Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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– Leonardo Colaiani trabajó junto a Charles Eolande en la búsqueda de los orígenes del libro de Judas. Eolande es uno de los papirólogos más importantes del mundo y trabaja en el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago. Colaiani es uno de los grandes expertos en historia medieval y da clases aquí, en la Universidad de Florencia. Ha escrito varios libros sobre la materia. Eolande y Colaiani trabajaron durante varios años a las órdenes de un misterioso griego llamado Vásilis Kalamatiano.

– Le conozco. He oído hablar mucho de él, pero no sé si la mayoría de rumores son reales o tan sólo leyendas.

– Eolande y Colaiani viajaron durante años siguiendo la pista del libro desde su creación hasta nuestros días, pero realmente no se sabe si averiguaron algo importante. Rezek Badani, mi amigo, el comerciante de antigüedades de El Cairo, me dijo que debía hablar con Colaiani si deseaba conocer algún eslabón más de la historia del libro de Judas. Por eso estoy aquí, en Florencia -relató, después de dar un largo sorbo a su café caliente, muy cargado y sin azúcar.

– ¿Por qué crees que va a proporcionarte la información que necesitas? Quizá no quiera dártela y prefiera guardarse para él los sacretos del libro, o a lo mejor no tiene suficiente autoridad como para proporcionarte los datos que necesitas.

– Puede que tengas razón. Pero tengo que conseguir que Colaiani hable conmigo, que me cuente lo que descubrió. Vámonos. Cogeremos un taxi -dijo la joven mientras firmaba la cuenta al camarero y daba un último sorbo a su café.

– ¿Y cómo sabes que ese tal Colaiani querrá hablar contigo delante de mí? Tal vez prefiera estar a solas contigo.

– Podría ser, pero le diré que tú eres uno de los mejores especialistas en cristianismo primitivo y que por eso necesito que asistas a la conversación.

– ¿Dónde es la reunión?

– En la universidad. Hoy tiene clase y tú y yo estaremos allí cuando termine para hablar con él. Necesito hacerle muchas preguntas y sólo él tiene las respuestas que busco.

El campus florentino estaba a esa hora de la mañana repleto de estudiantes cargados de libros que iban y venían entre los edificios universitarios rumbo a alguna clase. Afdera recordó sus años universitarios con cierta añoranza.

– ¿La echas de menos? -preguntó Max.

– ¿Perdona?

– Si la echas de menos. La universidad.

– Oh…, sí, tal vez. Mi abuela me envió a Oxford y después a Jerusalén. Era un mundo completamente aislado, una especie de urna de cristal hermética. Mi abuela hizo que mi hermana Assal y yo viviésemos en un ambiente que no era del todo real. Recuerdo mis años universitarios como una etapa de mi vida en la que no me enteré de gran cosa. Casi no sabía a qué se dedicaba mi abuela. Prefería aplicarme en el estudio. Fueron años de inocencia. Mi abuela se ocupó de mantenernos a Assal y a mí alejadas de cualquier cosa que pudiera perturbarnos -dijo con cierta añoranza, observando a una pareja de universitarios besándose en un banco del parque.

– Tal vez intentaba protegeros.

– Puede ser, pero el problema es que me ha dejado en herencia una tarea para la que no creo estar preparada o, por lo menos, para la que no había sido preparada. Ella creía en mí más de lo que yo misma creo.

– Pues yo pienso que lo estás haciendo muy bien. Tu hermana Assal te admira. Has sido su madre, su padre y su hermana mayor. No creo que lo hayas hecho tan mal como dices.

Afdera guardó silencio con las manos metidas en su abrigo mientras caminaban en dirección al edificio principal, en donde en ese momento el profesor Leonardo Colaiani impartía su clase de historia medieval.

Colaiani había conocido a Crescentia Brooks a través de Rezek Badani a comienzos de la década de los sesenta, casi cuando ésta adquirió el libro de Judas. Aunque el profesor conocía el libro, aseguraba que se había descubierto en Gebel el-Tuna y no en Gebel Qarara. Al parecer, en algún momento entre Badani y Crescentia Brooks, Colaiani y Eolande habían estado asesorando al egipcio para intentar vender el libro.

Tanto Colaiani como Eolande eran personajes conocidos en las tiendas de antigüedades de El Cairo o en cualquier otro lugar de Egipto en donde se pudieran encontrar textos antiguos. Trataban de comprar cualquier papiro que se descubriera. Eolande, el experto de Chicago, se ocupaba de tantear a los vendedores con preguntas acerca de papiros antiguos. Los libros como el de Judas o los de Nag Hammadi tenían una encuadernación que mantenía unidos los papiros. En la Antigüe dad, este material se consideraba prescindible, pero actualmente tenía un valor incalculable. Ambos científicos trabajaban a las órdenes de Vasilis Kalamatiano y conocían el valor de un libro analizando esa unión.

Afdera y Max llegaron hasta el aula. Al asomarse por la ventanita que había en el centro vieron a un grupo de estudiantes tomando apuntes y haciendo preguntas. Frente a ellos se encontraba un hombre alto, delgado, bien parecido, con una larga melena de pelo blanco y un rostro moreno escondido tras unas gafas redondas de concha. Esperaron hasta el final de la clase.

Una oleada de estudiantes pasó ante ellos, pero Afdera prefirió esperar a que el aula se hubiese vaciado. Cuando el profesor se disponía a abandonar la sala, la joven preguntó:

– ¿Es usted el profesor Colaiani? Soy Afdera Brooks, nieta de…

– Sí, ya sé de quién es usted nieta, de Crescentia Brooks -la interrumpió Colaiani-. Sígame hasta mi despacho, por favor. Allí podremos hablar sin que nadie nos interrumpa. -De repente, el experto en las cruzadas fijó su mirada en Kronauer-. ¿Y usted quién es?

– Oh, perdone, profesor. Es Maximilian Kronauer, gran amigo de la familia y experto en cristianismo primitivo.

– Mucho gusto -dijo Max.

– Vayamos a mi despacho -propuso el profesor sin estrechar la mano aún tendida de Kronauer. Estaba claro que al profesor le había molestado la intromisión de aquel desconocido-. Badani me dijo que sólo tendría que hablar con usted -dijo Colaiani a modo de protesta.

El despacho del medievalista tenía el ordenado caos típico de los científicos. Altas paredes cubiertas de estanterías de madera, cubiertas a su vez de libros sobre la historia de las cruzadas perfectamente etiquetados. En el centro de las estanterías, en un claro en la pared, se encontraba colgado un fragmento de estela funeraria del siglo XIV en la que aparecía representado un caballero cubierto por un gran escudo junto a un animal mitológico, posiblemente un león alado o un dragón.

Al entrar, Colaiani dejó sus papeles sobre una pila de libros y carpetas que se encontraban en precario equilibrio sobre su mesa. Cuando se dirigía hacia el sillón de cuero para despejarlo de libros, la pila se desmoronó con gran estruendo. Colaiani volvió a levantar la inestable torre, pero esta vez sobre el suelo.

– Discúlpenme, pero no tengo tiempo de ordenar este maldito orden caótico -se disculpó-. Por favor, siéntense en donde puedan.

Afdera se sentó en el borde del sillón, dejando varios ejemplares de la Enciclopedia Brit ánica de las Cruzadas a modo de respaldo. Max decidió hacerlo en un pequeño taburete que, debido a su altura, le obligaba a tener que doblar mucho las rodillas. Afdera le miró divertida.

– ¿Qué desea de mí, señorita Brooks?

– Llámeme Afdera, por favor.

– De acuerdo. Bien, Afdera, ¿qué desea?

– Información.

– ¿Qué clase de información?

– Sobre el libro de Judas. Sobre lo que usted descubrió para Kalamatiano y todo lo que sepa de mi libro y el papel jugado por Luis de Francia…

– No hace falta que precise más. Le diré todo lo que descubrimos Charles y yo sobre su libro de Judas o, por lo menos, lo que puede usted saber sin que yo llegue a violar el acuerdo de confidencialidad que firmé con el señor Kalamatiano. Dígame qué desea saber en primer lugar.

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