, comenzó a tambalearse. La bala que había disparado el títere de Lienart le había perforado el estómago y abierto graves heridas en el intestino delgado, el colon y el intestino grueso. El Santo Padre sabía que estaba herido debido al dolor insoportable que sufría en el estómago; mientras, intentaba con las manos detener la sangre que brotaba a borbotones por el pequeño orificio.
Sólo habían pasado unos segundos cuando sonó la segunda detonación. Esta vez la bala, dirigida a su pecho, le hirió misteriosamente la mano derecha. El conductor miró hacia atrás sin entender lo que había pasado, pero al volverse, su ayudante estaba ya sujetando la cabeza del Papa, que se había derrumbado en el asiento dejando bajo él un gran charco de sangre. Los miembros de su seguridad gritaban con las armas en la mano buscando al tirador, que había sido tragado por la multitud. Agca corrió en dirección al control de seguridad alejándose del lugar con el arma aún en la mano. En ese momento sintió cómo alguien le golpeaba las piernas haciéndolo caer. Era un agente de policía italiano que estaba en la plaza dando un paseo y que fue quien llevó a cabo la detención.
Varios agentes papales patearon y golpearon al magnicida turco antes de que fuera arrastrado hacia un camión celular, mientras el papamóvil se dirigía a toda velocidad hacia la Puerta de Bronce para que una ambulancia se hiciera cargo del Papa. Entre gritos, el vehículo se abría paso hacia la clínica Gemelli de Roma, la más próxima al Vaticano. Una vez en la zona quirúrgica de la novena planta, al Santo Padre se le cortó la sotana blanca dejando al descubierto una medalla de oro y una cruz manchadas de sangre. Curiosamente, la medalla estaba abollada debido al impacto de una de las balas. Según se dijo después, el proyectil le habría alcanzado el pecho de no ser por la medalla que desvió la bala y que en su recorrido afectó al dedo índice de la mano derecha del Papa.
Desde lo alto del Palacio Apostólico, el cardenal August Lienart observaba la escena impasible. Las primeras piezas del gran ajedrez habían sido movidas. Si aquel Papa campesino del Este moría en la mesa de operaciones, quizá habría llegado su momento de ocupar la Silla de Pedro. Desde ese mismo instante y como secretario de Estado Vaticano, Lienart sería el encargado de regir los destinos de la Santa Sede. El sonido del teléfono sacó a Lienart de sus pensamientos.
– Eminencia. Acaban de disparar contra Su Santidad -dijo la voz al otro lado de la línea.
– Todo está cumplido -respondió el secretario de Estado antes de colgar.
Venecia
Días después de los funerales por Sabine Hubert, Afdera decidió regresar a Venecia para reunirse con Max Kronauer y continuar con su investigación sobre el libro de Judas. Assal había conseguido localizar una valiosa información en los Archivos de Estado de la Serení sima.
– ¿Cuándo van a dar de alta a Sampson en el hospital de Aspen? -preguntó Afdera.
– He hablado con él y espera que se la den en un par de días. Entonces podrá volver. Me hubiera gustado ir a buscarle a Aspen, pero se ha negado.
– Bueno, ya sabes cómo es Sam, hermanita. Es demasiado suizo-alemán para verte llorar junto a él.
– Puede que tengas razón, pero jamás te perdonaré que lo hayas puesto en peligro. Espero que lo que haya descubierto en Aspen sea lo suficientemente importante como para que haya valido la pena haber arriesgado su vida.
– Si lo han intentado matar, estoy segura de que para ti y para mí ha valido la pena. Cuando Sam regrese a descansar a casa, podrá contarnos lo que ha descubierto. Le llamé ayer al hospital Aspen Valley y no quiso decirme nada. Me dijo que cuando estuviese en Venecia de vuelta hablaría con nosotras.
– Está muy misterioso.
– Tal vez haya descubierto algo importante de nuestro pasado.
– ¿A qué te refieres?
– Será mejor que esperemos a que vuelva Sam y nos lo cuente -dijo Afdera, dándole un beso en la cabeza a su hermana.
Las dos jóvenes se dirigieron, acompañadas de Max, a la biblioteca de la Ca' d'Oro, en la segunda planta del palacio. Assal se encaminó hacia una gran mesa en donde había extendido diversos documentos y fotografías.
– Acercaos, quiero enseñaros algo -les dijo Assal-. ¿Recuerdas que me pediste que buscase alguna pista del paso de soldados escandinavos por Venecia?
– Sí, ¿qué has descubierto?
– Pues descubrí una pista indirecta del paso de estas tropas. La verdad es que me tropecé con ella de una forma absolutamente casual. Cuando te lo cuente, vas a tener que agradecérmelo durante toda tu vida.
– ¿Quieres decírmelo ya?
– Siéntate y no te pongas nerviosa -ordenó Assal antes de comenzar con el relato de su descubrimiento-. Estuve rebuscando en los Archivos de la Serenísima. Silvia, la archivera, me debe muchos favores. Al principio no encontré nada, pero revisando la sección del archivo referente al siglo XVII, descubrí que uno de los cuatro leones que escoltan la entrada del Arsenale mostraba unas extrañas inscripciones. Fui a ver el león y copié algunos de los símbolos que aparecían en su lomo. Realmente no eran símbolos, sino letras…
– ¿En qué idioma estaba escrita esa inscripción?
– En rúnico, la escritura utilizada por los varegos. Después fui a la Biblioteca Marciana, al Palacio de los Dogos, y revisé la historia de ese león. Al parecer, esa figura protegía la entrada al puerto del Pireo, en Atenas. Fue traído a Venecia por Francesco Morosini, como trofeo de guerra, en 1692.
– ¿Y qué relación tiene ese león con los varegos que escoltaban al caballero cruzado Fratens? -interrumpió Max.
– Eres igual que mi hermana. Déjame que te lo explique. El león estaba a la entrada del puerto desde el siglo XI. Según parece, esa escultura era un símbolo para las tropas escandinavas que luchaban en Bizancio. Para ellos, el león era un símbolo de poder, fortaleza y lealtad. Puede que vuestros varegos, al pasar por el Pireo, dejaran grabado algún mensaje en lo que para ellos era o representaba el honor, el león que ahora se encuentra en el Arsenale.
– ¿Quieres decir que los soldados escandinavos del rey Luis de Francia que combatieron junto a él en la séptima cruzada dejaron un mensaje en ese león? -volvió a preguntar Kronauer.
– Así es. Lo que ellos no sabían es que ese león acabaría en Venecia siglos después. Lo más seguro es que grabasen un mensaje en el lomo de esa escultura para que quedase alguna pista sobre su paso y el del caballero cruzado por el Pireo.
– Kalamatiano me dijo que sus investigadores, Colaiani y Eolande, perdieron la pista histórica en Grecia, en el Pireo. ¡Puede que la clave siguiente fuese ese mensaje dejado por los varegos en el león del puerto del Pireo! -exclamó Afdera.
– ¿Por qué crees que se les ocurriría dejar un mensaje así en un león? Si se les ordenó proteger el documento de Eliezer, tal vez deberían haber evitado ese tipo de pistas -dijo Max.
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