Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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La voz de Emery Mahoney parecía severa al otro lado de la línea. Aquel tipo no le caía demasiado bien a Aguilar. «Parece la voz de su amo», pensó.

– ¿Qué desea, señor Aguilar?

– Buenos días, monseñor. Tan sólo le llamaba para informarle de que estamos intentando cerrar las negociaciones con el abogado de la señorita Brooks. Estoy seguro de que en pocos días podré decirle algo más sobre ese libro hereje. Le llamaré para indicarle que envíe usted a alguien a buscarlo. Ya sabe que estoy totalmente de acuerdo con su eminencia, el cardenal Lienart, de que ese texto debería estar bajo el control de Nuestra Santa Madre Iglesia.

– Le comunicaré a su eminencia lo que usted me ha transmitido. Espero que todo siga su curso sin el menor problema. Ya sabe usted, querido Aguilar, que a su eminencia le disgusta cualquier traba o intromisión en los intereses de la Iglesia -le advirtió Mahoney.

– Lo sé, monseñor. No habrá problemas por ninguna de las partes y en pocos días estoy seguro de que el Vaticano tendrá bajo su control el libro hereje. No se preocupe, se lo prometo.

– Que así sea. ¿Desea informar de algún asunto más?

– No sé si tendrá importancia para usted o para su eminencia el cardenal Lienart… -dijo Aguilar.

– Deje que sea yo quien lo decida. ¿De qué se trata?

– Hamilton, el abogado de la señorita Brooks, me ha comentado que tiene previsto viajar a Colorado para arreglar unos asuntos de su dienta. No sé si esta información será importante, y si lo es, creo que debería ser recompensado por ello.

– Nunca sabemos cuál es en realidad el camino correcto que debemos seguir, querido Aguilar, pero lo único que sabemos es seguir adelante aun cuando no estamos seguros de lo que sucederá. Buscamos respuestas, le damos vueltas en nuestra mente en busca de una cierta luz y decidimos: «Esto es lo que debo hacer y lo hago». Pero de repente aparece un nuevo problema al preguntarnos si hicimos lo correcto o no. Ésta es la cuestión. Usted no sabrá si lo ha hecho bien, y nunca lo descubrirá aun cuando le paguemos por ello -respondió el obispo Mahoney justo antes de colgar el teléfono.

***

Ciudad del Vaticano

La llamada de Renard Aguilar había dejado intranquilo a monseñor Mahoney. Tal vez ese Hamilton pretendía meter sus narices en asuntos que no eran de su incumbencia. Quizá ese viaje fuese para intentar cerrar algún capítulo que el Círculo Octogonus había dejado abierto hacía casi veinte años. Aquello podría ser peligroso, así que el obispo Mahoney decidió consultar con el cardenal Lienart.

Se dirigió hasta el despacho del secretario de Estado. Monseñor Mahoney golpeó la puerta tres veces antes de escuchar la voz de Lienart.

– Adelante, pase, monseñor Mahoney -le invitó Lienart-. Pase y cierre la puerta, por favor.

Fructum pro fructo.

Silentium pro silentio -respondió el cardenal, tocando levemente la cabeza de su secretario.

– Deseo hacerle una consulta, eminencia.

– ¿Es tan urgente como para sacarme de una reunión con los responsables de la Primera y Segunda Sección?

– Puede que no sea nada, pero también puede que sea algo peligroso para nuestro Círculo.

– ¿De qué se trata?

– Acabo de hablar con Aguilar, el director de la Fundación Hel sing de Berna…

– Sí, sí, ya sé quién es, pero, dígame, ¿cuál es el problema?

– Me dijo que el abogado que está negociando la venta del libro de Judas va a viajar a Colorado para arreglar varios asuntos de su clienta, Afdera Brooks. Usted sabe que el Círculo estuvo implicado en la muerte de los padres de esa joven, y si el abogado llega a descubrirlo, pueden ponerse las cosas difíciles para nosotros.

– ¿Y qué propone usted?

– Enviar a Colorado a los hermanos Osmund y Ferrell para vigilar de cerca a ese Sampson Hamilton. Si el abogado se acerca demasiado a algún secreto que ponga en peligro el Círculo Octogonus, les ordenaré que actúen para impedirlo.

– ¿Quiere preguntarme algo más o, por el contrario, puede usted solucionarlo solo? -dijo Lienart.

– Los cuatro científicos han terminado de restaurar y traducir el libro de Judas. ¿Qué quiere que hagamos con ellos? -preguntó el obispo.

– Cuando los tres abandonen Berna, que el hermano Alvarado se ocupe de esa mujer de la que ahora no recuerdo su nombre… -ordenó el cardenal August Lienart.

– Sabine, Sabine Hubert.

– Que así sea, querido Mahoney, y después ocúpese usted de que el resto del equipo quede silenciado para siempre.

– ¿Y Renard Aguilar?

– Mientras pueda seguir siéndonos de utilidad, le utilizaremos. El día en que ya no nos sirva para nuestra sagrada labor, será el momento de enviar su alma con Dios Nuestro Señor.

– A sus órdenes, eminencia. Lo prepararé todo y convocaré a los miembros del Círculo que deben asumir sus nuevas misiones.

– Puede retirarse. Por cierto, deberá usted comenzar a asumir mayores responsabilidades dentro de nuestro Círculo. Según parece, Su Santidad no goza de tan buena salud como cabría esperar de un campesino del Este. ¡Quién sabe si se convocará un nuevo cónclave en fechas no muy lejanas! Si eso ocurriera, tendré que estar preparado, y si usted no es capaz de controlar el Círculo, tal vez debería pensar en el padre Alvarado o en el padre Ferrell para sustituirle en tan difícil y delicada misión. Podría sopesar incluso la posibilidad de enviarle a usted a un monasterio en Polonia para que pueda dedicarse a la oración y a la vida contemplativa.

– Pero, eminencia, yo…

– Si usted no está preparado, puede irse ahora mismo y abandonar nuestra sagrada misión, encomendada a los miembros del Círculo Octogonus. Si está dispuesto a continuar desempeñando su trabajo, deje de quejarse, abandone sus miedos y actúe por sí solo, querido Mahoney. El hombre que más ha vivido, monseñor, no es aquel que más años ha cumplido, sino aquel que más ha experimentado en la vida. Ya es hora de que acepte tomar decisiones y no esperar que sean otros quienes lo hagan por usted.

– No creo estar capacitado para asumir esa responsabilidad, eminencia.

– Querido Mahoney, las suposiciones siempre son malas para el espíritu. El hombre pasa su vida razonando sobre el pasado, quejándose del presente y temblando por lo venidero, y usted es un perfecto ejemplo de ello. Actúe sin remordimientos, ya que cada hombre puede mejorar su vida mejorando su actitud. El mejor ejemplo de nuestra misión, la del Círculo Octogonus, es esa frase que dice que la guerra es una masacre entre personas que no se conocen para beneficio de otras que sí se conocen, pero que no desean masacrarse. Estos últimos somos, querido Mahoney, usted y yo. A partir de aquí es donde usted debe elegir en qué lado quiere estar. Píenselo y comuníqueme su decisión cuanto antes. No me gustaría tener otro padre Reyes con dudas entre nosotros. Si sucede eso, tal vez tendría que ordenar acabar con esa plaga que genera tantas dudas en algunos de los miembros de nuestro Círculo. Buenos días, monseñor. Fructum pro fructo -dijo el cardenal, señalando a Mahoney la puerta de salida de su despacho. - Silentium pro silentio, eminencia.

Ya en su despacho, monseñor Emery Mahoney descolgó el teléfono rojo que había sobre su mesa y conectó el sistema de antiescucha. Seguidamente marcó el número del Casino degli Spiriti, en Venecia.

Fructum pro fructo.

Silentium pro silentio -respondieron al otro lado de la línea.

– Soy el hermano Mahoney.

– Soy el hermano Ferrell. Dígame, hermano.

– Tengo nuevas órdenes. Usted y el hermano Osmund partirán mañana mismo a Aspen, en Colorado, e intentarán localizar a un abogado llamado Sampson Hamilton.

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