Eric Frattini - El Laberinto de Agua
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– ¿Cree usted que Luis de Francia supo del contenido del libro de Judas? -preguntó Afdera, tomando notas en el diario de su abuela.
– Es difícil responder a su pregunta, pero puede que algún religioso o noble que acompañase a Luis de Francia hubiese podido traducir el texto en griego o en copto. Tal vez Luis comprendió la peligrosidad de ese texto para la Iglesia católica y para el poder pontificio en la tierra y por eso decidió esconderlo.
– ¿No hubiera sido más fácil quemarlo directamente? -intervino Max.
– ¡Oh, no! Conociendo la historia de san Luis de Francia, dudo mucho que se hubiera atrevido a quemar un texto sagrado, aunque fuese del mismísimo Judas Iscariote. Era un hombre muy devoto, pero también un gran estudioso de la historia de la cristiandad. No creo que se hubiera atrevido. Para él era más cómodo, o mejor dicho, menos incómodo, enviar el libro lejos de Damietta, lejos del alcance de manos musulmanas, protegido por tres caballeros. Mientras el libro permaneciese escondido, no habría nada que temer.
– ¿Descubrieron los cruzados de Luis IX, o ustedes, algo de un tal Eliezer?
– ¿Por qué lo pregunta?
– Porque al traducir el texto en copto de mi libro de Judas aparecen en muchos de sus párrafos innumerables referencias a un tal Eliezer, y no sabemos quién es -respondió Afdera.
– Le voy a contar una cosa que tal vez el Griego no desearía que le contase. Se dice que cuando Luis y los suyos conquistaron Damietta, descubrieron un libro con la palabra de Judas y un extraño texto, parecido a una carta, firmado por un tal Eliezer. Según parece, y siempre basándonos en rumores y leyendas, aquella carta provocó un verdadero pánico en Luis IX al descubrir su contenido. Tal vez entendió que era mejor para la cristiandad mantener lo más alejado posible el libro de Judas de la carta de Eliezer. Separados, tal vez fuesen menos peligrosos que los dos textos juntos.
– ¿Descubrió usted quién era ese Eliezer?
– Posiblemente sería algún escriba a las órdenes de Judas Iscariote, algún intelectual de la época o algún seguidor del propio Judas, pero, como le digo, eso sería antes de suicidarse después de traicionar a su maestro Jesucristo, y no hay constancia alguna de que durante la época en la que ejerció como apóstol de Jesucristo tuviese a su vez seguidores o discípulos.
– ¿Y no podría ser que Judas no llegase a suicidarse, tal y como dicen los evangelios?
– No puedo responder a eso. Yo soy sólo un experto en historia medieval, en las cruzadas, y no en historia del cristianismo. Supongo que esa cuestión podrá aclararla su amigo -se disculpó Colaiani, señalando a Max.
– Déjame decirte, Afdera, que, aunque los evangelios del Nuevo Testamento coinciden en vilipendiar a Judas, ninguno de ellos hace referencia a detalles de esa misma traición. Marcos no aporta indicación alguna de por qué Judas delató a su maestro. Mateo señala que la traición de Judas fue tan sólo por dinero, pero cuando vio el sufrimiento de Jesús, se arrepintió y se ahorcó. Lucas sugiere que Judas fue inspirado por el diablo, de modo que la traición fue un acto satánico. Juan dice que el propio Judas llevaba dentro a Satanás. Con respecto a tu pregunta, te diré que únicamente Mateo hace referencia al supuesto suicidio de Judas. El resto de los evangelistas ni siquiera lo citan -apuntó Max.
– Por tanto ¿sería posible que Judas no hubiese muerto como dice Mateo y se encontrase con ese Eliezer?
– Perfectamente. Incluso puede que Judas acabase en Egipto. Buena parte de la población de Judea acabó huyendo de la ocupación romana y de las persecuciones religiosas a las que se vieron sometidos y se refugiaron en barrios de Damietta y Alejandría. Puede que Judas Iscariote fuese uno de ellos y llegase a Egipto.
– Déjenme decirles que lo que sí descubrimos fue el rastro de su libro y del documento de Eliezer entre la séptima cruzada liderada por Luis IX de Francia y la llegada de Luis y sus caballeros a San Juan de Acre. Al parecer, Luis ordenó a varios de sus caballeros desplazarse hacia el sur de Egipto para proteger el libro, mientras dos de ellos, acompañados de miembros de la guardia varega, se dirigían hacia Acre, posiblemente con el documento de ese Eliezer. Desde ahí, Eolande y yo conseguimos seguir el rastro de uno de los caballeros y varios varegos hacia Antioquía y el Pireo. Después les perdimos la pista -afirmó Colaiani.
– ¿Qué descubrió exactamente hasta ese momento? -preguntó Afdera, tomando notas a toda velocidad y casi sin orden alguno.
– Pues que los dos caballeros que acompañaron a Luis IX hasta Acre se separaron en la misma capital cruzada. Uno de ellos fue el que salió rumbo a un lugar conocido como el Laberinto de Agua, la Ciudad de las Siete Puertas de los Siete Guardianes, pero ni Eolande ni yo pudimos identificar el lugar. Podría ser cualquier sitio del planeta. Lo que sí sabemos, como le he comentado antes, es que el caballero, escoltado por unidades varegas, pasó por Antioquía y el Pireo. Después de eso, nada.
– ¿Quiere eso decir que ese caballero podría llevar con él el documento de Eliezer?
– No puedo asegurarlo científicamente, de forma histórica, aunque debido al número de varegos que iban con ese cruzado como escolta sólo podría significar que llevaba el documento que el monarca francés le había ordenado custodiar. Tanto Charles como yo estábamos seguros de que ese caballero llevaba el texto de Eliezer.
– Ese caballero podría ser del que habla la leyenda -apuntó Afdera.
– ¿A qué leyenda se refiere?
– A la leyenda del caballero y la reliquia. Creo recordar que existe en algún lugar de Venecia un arco en el que aparece representado un yelmo, un escudo y una espada. La leyenda cuenta la historia de un caballero procedente de Tierra Santa que llevaba consigo una reliquia. Durante su largo viaje conoció a un noble mercader, un Morosini, con el que entabló una estrecha amistad. Una vez llegados a Venecia, el mercader quiso hospedar al caballero en su casa, que se encontraba precisamente en esa corte, en la corte Morosina. En su residencia, ricamente decorada, le presentó a su bella hermana. Parece ser que el caballero, experto sólo en el arte de la guerra y no en el arte del amor, se enamoró tan perdidamente de la joven que olvidó la importante misión encomendada por su señor el rey Luis. Para desgracia del caballero, la joven y el mercader no eran hermano y hermana, sino dos astutos amantes que huyeron de Venecia con la pequeña fortuna que llevaba el caballero cruzado, así como con su espada, su yelmo y su escudo. La leyenda dice que, desde aquella misma noche, el infortunado caballero vaga sin descanso, lamentándose por las calles, hasta que un día, en la misma corte Morosina, junto al pozo, se encontró su armadura vacía. Se dice que el escudo de armas que llevaba el caballero en su armadura quedó grabado en el brocal del pozo cuando éste desapareció.
– ¿Recuerda cómo era ese escudo de armas? -preguntó el profesor, levantándose una vez más para coger un libro sobre escudos de armas de los caballeros cruzados.
– Me parece que era como una especie de garra de león o algo parecido. No estoy muy segura.
De repente, el profesor de historia medieval abrió el volumen por una de sus páginas. Ante los ojos de Afdera y Max apareció la imagen de un escudo con una garra de león.
– ¿Era como éste?
– Sí, puede ser. Seguro que era parecido a este escudo. Una garra de león.
– Este escudo perteneció a la familia de Fratens, cuyos miembros acompañaron al rey Luis IX de Francia en la séptima cruzada. Esto demuestra que esa leyenda del caballero que me ha contado usted puede estar basada en un hecho real. Demostraría que o Hugo o Phillipe de Fratens pudieron llegar hasta Venecia. La cuestión ahora es saber cuál de ellos fue el que llegó y qué trayecto siguió desde Tierra Santa.
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