Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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La mansión de Kalamatiano estaba situada en la Route de Florissant, una de las zonas más exclusivas de Ginebra. Sus terrenos cubrían cerca de cuatro mil metros cuadrados. El edificio estaba rodeado de amplios jardines y un pequeño campo de golf de cinco hoyos. En el perímetro se levantaban dos pequeñas casas, que eran utilizadas por los invitados esporádicos del Griego, una pista de tenis y dos piscinas, una de ellas cubierta.

Al llegar a la mansión, un elegante mayordomo de levita negra se dirigió hasta el Rolls para abrir la puerta.

– Acompáñeme, por favor, señorita Brooks.

Afdera siguió al mayordomo. Al entrar en la mansión se fijó en el amplio vestíbulo, con techos de casi cuatro metros de altura. Un gran salón, que se abría a un amplio ventanal con vistas a los jardines, hacía la vez de despacho y sala de estar. En las estanterías y vitrinas se amontonaban valiosos objetos precolombinos, egipcios, ptolemaicos, romanos, bizantinos y babilónicos, desde piezas de barro, pasando por monedas, hasta incrustaciones de cristal e incluso telas. A Afdera le llamaron la atención dos piezas: una estatuilla de granito negro del Imperio Medio y una estatuilla de oro de Isis amamantando a Horus.

– ¿Le gustan mis piezas?

Afdera se dio la vuelta y se encontró con Kalamatiano.

– Sí que me gustan. Son de una gran belleza -admitió la joven, recordando siempre las palabras escritas por su abuela en el diario: «Seas quien seas, Kalamatiano no parará de estudiarte constantemente. Le gusta saber quién eres, lo que sabes de arte, qué tipo de persona eres, cuáles son tus conocimientos. Vasilis tiene un rostro muy vivo a pesar de su parche de pirata, pero es capaz de mostrar expresiones distintas. Eso le ha ayudado a ser un buen comerciante».

– ¿Quiere usted un café griego?

– Sí, por favor.

La llegada del mayordomo con el café negro, amargo y espeso señalaba la fase del comienzo del estudio de la invitada por parte de Kalamatiano. Después llegaría la fase de familiaridad, en la que el Griego relataría algo de sus oscuros orígenes y, por último, la fase de preguntas, en la que la visitante debería explicar qué información deseaba de él.

– Mi abuela era una gran admiradora suya -dijo Afdera para intentar romper el hielo.

– Esa admiración era mutua. Con su fallecimiento ha desaparecido uno de los grandes exponentes de este negocio y tal vez la única persona honrada que quedaba en él -respondió mientras se servía un poco de café.

– ¿Cómo empezó usted en este negocio?

– ¿No se lo contó nunca su abuela?

– No.

– Mis orígenes no son nada nobles. Es más, mis ancestros eran piratas, asesinos, sicarios a las órdenes de los poderosos. Ese retrato que ve usted ahí es de un antepasado mío -dijo Kalamatiano, señalando un cuadro que Afdera situó en el Renacimiento italiano-. Lo pintó el mismísimo Sandro Boticelli cuando sirvió en la corte de Lorenzo de Medici. Ese hombre era Xenofón Kalamatiano.

El ancestro del Griego tenía un fiero aspecto. Su rostro mostraba cicatrices adquiridas seguramente en oscuras batallas.

– Mi antepasado nació en una isla del Peloponeso griego y, según algunos, había sido un antiguo fraile dominico que decidió cambiar los hábitos por el noble arte del asesinato, el espionaje y el envenenamiento, que había aprendido en la corte del joven sultán de Constantinopla, Mehmed II el Conquistador. Allí había estudiado los tratados escritos por el físico griego Dioscórides, que en el siglo I d.C. redactó el primer gran estudio sobre los venenos y tóxicos y su uso en la guerra. En una sala del palacio de Constantinopla aprendió que el eléboro negro, conocido como la rosa de Navidad, o el eléboro blanco, una liliácea, eran absolutamente inofensivos, pero si se mezclaban en morteros y alambiques se activaba una peligrosa sustancia química que podía provocar la muerte instantánea. Mi antepasado fue enviado por el propio sultán para servir en la corte de los Medici. Desde el mismo día de su llegada a la República, el antiguo fraile se convirtió no sólo en la temible sombra de los Medici, sino también en sus ojos y oídos en los bajos fondos de la ciudad y en su mano ejecutora. Desde él hasta ahora, los miembros de mi familia no han dejado de ser piratas, ladrones, traficantes e incluso vendedores de antigüedades, pero cada vez mejor educados en colegios suizos e ingleses -aseguró, dirigiéndole una amplia sonrisa a Afdera.

– Mi abuela decía que era usted el hombre que más conocimientos tenía sobre las antigüedades y su comercio.

– Crescentia… ¡Qué grande era! Sabía cómo adorar a alguien mientras lo golpeaba por la espalda con un estilo exquisito que sólo ella poseía -dijo el comerciante, levantándose para dirigirse a un elegante mueble bar-. ¿Desea usted un vaso de mastika?

– Lo siento, no sé qué es.

– Es un aguardiente griego elaborado con uva y aromatizado con resina de un arbusto de mi país llamado mastic.

– Probaré un poco.

Tras servir dos vasos con el licor, Kalamatiano preguntó directamente a su invitada:

– ¿Va usted a decirme de una vez por qué está aquí y lo que desea de mí?

– De acuerdo, se lo diré. Usted sabe que mi abuela adquirió hace muchos años un libro: el evangelio de Judas. Durante años, estuvo guardado en una caja de seguridad de un banco de Nueva York. Cuando falleció, me dejó en herencia una carta dándome instrucciones para recuperar el libro y entregarlo a la Fundación Helsing para su restauración, traducción y estudio. A través de un gran amigo mío y de mi abuela, de El Cairo…

– ¿Se refiere a Rezek Badani?

– Sí, efectivamente. Rezek me habló de un equipo de especialistas que trabajaba para usted con el fin de localizar un valioso documento, quizá fechado a finales del siglo I de nuestra era, que podría poner en tela de juicio muchos de los dogmas de la Iglesia. Ese documento…

– Ese supuesto documento… -volvió a interrumpir el griego.

– De acuerdo… Ese supuesto documento, escrito por un tal Eliezer, podría estar relacionado con el evangelio de Judas y me gustaría intentar localizarlo para conocer su contenido.

– Y a mí me gustaría localizar el Arca de la Alianza, el Arca de Noé, la Calavera de Cristal, el Santo Grial y la tumba del Gran Khan, pero, señorita Brooks, no hay ninguna posibilidad de saber dónde puede estar ese documento del que usted habla.

– ¿Y si le dijese que sé cuál es la ciudad que se esconde tras el Laberinto de Agua, la Ciudad de las Siete Puertas de los Siete Guardianes?

– Durante casi ocho años dos especialistas trabajaron para mí, día y noche, para intentar descubrir dónde se escondía ese documento, sin resultado positivo. Revisaron archivos, visitaron cientos de monasterios, recorrieron miles de kilómetros sin dar con ninguna pista del documento.

– Sé con certeza que alguien de su equipo se acercó mucho al documento a través de los relatos de la época de Luis IX de Francia y la séptima cruzada. Sé también que el rey Luis ordenó a varios de sus caballeros proteger mi libro y el texto del tal Eliezer y que dos cruzados, los hermanos Fratens, protegieron el documento por encargo directo del monarca, y estoy segura de que usted tiene más información de la que dice.

– ¿Qué conseguiría yo si le ayudase a localizar ese, llamémosle así, supuesto documento, aunque eso no implique que esté de acuerdo con su importancia?

– Si descubriese el documento de Eliezer, estaría dispuesta a cederle su venta, sólo si antes se compromete a permitirme traducirlo y estudiarlo el tiempo necesario -propuso Afdera-. Así usted tendría lo que desea, que es fama, por haber ayudado a localizarlo, y dinero, por ser la persona encargada de venderlo.

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