– De acuerdo. Trato hecho. Le llamaré después de hablar con Kalamatiano. Ya no le molestamos más -dijo, poniéndose en pie para despedirse.
– Espero tener noticias suyas muy pronto, señorita Brooks. Recuerde que ahora somos socios -aseguró Colaiani.
– Aún no, profesor, aún no.
Max rompió el silencio cuando estuvieron fuera del campus.
– ¿Qué vas a hacer ahora?
– Me imagino que intentar localizar a ese Kalamatiano.
– ¿Y después?
– Necesito hablar con Badani esta tarde para confirmar si en el cadáver de Liliana encontraron un octógono de tela. Y quiero hablar con ese inspector de la policía de Berna, Hans Grüber, para saber si en el cadáver de Werner Hoffman hallaron un símbolo similar.
– ¿Qué ocurriría si descubrieses que esa gente que mata dejando un octógono de tela tras de sí está realmente asesinando a cualquier persona relacionada con tu libro de Judas? ¿Y si ese supuesto grupo descubriese que realmente hay un texto de un tal Eliezer que podría poner en peligro los cimientos de la Iglesia católica? ¿Crees realmente que dejarían que todos los que conocen ese secreto permaneciesen vivos?
– No lo sé, Max. Ahora no puedo pensar en ello. Tal vez estamos tomándonos demasiadas molestias por ese Judas.
– ¿Por qué no le concedes el beneficio de la duda, como hizo tu abuela?
– ¿Tal vez porque traicionó a su amigo?
– En el Infierno de la Divina Comedia de Dante, Judas es condenado a las fosas más profundas, en donde es devorado desde la cabeza por un ave gigante. La gente de hoy considera a Judas como un delator, un traidor. Incluso su nombre es asociado a la codicia, a la avaricia, a alguien mucho más interesado en el dinero que en la fidelidad a un amigo. Se desprecia el nombre en sí. En ningún lugar de Occidente nadie pondría el nombre de Judas ni siquiera a su perro, y mucho menos en Alemania, en donde es ilegal llamar así a un hijo. ¿Por qué no puedes ser tú la persona que consiga limpiar el nombre de Judas Iscariote? -propuso Max.
Cuando el taxi se detuvo ante las puertas del Grand Hotel Villa Medici, Afdera se bajó esperando que Max la siguiese, pero éste permaneció en el vehículo.
– ¿No vas a bajar?
– No, pero esta noche cuando cenemos juntos te diré por qué no puedo acercarme a ti. Me comprenderás cuando te lo cuente.
– Espero que tu explicación sea convincente. Quedamos a las nueve en el restaurante Al Lume di Candela, en Via Pancini. Sé puntual -dijo Afdera, dando un fuerte portazo al vehículo.
Ya en su habitación, levantó el teléfono y marcó el número de Badani en El Cairo.
– Residencia del señor Badani, dígame.
– Hola, buenas tardes, deseaba hablar con Rezek Badani, por favor.
– ¿A quién debo anunciar? -preguntó la criada.
– Dígale que soy Afdera Brooks. Al otro lado de la línea, Afdera oía cómo la joven discutía y recriminaba algo en árabe a Badani.
– Malditas mujeres. Sólo piden, piden y piden… ¿Quién es? ¿Quién quiere hablar conmigo?
– Hola, Rezek, soy Afdera.
– Querida Afdera, ¿cómo estás?
– Bien, querido amigo. ¿Qué tal por El Cairo?
– Intentando engañar a más turistas estúpidos. Ya sabes cómo son. Vestidos como si fueran a Hawai, con esas camisas de flores ridículas, quieren comprar un preservativo perteneciente al faraón Ramsés. ¡Qué estúpidos son!
– Un día alguien te va a dar un escarmiento por engañarles. Dime, ¿has averiguado algo sobre el octógono de tela? ¿Tenía Liliana algún octógono cerca de ella? -preguntó intrigada.
– Hablé con mi primo y…
– ¡Tú y tus primos!
– Como te estaba diciendo, hablé con mi primo, el policía de El Cairo. Estuvo haciendo preguntas por la Sección Criminal de la Poli cía de Alejandría. Un agente le dijo que, efectivamente, junto al cadáver de Liliana Ransom había un extraño octógono con una frase escrita en latín. Déjame que busque el papel en donde apunté el texto…
– Dispuesto al dolor por el tormento, en nombre de Dios -dijo Afdera.
– Exactamente. ¿Cómo lo sabías? ¡A veces me das miedo! -exclamó Badani.
– Con Liliana, son ya tres las víctimas de esos asesinos del octógono. Tu socio Boutros Reyko, Abdel Gabriel Sayed y tú.
– Bueno, yo se lo puse bastante difícil a ese hijo de puta del octógono que saltó por la ventana.
– Con mi ayuda, querido amigo, con mi ayuda. Te llamaré y te tendré al tanto de lo que descubra. Cuídate y no te fíes de nadie. Si lo han intentando una vez, puede que vuelvan a hacerlo. Tal vez a esos tipos del octógono no les guste dejar flecos sueltos, y tu, amigo mío, te has convertido en eso, en un fleco suelto -dijo Afdera antes de colgar.
La joven volvió a levantar el teléfono para llamar a Sabine Hubert.
– ¿Cómo estás? -dijo Sabine.
– Muy bien, querida amiga. ¿Y tú?
– Estamos dando los últimos retoques a tu libro. Tu Veuaggelion Nioudas está casi finalizado.
– ¿Qué es eso de Veuagge…?
– El evangelio de Judas en copto. Para mí, debo decirte, querida, ha sido como montar uno de los puzles más importantes y complejos de la historia. Tu libro de Judas está escrito en trece hojas de papiro, por ambas caras, en total veintiséis páginas que aparecen numeradas entre la treinta y tres y la cincuenta y ocho del códice. Además, hemos podido encajar casi todos los fragmentos de papiro que trajiste junto al libro, dentro de la caja de plástico.
– Eso sí que es un arduo trabajo.
– Sí que lo es. Si coges un documento de unas diez páginas escritas por ambos lados, lo rompes en fragmentos diminutos, tiras la mitad de ellos y luego intentas volver a reconstruirlo, verás que el trabajo es bastante complicado. Lo que hemos hecho es trabajar con fotocopias. Fotocopiamos todos los fragmentos, incluso los más pequeños, los recortamos a escala, dándoles una numeración, y Efraim se ocupó de colocarlos en su lugar. Desciframos el significado de tu libro gracias a pequeñas victorias, al ir colocando cada trozo en su sitio. Cuantos más fragmentos añadíamos, más podíamos leer y más historia desvelábamos. El texto, sin lugar a dudas, narra la historia de los últimos días de Jesucristo. Para todos nosotros y por unanimidad, tu libro es el mismo que condenó Irineo de Lyon hace más de mil ochocientos años.
– ¿Cómo estáis tan seguros?
– Efraim ha encontrado una frase que dice textualmente: «Tú los superarás a todos, porque sacrificarás el cuerpo en el que vivo». Burt afirma que revelar este texto podría llegar a generar una crisis de fe. No cabe la menor duda de que tu abuela te dejó en herencia uno de los mayores descubrimientos de este siglo. Es un hallazgo porque supone un testimonio directo.
– ¿Habéis averiguado algo más de ese tal Eliezer?
– Sí, es curioso. Burt dice que pudo ser un discípulo de Judas, si es que éste no se suicidó, o tal vez una especie de escriba o secretario.
– Sabine, ¿crees que es necesario que vaya a Berna?
– Yo creo que deberías venir para que podamos darte los últimos detalles del libro. Creo que ha llegado el momento de que decidas qué quieres hacer con él. Si lo vas a vender, donarlo o a quedártelo. A John, Burt y Efraim les gustaría despedirse de ti antes de regresar a sus países.
– De acuerdo, seguiré tu consejo. Iré a Berna. ¿Te ha dicho Aguilar algo sobre el libro? -dijo Afdera.
– No, no me ha dicho nada, pero te recomendaría que no te fiases de Aguilar. El libro es tuyo, hemos trabajado mucho en él para restaurarlo y traducirlo.
– Mi abogado ha ido a Berna para cerrar el acuerdo y las condiciones que hemos impuesto mi hermana Assal y yo son muy estrictas. Si se incumple alguna de las condiciones, su propiedad volverá a nosotras.
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