– ¿Iban con un guía?
– ¡Claro! A nadie en su sano juicio se le ocurriría penetrar en las gargantas de Clark Peak sin un guía. Déjeme decirle algo: hace pocos años, un grupo de jóvenes entró en esa zona de bosques y se perdieron. Estuvimos nueve días buscándoles hasta que los encontramos, absolutamente desorientados y hambrientos. Si no se tiene experiencia, es mejor ir con un guía.
– Sí, pero John Huxley y Genoveva Brooks tenían experiencia en escalada de alta montaña -apuntó Sampson-. ¿No le parece extraño que fuesen unos campistas quienes diesen la alerta y no su guía?
– Sí, es cierto… Ahora que lo dice, recuerdo que aquello le llamó la atención al sheriff Bradlee, pero no sé por qué, no se investigó -afirmó Garrison.
– Tengo aquí una fotografía y necesito que me diga por qué se hizo -dijo el abogado, poniendo sobre la mesa la imagen de la cuerda.
– Viendo esta imagen lo más seguro es que al agente que llevó a cabo la investigación del accidente le llamara la atención el extremo de la cuerda.
– ¿Por qué es tan especial?
– Si se fija usted en el extremo, la cuerda aparece con pequeños hilos, todos ellos del mismo tamaño. Lo más seguro es que esa cuerda fuese cortada.
– ¿Y no pudo ser que se hubiese roto por el roce con la piedra?
– Se ve que usted no es escalador. Para que una cuerda sea aceptada para escalada debe antes haber sido homologada por organismos especializados. Por ejemplo, el alma y la camisa deben tener unas medidas de resistencia especiales.
– ¿Qué es eso?
– El alma es lo que va por dentro de la cuerda, es la responsable del ochenta y cinco por ciento de la resistencia. La camisa es lo que va por fuera, lo que vemos; sirve, sobre todo, para proteger el alma. Si usted mira con atención la imagen, verá que los flecos que quedan, tanto del alma como de la camisa, son del mismo tamaño; por tanto, lo más seguro es que haya sido cortada con algo afilado. Si, por el contrario, el corte hubiese sido provocado por el filo de una roca, los flecos serían desiguales. Como si hubiese sido deshilachada -aseguró el sheriff Garrison.
– ¿Podría haberse roto por sí sola?
– Sí, es posible, pero no creo que a sus clientes les sucediese eso. Sencillamente, porque las cuerdas que se rompen son siempre de montañeros jóvenes que vuelven a utilizar una vez tras otra las mismas cuerdas sin contar con la abrasión o el desgaste.
– ¿Podría el peso de dos personas haber provocado la rotura de la cuerda?
– Como le digo, todo es posible, aunque poco probable. Esa cuerda de la fotografía es dinámica, es decir, permite un estiramiento. Las estáticas o semiestáticas son cuerdas que no se recomiendan para la escalada.
– ¿Por qué? ¿Qué diferencia hay?
– Muy sencillo. Se lo explicaré: no sirven para asegurar a alguien que pueda caer desde un plano que se encuentre por encima del punto de aseguramiento, no pueden absorber la energía que se produce en una caída.
– ¿Cree que eso fue lo que les pasó a John Huxley y Genoveva Brooks?
– Es posible, aunque sin ver el informe del forense es difícil de asegurar.
– ¿Cree que alguien pudo cortar la cuerda de la que colgaban John y Genoveva?
– Es probable.
– ¿En qué porcentaje de probabilidad?
– En un noventa por ciento, tal vez un noventa y cinco.
– Veamos, mi pregunta es la siguiente: ¿por qué no se investigó como un posible homicidio y sí como un accidente?
– Le contaré algo, abogado. Hace veinte años, entre el Departamento de Policía de Aspen y el Departamento del Sheriff del condado de Pitkin éramos tan sólo veintidós agentes para una población estable cercana a los cuatro mil habitantes, más otros ocho mil en época de esquí. Por tanto, tocaba un agente por cada quinientos cuarenta y cinco habitantes. Los oficiales de policía de aquel entonces hacíamos de todo: desde reparar piernas rotas de excursionistas a poner multas de carretera por exceso de velocidad, regular el tráfico e incluso funcionábamos como policía antidisturbios los sábados por la noche para evitar el gamberrismo de los borrachos en ciudades separadas por decenas de kilómetros de carreteras llenas de nieve. Como ve, no es nada fácil investigar un hecho así.
– No estoy criticando a su departamento, pero sí me sorprende que a nadie se le pasara por la cabeza que, con estas sencillas pruebas, podría haber sido un homicidio en lugar de un accidente de montaña -afirmó Sampson algo molesto.
– No había tiempo ni personal para investigar.
– ¿Podría hablar con el sheriff Bradlee?
– Lo dudo. Murió hace siete años.
– ¿Y con algún agente que acudiese al lugar del supuesto accidente?
– No queda nadie más que yo de aquella época.
– ¿Quién era el guía de John Huxley y Genoveva Brooks?
– No lo sé. Nunca se le interrogó.
– Muchas gracias, sheriff, no tengo más preguntas que hacerle. Le agradezco mucho su ayuda.
– ¿Qué va a hacer ahora? ¿Piensa regresar a Europa?
– No, antes quiero darme una vuelta por Clark Peak, el lugar donde encontraron los cuerpos. Tal vez eso me dé una pista.
– ¿Piensa ir solo hasta allí?
– No, he contratado en el bar de Johnsie, en Aspen, a un guía llamado Ralph Abbot o algo parecido. He quedado aquí con él.
– ¡Qué raro! Conozco a la mayor parte de los guías de esta zona y ese tal Abbot no me suena. Tal vez haya venido para la temporada desde Crawford, la ciudad al otro lado del Capítol Peak. Allí hay menos turistas y los guías prefieren acercarse a Aspen para cazar algún visitante.
– Bueno, sheriff, ya es hora de marcharme. Quiero darle las gracias por todo y por sus informaciones. Por lo menos me voy a Europa con una idea más clara de lo que sucedió aquel día de 1963 -dijo Sampson, estrechando la mano del sheriff.
Al salir del local, un viento frío azotaba Pitkin. Al final de la calle, Sampson divisó un todoterreno rojo abollado con las luces de emergencia encendidas. Pudo distinguir la figura de Abbot al volante y al escalador alemán sentado en el asiento de atrás.
– Le estábamos esperando. ¿Todo bien? -preguntó el guía.
– Todo bien.
El todoterreno ascendió en dirección a Mount Daly durante varios kilómetros hasta que finalmente se detuvo.
– Muy bien, aquí termina el camino -indicó el guía-. Desde aquí debemos continuar a pie.
Durante todo el trayecto el alemán había permanecido en silencio o respondiendo a Sampson con monosílabos. Sí y no eran sus únicas respuestas. Al abogado le llamó la atención que el escalador dijese haber nacido en Dresde y no conociese las minas de lignito situadas a pocos kilómetros al oeste de la ciudad. El escalador eludió dar más explicaciones a Sampson y permaneció en silencio el resto del trayecto.
Los tres hombres comenzaron a ascender en fila india. Primero el guía y después Sampson, seguido por el escalador alemán. Unos pocos kilómetros más allá comenzaron a divisar los primeros peñascos cercanos a Clark Peak.
Abbot ascendió rápidamente y con agilidad el primer peñasco mientras colocaba puntos de seguridad para los dos hombres que le seguían en la cordada. En pocos minutos, los tres se encontraban a unos cien metros de altura.
– Debemos escalar esta segunda pared. Ahora, subiré yo primero y después usted -indicó el guía al alemán-. Usted será el tercero -dijo señalando a Sampson-. Es muy fácil. Sólo tienen que asegurarse la cuerda de seguridad como les he enseñado y agarrarse a la pared.
Abbot y el alemán subieron con bastante rapidez, dejando a Sampson el último. Cuando el abogado apoyó su mano en el filo de la roca, el alemán se adelantó y pisó con su bota la mano de Sampson, provocándole un grito de dolor.
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