Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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– Posiblemente alguien la asesinó por ese amor a su trabajo, por haber estado trabajando en su libro de Judas. Tal vez esa gente del octógono de la que usted me habló en comisaría.

– ¿Encontraron sus hombres algún octógono de tela en casa de Sabine?

– No, y le aseguro que mis hombres no han dejado de buscarlo por todas partes. Su asesino no dejó ninguna pista de ese tipo. Puede -que alguien tuviese una disputa con ella. Estamos investigando todas las posibilidades, incluidas las que nos llevan al mundo gay…

– ¿Está diciendo que alguien pudo envenenarla por ser lesbiana?

– No, pero debemos contemplar cualquier posibilidad. No podemos descartar nada, aunque lo más probable es que su asesinato esté relacionado con el libro de Judas. El método utilizado para matar a la señora Hubert y el mismo veneno demuestran que el asesino era un especialista.

– ¿Qué va a hacer ahora?

– Colocarla a usted bajo vigilancia y escolta hasta que salga de nuestro país.

– ¿Cree que el asesino intentará llegar hasta mí?

– Puede que en este momento no, pero no lo descarte en el futuro, cuando usted ya no tenga el libro en su poder. Será entonces cuando deberá protegerse de esos tipos del octógono. Si han alcanzado a la señora Hubert, puede que usted no esté a salvo. Ahora lo único que le pido es que se quede en el hotel. Hay una patrulla en la misma puerta por si quiere usted salir. La llevarán a donde quiera. No salga bajo ningún concepto sin informarles, ¿me ha entendido?

– Le he entendido, inspector -dijo Afdera justo antes de colgar el aparato.

Afdera no pudo contener el llanto al pensar en Sabine Hubert. Había devuelto el evangelio de Judas a la vida y, tal vez por ello, había dado la suya a cambio.

XI

Aspen, Colorado

La ciudad estadounidense de Aspen se levanta sobre una antigua ciudad minera que creció en 1879 durante la fiebre de la plata desatada a lo largo del río Colorado. Se encuentra rodeada de altas y escarpadas montañas: al norte, por la montaña Roja; al este, por la de los Contrabandistas y, al sur, por el monte Aspen. Pasó de ser un centro espiritual de mil cien habitantes en los años sesenta a convertirse en una ciudad de cinco mil dos décadas después.

Aquel lugar apartado que atrajo a gentes como John Denver o Hunter S. Thompson se transformó en uno de los parajes más exclusivos de esquí para millonarios y jovencitas esculturales en busca de marido. Actores como Michael Douglas, Don Johnson, Jack Nicholson y millonarios como Harold Ross, fundador del The New Yorker, algún príncipe saudí y los Brooks, los abuelos de Afdera y Assal, adquirieron mansiones formidables en la zona.

Para Sampson Hamilton, la nieve no era un inconveniente, al fin y al cabo se había educado en Suiza y Austria, países que permanecían con nieve durante más de ocho meses al año. En el pequeño aeropuerto Sardy Field, a cinco kilómetros al norte de la ciudad, el abogado alquiló un todoterreno con tracción en las cuatro ruedas.

La carretera desde el aeropuerto a la ciudad era bastante escarpada y rodeada de amplios y limpios paisajes. Aquello le recordaba a ciertos parajes de Suiza. Un amplio cartel con la leyenda Bienvenido a Aspen indicó a Sampson que se acercaba al centro urbano. Las máquinas quitanieves habían hecho bien su trabajo.

Desde su despacho de Ginebra, había hecho una reserva en el Hotel Little Nell, en el 675 de East Durant Avenue. Al entrar en Aspen, Sampson divisó un vehículo policial con un agente que intentaba regular el tráfico.

– Oficial, ¿podría decirme cómo llegar hasta el Hotel Little Nell?

– Sí, señor. Siga usted por la calle principal hasta llegar a South Hunter. Allí gire a la derecha y al final de la calle encontrará el hotel -le indicó el oficial.

Minutos después, el todoterreno llegaba al establecimiento. Por el nombre, el abogado pensó en los típicos refugios alpinos con escasas comodidades, pero el Little Nell era todo un hotel de lujo, con un buen bar inglés en la planta baja.

Al llegar a su habitación, Sampson cogió el teléfono y marcó el número del Departamento de Policía de Aspen.

– Departamento de Policía, ¿dígame? -dijo la telefonista.

– Quisiera hablar con el detective Winkerton. Dígale que soy Sampson Hamilton. Le llamé desde Suiza hace una semana.

– Espere un momento, por favor.

La música ambiental quedó interrumpida por la voz del detective.

– Soy el detective Winkerton, ¿con quién hablo?

– No sé si se acuerda de mí. Soy Sampson Hamilton, abogado de la familia Brooks. Le llamé desde Ginebra, en Suiza…

– Sí, ya sé dónde está Ginebra. ¿Qué desea de mí?

– Me interesaba recabar información sobre un accidente sucedido hace ya bastantes años aquí, en Aspen. Me gustaría que nos viésemos en la comisaría y así se lo puedo explicar. De todas formas, querría saber si guardan ustedes los informes de accidentes de esa época.

– Sí, pero en un almacén que pertenece a la alcaldía. Los accidentes eran controlados entonces por el Servicio de Parques de Estados Unidos, porque la mayor parte ocurría en sus zonas de control, como bosques o montañas. Si el accidente era en carretera, lo registraba e investigaba el Departamento de Policía de Aspen. Hasta hace diez años, los informes se hacían a mano y quedaban archivados en carpetas con un número de registro. Después de esa fecha, se hacían a máquina y se quedaba una copia en un registro que compartimos con el Departamento del Sheriff del condado de Pitkin.

– ¿Podría acceder al informe del accidente de los padres de mi clienta?

– No pretenderá demandarnos.

– No, nada de eso. Necesito leer el informe del accidente de los padres de mi clienta. Nada más.

– Voy a almorzar en el Old Saybrook, en el número 2 de la calle principal. Si quiere, comemos juntos y le acompaño después a la comisaría -propuso Winkerton.

– Muy bien. Deme unos minutos y nos vemos allí.

El Old Saybrook era el típico restaurante de estación de esquí. Cabezas de alce colgadas y un gran oso grizzly disecado sobre las puertas de los lavabos, paredes decoradas con alfombras tejidas por alguna tribu de indios y un bar muy animado con jovencitas luciendo monos de vivos colores.

Nada más entrar, una mujer con un menú en la mano se acercó a Sampson.

– ¿Desea una mesa?

– No, estoy buscando al detective Winkerton.

– Está en aquella mesa del fondo.

Tom Winkerton era un policía experto en robos y homicidios de la ciudad de Denver. Se había curtido en sus calles hasta que un incidente con su compañero le obligó a refugiarse en un lugar tranquilo como Aspen.

– Yo estaba en Denver en robo y homicidios cuando sucedió el accidente al que usted se refiere. ¿Por qué tiene tanto interés en un accidente ocurrido hace casi dos décadas?

– Porque mi clienta cree que pudo ser un crimen y no un accidente.

– El último asesinato que vivimos en Aspen fue hace nueve años. Unos jovencitos de buena familia decidieron violar y matar a una adolescente de diecisiete años de Ohio. Desde entonces no hemos vuelto a tener un asesinato en esta ciudad -dijo el oficial.

– Me alegra oír eso, pero no vengo a interrogarle a usted, ni nada semejante -respondió Sampson-. Sólo vengo a pedir información sobre el accidente que ya le he comentado. Murieron dos personas: John Huxley y Genoveva Brooks.

– ¿Brooks? ¿De la millonaria familia Brooks?

– Exacto. Al parecer, el caso se cerró como un accidente.

– ¿Y usted cree que no lo fue?

– Sólo deseo confirmarlo para la tranquilidad de mi clienta.

– De acuerdo, en cuanto nos comamos un buen filete y nos bebamos una cerveza bien fría, iremos a la comisaría a buscar el informe. En cualquier caso, le recomiendo que hable también con el sheriff Garrison, del Departamento del Sheriff del condado de Pitkin. Él trabajaba ya en el departamento en aquellos años.

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